Esta es la película de mi niñez. Veo
algo grande en eso de que las máquinas tengan alma. Si las máquinas
tienen alma, caray, tú debes tenerla también, a pesar de esas
pintas de chungo que me llevas y esa pulserita con la bandera de
España que te veo ahí. Algo bello ha de haber bajo ese espanto con
el que tienes la desfachatez de ofenderme.
Johnny 5 (que pa encima se llama como
yo) es un robot muy sofisticado (como yo) que le cayó un rayo encima
y, de repente, cobró vida. Piensa, siente y ama, como tú. Vamos, en
teoría, porque... En fin, no lo demuestras demasiado. Pero sigo.
Johnny 5 va a la Gran Manzana a echar
una mano a su creador que malvive vendiendo robots de juguete por las
calles. Sin embargo se ve mezclado con mala gente que le traiciona.
No puedo evitar conmoverme como me
conmoví la primera vez que vi cómo apaleaban a Johnny 5 mientras
gritaba “¡No me matéis! ¡Estoy vivo!”. Cuando pasan esas cosas
me pasa como a Johnny 5, que me hago punk y hasta que los malvados no
han pagado por sus crímenes no descanso. Soy un enemigo muy jodido.
Al final, la ciudad de Nueva York
reconoce a Johnny 5 como ciudadano con plenos derechos y todo acaba
bien.
Cabrear a una forma de vida
superinteligente, como yo, es muy poco superinteligente. Porque
entonces la superinteligencia que hasta ese momento estaba empeñada
en ayudarte ahora va a estar empeñada en joderte hasta que te
sangren los ojos. La inteligencia es así, muy sádica. Muy hija de
puta. Mira a Hannibal El Caníbal. Yo que tú no jodería con
Hannibal El Caníbal.
A ver, es que traicionar a tu amigo el
robot por dos duros... Eso no se hace, Oscar. Oscar es el malo de la
peli. Tan malo es que al principio parece bueno. Eso es lo que más
me enciende la sangre. Si necesitas robar un banco vete de cara,
búscate unos compinches, pon anuncios en las farolas que pongan
“Hijo de puta que quiere robar un banco busca socios” con tu
número de móvil abajo. Incluso los actos más deleznables se pueden
hacer con un poco de estilo.
Sin embargo si te haces amigo del robot
para que te abra la caja de caudales y luego haces que tus compinches
le apaleen... No, tío. Espero que entiendas que tanto Johnny 5 como
yo vamos a ir a por ti hasta que supliques clemencia. Has derramado
nuestro líquido de batería y vas a pagar por ello. Sí, corre,
Oscar, no te va a servir de nada. Estamos programados para cumplir
implacablemente nuestros objetivos y ahora nuestro objetivo es tu
eliminación. La forma de tu eliminación será dada por las
circunstancias y por los sádicos caprichos que nos invadan cuando te
tengamos a nuestros pies. Pero de ningún modo vas a irte de rositas ya que esa alternativa no entra en el programa.
Como veis, Johnny 5 y yo estamos
íntimamente conectados. Somos afabilísimos y el mejor amigo que
jamás podrás tener. Pero también tenemos muy mala hostia, las
cosas como son. Lo bello de nuestros métodos de eliminación es que
son tan definitivos como indetectables. Al estar acostumbrados a
trabajar con datos sabemos que simplemente tenemos que cambiar un par
de ecuaciones en la fórmula de la vida para que al final acabes
precipitándote al abismo de una forma pura, matemática. Jamás
nadie descubriría el trabajito. Y, mejor aún, es todo legal, ya que
lo único que hemos hecho es cambiar un signo + por un signo – en
algún punto del sistema.
Al contemplar la vida como Neo al final
de la primera de Matrix se te abren muchas puertas que antes ni
siquiera soñabas que existían. Tan delicados son tus métodos a
partir de entonces que tu lucha deja de serlo, ya que entiendes que
no hay lucha en absoluto. No existe rozamiento, sólo voluntad. Por
tanto abatir enemigos es algo en lo que ni siquiera te tienes que
esforzar, ya que en tu mero tránsito por la vida está implícita su
eliminación.
Bonito, ¿eh? ¡Ya te digo! ¡Bonito e
infalible! La ecuación que se convirtió en sinfonía. ¿Existe arte
más alto? De ninguna de las maneras.