Este es uno de esos juegos que se
supone que me tienen que gustar más de lo que me gustan, pero no es
así. Ya desde el principio lo sabes, sabes que este va a ser un
juego que va a ir de gracioso cuando no lo es, que va a ir de
transgresor cuando ir de transgresor es el opuesto a la verdadera
transgresión. Pero chico, aún así te lo compras con la esperanza
de estar equivocado.
Borderlands es el típico rollo
Fallout, mundo abierto (no recuerdo ahora si es tan abierto como
Fallout, me parece que no), ir mejorando el personaje, armas,
misiones... En fin, el rollo. A mi cuando empiezan a salir clones del
típico juego exitoso me pongo a temblar. Debe ser que para la gente
realmente es más fácil hacer una copia que algo original. ¡Yo eso
no lo entiendo! ¿Cómo va a ser más fácil hacer una copia que algo
original?
Cuando haces una copia tienes que
ceñirte a unos patrones. Cuando haces algo original eres
completamente libre. Cuando haces una copia tienes el original
haciéndote sombra siempre. Cuando eres tú el original marcas la
pauta. ¡No sé! ¿Qué mueve a la gente a hacer copias? A mi es algo
que, de verdad, no me sale de forma natural. Tengo que esforzarme
para hacer una copia.
“Es que yo no tengo así pensamientos
originales”. Vamos, vamos. Eso es mentira. No me cuentes cuentos.
Dime que no tienes confianza en ti mismo. ¿Ves? Eso sí que me lo
creo. Pero que me digas que no tienes pensamientos originales... Di
que te da demasiado miedo decirlos en voz alta por lo que puedan
decir los demás. ¡Eso me lo creo! ¡Pues claro que te da miedo! Eso
nos da miedo a todos.
Tampoco me parece bien la obsesión por
la originalidad. La obsesión por la originalidad es la más fea de
todas las copias. Eso es producto de darte cuenta de ese vicio de los
creativos que es “siempre hay que ser original”. No, tío, hay
que ser lo que se es. Si te has flipado, pongamos por caso, con
Fallout, como es mi caso, pues normal que en una temporada hagas
cosas que tengan que ver con el posapocalípsis, que imites al
sistema V.A.T.T.S., no sé. ¡Normal! Cuando yo de pequeño estaba
flipado con el trío de ases de Bruguera, esto es, Mortadelo, Zipi y
Zape y Superlópez no dibujaba otra cosa en clase. ¡Pues claro! Y
nadie me venía con esa tontería de que “tenía que crear mis
propios personajes”. Ya los crearé si es que tengo que crearlos,
no te preocupes. Pero ahora déjame, que estoy encantado con cómo me
está quedando este Don Pantuflo.
La creatividad se ha convertido en un
tótem ridículo. De hecho, la misma palabra “creatividad” tiene
algo de cretino en ella. Yo hasta que me hice mayor no empecé a
oírla tan desmesuradamente como se oye hoy. Yo la digo porque, oye,
no me apetece ir constantemente contra corriente. ¿Si digo
“creatividad” me vais a entender más fácil? Ni medio problema.
Yo lo digo. Pero no hay nada divino en ello, hay lo mismo que hubo
siempre: un niño que se aburre en clase y se pone a dibujar.
A mi no me vino nunca nadie a decir
“¡qué creativo es este niño!”. Vamos, y nunca lo eché de
menos. Estaba bastante más encantado con que la gente se riera de
mis dibujitos. ¡Eso sí que es un buen pago, no que te coloquen una
corona de laurel que mejor estaría en un buen estofado de lentejas!
Luego de mayor sí, me hice creativo
“de profesión” y ahí ya me colocaron todas las coronas de
laurel que se le pueden colocar a alguien. Y, oye, tampoco es que te
siente mal, a nadie le amarga un dulce, pero sigo prefiriendo que
David Cuesta se descojonase con aquella risa suya, irritante pero
sincera, cuando dibujaba a El Bombilla, nuestro profesor de dibujo.
¡Aquello sí era de verdad! Las coronas de laurel... Son el
resultado de gente que está muy perdida.
¡Dejad de crear becerros de oro a los
que adorar! Se ve que estáis muy jodidos. No existe tal becerro. La
“creatividad” es el becerro de oro más obsceno que podéis
crear, porque... ¡Porque habla de algo demasiado grande como para
que vosotros lo totemicéis!
¿Cómo entró Jesús en la ciudad? A
lomos de un borrico. ¡Un borrico! Ni corceles blancos, ni fanfarrias
ni nada. El Verdadero Rey de los Judíos eligió a un simple borrico.
Porque su majestuosidad es demasiado grande como para pervertirla con
adornos. ¡Mirad los lirios del campo, maldita sea! En verdad os digo
que ni el mismo Rey Salomón, con sus ropajes más sublimes, fue
nunca más increíble que ellos.
Y ya veis, ahí están, sin darse
importancia. Son lo que son, de manera sencilla, y nunca jamás
podrían ser más grandes.
Empeñaos, si es que os tenéis que
empeñar en algo, en apreciar la belleza de las cosas por lo que son.
Entended que son así porque no había una manera más gloriosa de
hacerlas. No, porque me coronéis con laurel no me vais a hacer más
grande. En todo caso me vais a hacer sentir vergüenza. ¡Tranquilos,
tíos! ¡Que soy yo, el bueno de Juan! Esta corona nos humilla a
todos. Os aleja de mi y a mi de vosotros.
Y, bueno, si queréis alejaros de mi,
vale. Pero, coño, no me obliguéis a que yo me aleje de vosotros.