Han aparecido unos carteles anunciando
unas fiestas clandestinas en Madrid. Analicemos por qué esto es un
despropósito conceptual.
A ver, cerebro: las fiestas
clandestinas no se anuncian. Son clandestinas. Nadie puede saber que
existen. Las fiestas clandestinas se hacen populares por el boca a
boca, y teniendo cuidado de a quién le vas con el cuento. Si no
dejan de ser clandestinas, oh, mente preclara.
No me lo digas: tú quieres el rollo
clandestino sin serlo. ¡Señor! Voy a explotar. Tanta bobez está
acabando conmigo.
El cartel que anuncia la fiesta
clandestina que no lo es sugiere a una maruja que, por la noche, se
transforma en una sofisticada vedette. Guao. Sí, vamos, que pareces
una cosa pero, en tu corazón, eres otra. Es la sociedad, que no nos
deja expresarnos al máximo nivel que podríamos. Vale.
He de reconocer que se ven señales por
doquier de que la molonidad está renaciendo, tras años oscuros,
oscurísimos. Pero ¡cojones! podría renacer de una forma que me
irritara menos.
Ya, ya, que cuando algo empieza, bueno,
pues hay que ser menos intransigente. Vale. Es verdad, es verdad. Hay
que dejar a la gente que cometa sus propios errores para que aprenda
por sí misma y no porque yo le diga esto o lo otro. Vale. Pero a ti,
por lo menos, déjame que te lo cuente. Es que hay demasiado tonto
suelto, tío. Tú eres el único inteligente que hay.
El diseño del cartel es tipo la Neo2
en la época de la Neo2, o sea, muy gay. ¡Bueno! Aceptamos barco.
Yo ya no estoy para este tipo de
fiestas, pero estoy seguro de que hay mucha gente que sí. Yo ya he
visto todas las transformistas que tenía que ver en mi vida. Pero si
tú no has visto ninguna ¿a qué esperas? Vete a Mediaspuri, la
fiesta clandestina.
Igual su clandestinidad se refiere a
una clandestinidad de corazón, porque pareces una maruja pero en
realidad eres una superestrella. Vives clandestinamente, podríamos
decir. ¿Ves? Ya me estoy poniendo menos intransigente. Tranquila,
maruja.