Este es uno de esos juegos hype, que
iba a ser la polla pero no lo fue. Me llama la atención lo que
redunda el hype en el fracaso posterior de un producto, porque creo
que si las expectativas no hubieran sido tan altas este juego habría
tenido una mejor acogida.
Para hacer marketing me temo que no hay
que ser un genio. No hay ninguna regla mágica más allá del sentido
común. Si te venden a una amiga con que está buenísima, con que es
interesantísima, con que tiene una conversación apabullante, es
probable que luego la chica no esté a la altura de lo esperado.
¡Cómo va a estarlo! Si han vendido un 10. Con que luego la chica
sea de 9 ya ha fracasado, a pesar de que un 9 es una nota muy alta.
Creo que si tienes una buena amiga que
presentar a alguien es mejor que, si es de 9, la vendas como de 7.
Con un 7 la gente ya acepta. No están los tiempos como para rechazar
un 7. Y cuando ella aparezca con su 9 va a quedar estupendamente,
porque la gente se esperaba un 7. No creo que haya que ser un genio
para esto.
Por eso me devano la cabeza con qué
pasa con los “expertos” en marketing que suelen hacer los
lanzamientos de las cosas. ¿No es evidente lo que acabo de explicar?
¿Nadie se ha dado cuenta todavía de que inflar las expectativas de
algo redunda sobre el fracaso de la cosa? ¿No ha quedado claro
todavía con tantos y tantos productos que se han pegado el batacazo
con esto? Y aún así la gente sigue haciéndolo.
Por no mencionar el gasto desmesurado
de dinero que una promoción fuerte provoca. Mira, si lo que tienes
para vender no es bueno lo mejor es que no lo promociones. Vas a
tener que ahorrar dinero para cubrir los gastos que el desarrollo de
ese producto regulero ha provocado. Y si lo que tienes para vender es
bueno es mejor que no lo promociones tampoco, porque algo bueno se
vende solo. Así que es mejor ahorrar el dinero que tenías para
promocionarlo porque, rayos, es mejor tener dinero que no tenerlo.
Además, temo lo más grave de todo:
los tiempos señalan que la promoción ha dejado no sólo de ser
eficaz, sino de tener sentido. Tenía sentido antes, cuando sentíamos
vivir en un sistema que era más grande que nosotros. Nos gustaba
jugar al juego que nos proponía: salían productos, se
promocionaban, nosotros los comprábamos, con nuestras compras los
levantábamos o los hundíamos... A eso se jugaba. Era divertido.
Sin embargo, aquel sistema que
respetábamos ha dejado de existir. O, si no ha dejado de existir,
hemos dejado de respetarlo. Simplemente no nos lo creemos. Como con
Pedro y el lobo, hemos dejado de respetar a Pedro. Pedro, nos da
igual lo que nos digas, ya te hemos visto las vergüenzas. Estás
lleno de gusanos y no vamos a hacer caso a alguien que está lleno de
gusanos, naturalmente. Claro, puedes bombardearnos todo lo que
quieras con estas promociones que antes nos creíamos a pies
juntillas, pero... No sé si te has dado cuenta de que hemos perdido
la confianza en ti. Y ya no sólo la confianza, el respeto. Cuando se
le pierde el respeto a alguien o a algo suele ser el fin de todo. Y
le hemos perdido el respeto al sistema y, por tanto, a sus métodos.
Ahora nos respetamos más a nosotros
mismos que al sistema. Creemos más en nosotros que en él. Sabemos
que él no nos va a sacar las castañas del fuego, si es que no nos
las roba. El que antes era nuestro mejor amigo ahora se ha convertido
en un patético mercachifle del que no nos creemos nada y miramos con
lástima. Sigue intentando los mismos trucos que intentaba antes, por
eso nos da pena. Porque no ha asumido su fracaso, no ha asumido que
todos le hemos visto sin careta. Y ahí sigue, intentando seducirnos
con sus gracias espantapajaradas.
¿Cómo pudimos estar tan enamorados de
él? Nos pasa lo mismo con aquella novia. ¡Qué fea está! ¡Y sigue
haciendo las mismas gracias que antes! Pero... ¿Pero cómo esperas
que siga picando en estas mierdas, cariño? ¿Qué te ha pasado? ¿Por
qué estás así? O, mejor dicho, ¿por qué sigues así? Eres una
sombra de lo que fuiste, o más bien sigues demasiado igual que
antes. Ya hemos crecido y tú sigues intentando colármela de la
misma manera que hacías antes. ¿No ves que ahora te veo como una
niña desesperada porque yo le haga caso? ¿Por qué no asumes tu
fracaso? ¿Por qué no te tiras a mis pies a suplicar que vuelva
contigo, que es lo que estás deseando hacer? Es posible que te diga
que no, pero al menos te respetaré más, por honesta. Pero con estos
jueguecitos antediluvianos que te me llevas…
Dios mío. ¿Por qué te quería tanto?
Dime, ¿por qué te quería tanto?