martes, 30 de agosto de 2016

Betadine Solución Dérmica


Si tienes una buena madre, no una mierda pinchada en un palo, sabrás que lo que te has de echar a las heridas es Betadine y no Mercromina. La Mercromina es como en vino de tetra-brick, el Betadine es un vino de los que te traen a casa una vez al mes, ya que tú no eres tan puta mierda como para bajar a comprar un puto vino a la tienda de la esquina.


Betadine es lo que mi abuela llama “el yodo”, por lo que imagino que Betadine será yodo manufacturado con un nombre con cualidades mercadotécnicas. Mi abuela siempre me decía que fuese a la playa “por el yodo”. Yo, que no soy de pueblo ni putas ganas que tengo, no entiendo eso de que yendo a la playa tomes “el yodo”. Pero si mi abuela lo dice debe ser verdad, porque la gente de pueblo sabe de unas brujerías de las que yo no tengo ni pajolera idea.

La gente de pueblo sabe de unas cosas que en la ciudad creemos que son de una manera pero que en realidad son de otra. Nuestra soberbia es espantosa, ya que les miramos por encima del hombro mientras ellos saben que nos vamos a pegar la hostia más pronto que tarde. Ellos saben que “la casta” de la gente es crucial, que no se pueden cruzar churras con merinas. Saben que, por mucho que te esfuerces, no puedes mezclarte con gente con la que en la superficie tienes muchas cosas en común pero que en el fondo no estáis hechos el uno para el otro.


Este pasar por encima de la raíz de las cosas porque consideramos que la raíz de las cosas es demasiado sucia para nosotros es lo que ha llevado a la civilización al colapso. Somos un árbol que ha crecido tan alto que ha olvidado dónde se plantó en un principio. Creemos que con el maravilloso sol que hay en las alturas podremos vivir sin problemas, pero nos equivocamos porque son nuestras sucias raíces las que absorben los nutrientes.

Cuando uno es un chico de ciudad a uno sólo le interesan las cosas de ciudad. ¿Cómo no te van a interesar? No encontrarás cosas más deslumbrantes en tu vida. Mi madre siempre cuenta que cuando llegó a Madrid en Navidad y vio las luces de la Gran Vía flipó en gran cuantía. ¿Cómo no vas a flipar? ¡Menudas luces! Si llega a ver los leds que hay hoy en Callao le da un patrás.


¿Qué tiene el sucio pueblo que ofrecerme a mi? ¡Suciedad! ¿Quién quiere suciedad teniendo H&M? Yo, desde luego, no. Sin embargo, tengo que rendirme a la evidencia: yo tengo las raíces que tengo. Están ahí, plantadas, hundidísimas en la tierra, dentro de determinadas lindes. Son estas y no otras lindes, como las de los otros de más allá, los de la parte pobre del pueblo. Puede que tanto hayamos crecido todos que sólo nos veamos el follaje y pensemos que somos iguales unos a otros, pero eso no podría ser más mentira.

Lo que hace que alguien sea o no igual a otro es la raíz. A la raíz no se la das. Puede que viendo el follaje pienses que eres igual a otra persona, pero cuando te acerques notarás una extraña fuerza que te repele de ella. Es tu raíz, que te dice “con esta persona no te mezcles porque hay que preservar la pureza de la especie”. Y aunque en la superficie todo sea bucólico, en la raíz, donde se juega la verdadera partida, hay un conflicto de tres pares de cojones.


Sin embargo ¡oh, maravilla! cuando te acercas a esa persona con un follaje tan distinto al tuyo hay algo que te atrae irremediablemente. Viendo el follaje diríais que no tenéis nada que ver, pero la raíz, que es la que sabe jugar a las cartas, te dirá que te acerques más y más a esa persona porque la especie exige que te mezcles con ella. No podrás hacer nada para evitarlo. Bueno, puedes, como un niño caprichoso de ciudad, pero ese capricho te llevará a fracasar y que tengas que volver a lo que es impepinable: que tú tienes que mezclarte con esta persona y no con esa otra, diga el follaje lo que quiera decir.

¿Veis, por fin, cuánta civilización nos sobra? El follaje no nos deja ver la raíz. Tenemos que andar a tientas, siguiendo nuestra intuición porque es lo único que nos va a salvar en este bosque de sombras que hemos inventado para sustituir a la verdadera luz. No, por muchos leds que pongas en Callao no conseguirás que lo que es deje de ser. Tu abuela sabe de lo que estoy hablando, y la mía también.


Puede que estén un poco ga-gás, las cosas como son, pero el brillo en la mirada sigue siendo el mismo de siempre. Y ese brillo te alerta de que te estás mezclando con gente con la que no te debes mezclar. ¡Esa gente es de mala casta!

¡Qué hija de puta la abuela! ¡Ella lo entendió todo desde el primer momento!