Si tienes una buena madre, no una
mierda pinchada en un palo, sabrás que lo que te has de echar a las
heridas es Betadine y no Mercromina. La Mercromina es como en vino de
tetra-brick, el Betadine es un vino de los que te traen a casa una
vez al mes, ya que tú no eres tan puta mierda como para bajar a
comprar un puto vino a la tienda de la esquina.
Betadine es lo que mi abuela llama “el
yodo”, por lo que imagino que Betadine será yodo manufacturado con
un nombre con cualidades mercadotécnicas. Mi abuela siempre me decía
que fuese a la playa “por el yodo”. Yo, que no soy de pueblo ni
putas ganas que tengo, no entiendo eso de que yendo a la playa tomes
“el yodo”. Pero si mi abuela lo dice debe ser verdad, porque la
gente de pueblo sabe de unas brujerías de las que yo no tengo ni
pajolera idea.
La gente de pueblo sabe de unas cosas
que en la ciudad creemos que son de una manera pero que en realidad
son de otra. Nuestra soberbia es espantosa, ya que les miramos por
encima del hombro mientras ellos saben que nos vamos a pegar la
hostia más pronto que tarde. Ellos saben que “la casta” de la
gente es crucial, que no se pueden cruzar churras con merinas. Saben
que, por mucho que te esfuerces, no puedes mezclarte con gente con la
que en la superficie tienes muchas cosas en común pero que en el
fondo no estáis hechos el uno para el otro.
Este pasar por encima de la raíz de
las cosas porque consideramos que la raíz de las cosas es demasiado
sucia para nosotros es lo que ha llevado a la civilización al
colapso. Somos un árbol que ha crecido tan alto que ha olvidado
dónde se plantó en un principio. Creemos que con el maravilloso sol
que hay en las alturas podremos vivir sin problemas, pero nos
equivocamos porque son nuestras sucias raíces las que absorben los
nutrientes.
Cuando uno es un chico de ciudad a uno
sólo le interesan las cosas de ciudad. ¿Cómo no te van a
interesar? No encontrarás cosas más deslumbrantes en tu vida. Mi
madre siempre cuenta que cuando llegó a Madrid en Navidad y vio las
luces de la Gran Vía flipó en gran cuantía. ¿Cómo no vas a
flipar? ¡Menudas luces! Si llega a ver los leds que hay hoy en
Callao le da un patrás.
¿Qué tiene el sucio pueblo que
ofrecerme a mi? ¡Suciedad! ¿Quién quiere suciedad teniendo H&M?
Yo, desde luego, no. Sin embargo, tengo que rendirme a la evidencia:
yo tengo las raíces que tengo. Están ahí, plantadas, hundidísimas
en la tierra, dentro de determinadas lindes. Son estas y no otras
lindes, como las de los otros de más allá, los de la parte pobre
del pueblo. Puede que tanto hayamos crecido todos que sólo nos
veamos el follaje y pensemos que somos iguales unos a otros, pero eso
no podría ser más mentira.
Lo que hace que alguien sea o no igual
a otro es la raíz. A la raíz no se la das. Puede que viendo el
follaje pienses que eres igual a otra persona, pero cuando te
acerques notarás una extraña fuerza que te repele de ella. Es tu
raíz, que te dice “con esta persona no te mezcles porque hay que
preservar la pureza de la especie”. Y aunque en la superficie todo
sea bucólico, en la raíz, donde se juega la verdadera partida, hay
un conflicto de tres pares de cojones.
Sin embargo ¡oh, maravilla! cuando te
acercas a esa persona con un follaje tan distinto al tuyo hay algo
que te atrae irremediablemente. Viendo el follaje diríais que no
tenéis nada que ver, pero la raíz, que es la que sabe jugar a las
cartas, te dirá que te acerques más y más a esa persona porque la
especie exige que te mezcles con ella. No podrás hacer nada para
evitarlo. Bueno, puedes, como un niño caprichoso de ciudad, pero ese
capricho te llevará a fracasar y que tengas que volver a lo que es
impepinable: que tú tienes que mezclarte con esta persona y no con
esa otra, diga el follaje lo que quiera decir.
¿Veis, por fin, cuánta civilización
nos sobra? El follaje no nos deja ver la raíz. Tenemos que andar a
tientas, siguiendo nuestra intuición porque es lo único que nos va
a salvar en este bosque de sombras que hemos inventado para sustituir
a la verdadera luz. No, por muchos leds que pongas en Callao no
conseguirás que lo que es deje de ser. Tu abuela sabe de lo que
estoy hablando, y la mía también.
Puede que estén un poco ga-gás, las
cosas como son, pero el brillo en la mirada sigue siendo el mismo de
siempre. Y ese brillo te alerta de que te estás mezclando con gente
con la que no te debes mezclar. ¡Esa gente es de mala casta!
¡Qué hija de puta la abuela! ¡Ella
lo entendió todo desde el primer momento!