domingo, 14 de agosto de 2016

Virtua Tennis 2009


Tengo dos juegos de tenis, este y el Top Spin. Este es más arcade y el otro es más simulador. Al otro he jugado más porque, al menos de primeras impresiones, es más profundo. No digo que no haya profundidad en lo liviano, digo que ahora no me apetece andar hilando tan fino, tío. Ya está. Este es el ligero, el otro es el denso. No me rayes.


Virtua Tennis es muy rápido, muy divertido. Muy Sega. Muy “¡eieieieieieie a tope!”. Ese sabor tan Sega. Ese rollo Jet Set Radio, Crazy Taxi. Todo lo que hace Sega es muy crazy, muy wow, muy eeeeei. Muy man this is awesome. Muy surf. Muy skate. Muy todo eso.

Sega me atrae y me repugna a la vez, como el skate. Odio estar dentro del mundo del skate pero me encanta ver lo que lo rodea, las pegatinas, los diseños, el halo que tiene. Me pasa lo mismo con casi todo. Pocas cosas he encontrado yo por ahí (voy a decir ninguna arriesgándome, a ver qué pasa) que molen en su core. El core de las cosas suele ser una puta mierda. Qué poca atención se pone en el core, que es aquello que hace que todo siga en pie.


El core es el núcleo, el corazón, pero dicho en guay porque esta es una página de molar. Aquí a veces utilizamos el inglés como si fuese lo más normal del mundo, aunque no lo es. Ese hacerme el que no me doy cuenta forma parte del molar.

El núcleo de las cosas suele ser un esclavo enano desnutrido y con ojeras. Cuando apartas toda la parafernalia que lo rodea y lo ves te quedas impactado. ¡Por Dios, pero si todo lo otro era maravilloso! ¿Eras tú el que hacía que todo eso existiese? “Sí, tío, era yo. ¿Cómo te quedas?”


Me quedo bien jodido.

Evoquemos a Estela Reynolds cuando dice que el mundo del espectáculo es una mierda recubierta de purpurina. ¡Ah! ¡Se nota que los guionistas viven en ese mundo! ¡Saben de lo que hablan! Y en boca de Estela se han vengado de él. ¡Qué espabilaos! ¡Qué tíos!

Un mundo que funciona así está condenado al colapso. Hombre, a ver, es evidente. Si haces una casa guapísima pero los cimientos son cuatro palos de bambú... Coño, pues cae pabajo. No sé, no hace falta ser ingeniero.


Yo no sé cómo has planteado tu vida. Te voy a decir que ni lo sé ni me importa, para hacerme así el desapegado. Esto es una página de molar.

Pero, no sé, cuando la miro me hace click. Es que veo el desastre que ahí has planteado. Veo los adornos, veo los oropeles, uy, sí, cuánto oropel. Pero es que también veo la caca que sostiene todo eso. Si no te miro a los ojos es por eso, porque no quiero que veas en ellos reflejado la profunda pena que me das. No es que “no vaya de cara” ni nada de eso. El que no vas de cara eres tú, por eso no te miro a los ojos. Porque no quiero que te pongas a llorar de lo que verías en ellos.


Cuando yo veo algo guay en forma completa los abro como platos. Por eso en estos últimos tiempos miro mucho de reojo. Para no destruir, de un fogonazo, el triste chamizo que casi todo el mundo tiene montado. No quiero ser yo el fuego que arrase tu casa de paja. Mucha responsabilidad para un niño.

En las entrevistas de trabajo es un drama. ¡Ya ves! Ahí la gente ha leído un libro que pone que hay que apretar la mano bien fuerte y mirar fijamente a los ojos, como un loco terminal. Yo, que me he leído el mismo libro y me interesa más reírme de ti que el puto curro, juego a que te vuelvas orate. Así que cuando te doy la mano te transmito extrañas sensaciones a propósito. Te transmito que te desprecio. Te transmito que ante mi eres un insecto, mientras con los ojos te digo, mintiéndote, que el insecto soy yo. Eso te deja descolocado.


Hago como que estoy intimidado cuando sé, positivamente, que aquí el intimidado eres tú. No te preocupes, yo llevaré esa cruz por los dos. Tengo más espaldas, ¿qué menos?

Hago como que soy humilde, cuando en realidad creo que soy una especie de Hércules, hijo de Dios y hombre. Hago como que me creo que tú te crees que eres muy importante, aunque por el rabillo del ojo he visto ese destello que delata que por dentro estás a punto de ponerte a llorar. Que a veces te encierras en el baño a llorar. Sí, lo veo. Ya te digo que soy un Hércules o algo así. Los Hércules vemos esas cosas.


Y habiéndote radiografiado de los pies a la cabeza escondo el desprecio que me provocas, casi con arcadas. Y te doy la mano amigablemente, dándote las gracias por tu tiempo.

A veces el desprecio se me escapa. Sé que te has dado cuenta. Sé que sientes mis náuseas. Pero, tío, hazte cargo. Es que estoy ante un montón de mierda demasiado infame. Podrías lavarte un poquito por dentro, si no quieres darle arcadas a la gente.


Por fuera todo guay. ¡Qué triunfador! ¡Cómo saca pecho! Pero por dentro, que es por donde yo veo, eres tan pequeño que, en el fondo, me conmueves. Por eso sientes que soy sincero cuando te trato.

No, no muestro respeto por esa moto que me tratas de vender. Muestro cariño por el niño asustadísimo que está ante mi, tembloroso.


No sé, tío. Haz las cosas bien. No me vendas motos.

Si te voy a pillar igual.