Tengo dos juegos de tenis, este y el
Top Spin. Este es más arcade y el otro es más simulador. Al otro he
jugado más porque, al menos de primeras impresiones, es más
profundo. No digo que no haya profundidad en lo liviano, digo que
ahora no me apetece andar hilando tan fino, tío. Ya está. Este es
el ligero, el otro es el denso. No me rayes.
Virtua Tennis es muy rápido, muy
divertido. Muy Sega. Muy “¡eieieieieieie a tope!”. Ese sabor tan
Sega. Ese rollo Jet Set Radio, Crazy Taxi. Todo lo que hace Sega es
muy crazy, muy wow, muy eeeeei. Muy man this is awesome. Muy surf.
Muy skate. Muy todo eso.
Sega me atrae y me repugna a la vez,
como el skate. Odio estar dentro del mundo del skate pero me encanta
ver lo que lo rodea, las pegatinas, los diseños, el halo que tiene.
Me pasa lo mismo con casi todo. Pocas cosas he encontrado yo por ahí
(voy a decir ninguna arriesgándome, a ver qué pasa) que molen en su
core. El core de las cosas suele ser una puta mierda. Qué poca
atención se pone en el core, que es aquello que hace que todo siga
en pie.
El core es el núcleo, el corazón,
pero dicho en guay porque esta es una página de molar. Aquí a veces
utilizamos el inglés como si fuese lo más normal del mundo, aunque
no lo es. Ese hacerme el que no me doy cuenta forma parte del molar.
El núcleo de las cosas suele ser un
esclavo enano desnutrido y con ojeras. Cuando apartas toda la
parafernalia que lo rodea y lo ves te quedas impactado. ¡Por Dios,
pero si todo lo otro era maravilloso! ¿Eras tú el que hacía que
todo eso existiese? “Sí, tío, era yo. ¿Cómo te quedas?”
Me quedo bien jodido.
Evoquemos a Estela Reynolds cuando dice
que el mundo del espectáculo es una mierda recubierta de purpurina.
¡Ah! ¡Se nota que los guionistas viven en ese mundo! ¡Saben de lo
que hablan! Y en boca de Estela se han vengado de él. ¡Qué
espabilaos! ¡Qué tíos!
Un mundo que funciona así está
condenado al colapso. Hombre, a ver, es evidente. Si haces una casa
guapísima pero los cimientos son cuatro palos de bambú... Coño,
pues cae pabajo. No sé, no hace falta ser ingeniero.
Yo no sé cómo has planteado tu vida.
Te voy a decir que ni lo sé ni me importa, para hacerme así el
desapegado. Esto es una página de molar.
Pero, no sé, cuando la miro me hace
click. Es que veo el desastre que ahí has planteado. Veo los
adornos, veo los oropeles, uy, sí, cuánto oropel. Pero es que
también veo la caca que sostiene todo eso. Si no te miro a los ojos
es por eso, porque no quiero que veas en ellos reflejado la profunda
pena que me das. No es que “no vaya de cara” ni nada de eso. El
que no vas de cara eres tú, por eso no te miro a los ojos. Porque no
quiero que te pongas a llorar de lo que verías en ellos.
Cuando yo veo algo guay en forma
completa los abro como platos. Por eso en estos últimos tiempos miro
mucho de reojo. Para no destruir, de un fogonazo, el triste chamizo
que casi todo el mundo tiene montado. No quiero ser yo el fuego que
arrase tu casa de paja. Mucha responsabilidad para un niño.
En las entrevistas de trabajo es un
drama. ¡Ya ves! Ahí la gente ha leído un libro que pone que hay
que apretar la mano bien fuerte y mirar fijamente a los ojos, como un
loco terminal. Yo, que me he leído el mismo libro y me interesa más
reírme de ti que el puto curro, juego a que te vuelvas orate. Así
que cuando te doy la mano te transmito extrañas sensaciones a
propósito. Te transmito que te desprecio. Te transmito que ante mi
eres un insecto, mientras con los ojos te digo, mintiéndote, que el
insecto soy yo. Eso te deja descolocado.
Hago como que estoy intimidado cuando
sé, positivamente, que aquí el intimidado eres tú. No te
preocupes, yo llevaré esa cruz por los dos. Tengo más espaldas,
¿qué menos?
Hago como que soy humilde, cuando en
realidad creo que soy una especie de Hércules, hijo de Dios y
hombre. Hago como que me creo que tú te crees que eres muy
importante, aunque por el rabillo del ojo he visto ese destello que
delata que por dentro estás a punto de ponerte a llorar. Que a veces
te encierras en el baño a llorar. Sí, lo veo. Ya te digo que soy un
Hércules o algo así. Los Hércules vemos esas cosas.
Y habiéndote radiografiado de los pies
a la cabeza escondo el desprecio que me provocas, casi con arcadas. Y
te doy la mano amigablemente, dándote las gracias por tu tiempo.
A veces el desprecio se me escapa. Sé
que te has dado cuenta. Sé que sientes mis náuseas. Pero, tío,
hazte cargo. Es que estoy ante un montón de mierda demasiado infame.
Podrías lavarte un poquito por dentro, si no quieres darle arcadas a
la gente.
Por fuera todo guay. ¡Qué triunfador!
¡Cómo saca pecho! Pero por dentro, que es por donde yo veo, eres
tan pequeño que, en el fondo, me conmueves. Por eso sientes que soy
sincero cuando te trato.
No, no muestro respeto por esa moto que
me tratas de vender. Muestro cariño por el niño asustadísimo que
está ante mi, tembloroso.
No sé, tío. Haz las cosas bien. No me
vendas motos.
Si te voy a pillar igual.