sábado, 20 de agosto de 2016

Borderlands 2


Este es uno de esos juegos que se supone que me tienen que gustar más de lo que me gustan, pero no es así. Ya desde el principio lo sabes, sabes que este va a ser un juego que va a ir de gracioso cuando no lo es, que va a ir de transgresor cuando ir de transgresor es el opuesto a la verdadera transgresión. Pero chico, aún así te lo compras con la esperanza de estar equivocado.


Borderlands es el típico rollo Fallout, mundo abierto (no recuerdo ahora si es tan abierto como Fallout, me parece que no), ir mejorando el personaje, armas, misiones... En fin, el rollo. A mi cuando empiezan a salir clones del típico juego exitoso me pongo a temblar. Debe ser que para la gente realmente es más fácil hacer una copia que algo original. ¡Yo eso no lo entiendo! ¿Cómo va a ser más fácil hacer una copia que algo original?

Cuando haces una copia tienes que ceñirte a unos patrones. Cuando haces algo original eres completamente libre. Cuando haces una copia tienes el original haciéndote sombra siempre. Cuando eres tú el original marcas la pauta. ¡No sé! ¿Qué mueve a la gente a hacer copias? A mi es algo que, de verdad, no me sale de forma natural. Tengo que esforzarme para hacer una copia.


“Es que yo no tengo así pensamientos originales”. Vamos, vamos. Eso es mentira. No me cuentes cuentos. Dime que no tienes confianza en ti mismo. ¿Ves? Eso sí que me lo creo. Pero que me digas que no tienes pensamientos originales... Di que te da demasiado miedo decirlos en voz alta por lo que puedan decir los demás. ¡Eso me lo creo! ¡Pues claro que te da miedo! Eso nos da miedo a todos.

Tampoco me parece bien la obsesión por la originalidad. La obsesión por la originalidad es la más fea de todas las copias. Eso es producto de darte cuenta de ese vicio de los creativos que es “siempre hay que ser original”. No, tío, hay que ser lo que se es. Si te has flipado, pongamos por caso, con Fallout, como es mi caso, pues normal que en una temporada hagas cosas que tengan que ver con el posapocalípsis, que imites al sistema V.A.T.T.S., no sé. ¡Normal! Cuando yo de pequeño estaba flipado con el trío de ases de Bruguera, esto es, Mortadelo, Zipi y Zape y Superlópez no dibujaba otra cosa en clase. ¡Pues claro! Y nadie me venía con esa tontería de que “tenía que crear mis propios personajes”. Ya los crearé si es que tengo que crearlos, no te preocupes. Pero ahora déjame, que estoy encantado con cómo me está quedando este Don Pantuflo.


La creatividad se ha convertido en un tótem ridículo. De hecho, la misma palabra “creatividad” tiene algo de cretino en ella. Yo hasta que me hice mayor no empecé a oírla tan desmesuradamente como se oye hoy. Yo la digo porque, oye, no me apetece ir constantemente contra corriente. ¿Si digo “creatividad” me vais a entender más fácil? Ni medio problema. Yo lo digo. Pero no hay nada divino en ello, hay lo mismo que hubo siempre: un niño que se aburre en clase y se pone a dibujar.

A mi no me vino nunca nadie a decir “¡qué creativo es este niño!”. Vamos, y nunca lo eché de menos. Estaba bastante más encantado con que la gente se riera de mis dibujitos. ¡Eso sí que es un buen pago, no que te coloquen una corona de laurel que mejor estaría en un buen estofado de lentejas!


Luego de mayor sí, me hice creativo “de profesión” y ahí ya me colocaron todas las coronas de laurel que se le pueden colocar a alguien. Y, oye, tampoco es que te siente mal, a nadie le amarga un dulce, pero sigo prefiriendo que David Cuesta se descojonase con aquella risa suya, irritante pero sincera, cuando dibujaba a El Bombilla, nuestro profesor de dibujo. ¡Aquello sí era de verdad! Las coronas de laurel... Son el resultado de gente que está muy perdida.

¡Dejad de crear becerros de oro a los que adorar! Se ve que estáis muy jodidos. No existe tal becerro. La “creatividad” es el becerro de oro más obsceno que podéis crear, porque... ¡Porque habla de algo demasiado grande como para que vosotros lo totemicéis!


¿Cómo entró Jesús en la ciudad? A lomos de un borrico. ¡Un borrico! Ni corceles blancos, ni fanfarrias ni nada. El Verdadero Rey de los Judíos eligió a un simple borrico. Porque su majestuosidad es demasiado grande como para pervertirla con adornos. ¡Mirad los lirios del campo, maldita sea! En verdad os digo que ni el mismo Rey Salomón, con sus ropajes más sublimes, fue nunca más increíble que ellos.

Y ya veis, ahí están, sin darse importancia. Son lo que son, de manera sencilla, y nunca jamás podrían ser más grandes.


Empeñaos, si es que os tenéis que empeñar en algo, en apreciar la belleza de las cosas por lo que son. Entended que son así porque no había una manera más gloriosa de hacerlas. No, porque me coronéis con laurel no me vais a hacer más grande. En todo caso me vais a hacer sentir vergüenza. ¡Tranquilos, tíos! ¡Que soy yo, el bueno de Juan! Esta corona nos humilla a todos. Os aleja de mi y a mi de vosotros.

Y, bueno, si queréis alejaros de mi, vale. Pero, coño, no me obliguéis a que yo me aleje de vosotros.