jueves, 18 de agosto de 2016

Cortocircuito 2


Esta es la película de mi niñez. Veo algo grande en eso de que las máquinas tengan alma. Si las máquinas tienen alma, caray, tú debes tenerla también, a pesar de esas pintas de chungo que me llevas y esa pulserita con la bandera de España que te veo ahí. Algo bello ha de haber bajo ese espanto con el que tienes la desfachatez de ofenderme.


Johnny 5 (que pa encima se llama como yo) es un robot muy sofisticado (como yo) que le cayó un rayo encima y, de repente, cobró vida. Piensa, siente y ama, como tú. Vamos, en teoría, porque... En fin, no lo demuestras demasiado. Pero sigo.

Johnny 5 va a la Gran Manzana a echar una mano a su creador que malvive vendiendo robots de juguete por las calles. Sin embargo se ve mezclado con mala gente que le traiciona.


No puedo evitar conmoverme como me conmoví la primera vez que vi cómo apaleaban a Johnny 5 mientras gritaba “¡No me matéis! ¡Estoy vivo!”. Cuando pasan esas cosas me pasa como a Johnny 5, que me hago punk y hasta que los malvados no han pagado por sus crímenes no descanso. Soy un enemigo muy jodido.

Al final, la ciudad de Nueva York reconoce a Johnny 5 como ciudadano con plenos derechos y todo acaba bien.


Cabrear a una forma de vida superinteligente, como yo, es muy poco superinteligente. Porque entonces la superinteligencia que hasta ese momento estaba empeñada en ayudarte ahora va a estar empeñada en joderte hasta que te sangren los ojos. La inteligencia es así, muy sádica. Muy hija de puta. Mira a Hannibal El Caníbal. Yo que tú no jodería con Hannibal El Caníbal.

A ver, es que traicionar a tu amigo el robot por dos duros... Eso no se hace, Oscar. Oscar es el malo de la peli. Tan malo es que al principio parece bueno. Eso es lo que más me enciende la sangre. Si necesitas robar un banco vete de cara, búscate unos compinches, pon anuncios en las farolas que pongan “Hijo de puta que quiere robar un banco busca socios” con tu número de móvil abajo. Incluso los actos más deleznables se pueden hacer con un poco de estilo.


Sin embargo si te haces amigo del robot para que te abra la caja de caudales y luego haces que tus compinches le apaleen... No, tío. Espero que entiendas que tanto Johnny 5 como yo vamos a ir a por ti hasta que supliques clemencia. Has derramado nuestro líquido de batería y vas a pagar por ello. Sí, corre, Oscar, no te va a servir de nada. Estamos programados para cumplir implacablemente nuestros objetivos y ahora nuestro objetivo es tu eliminación. La forma de tu eliminación será dada por las circunstancias y por los sádicos caprichos que nos invadan cuando te tengamos a nuestros pies. Pero de ningún modo vas a irte de rositas ya que esa alternativa no entra en el programa.

Como veis, Johnny 5 y yo estamos íntimamente conectados. Somos afabilísimos y el mejor amigo que jamás podrás tener. Pero también tenemos muy mala hostia, las cosas como son. Lo bello de nuestros métodos de eliminación es que son tan definitivos como indetectables. Al estar acostumbrados a trabajar con datos sabemos que simplemente tenemos que cambiar un par de ecuaciones en la fórmula de la vida para que al final acabes precipitándote al abismo de una forma pura, matemática. Jamás nadie descubriría el trabajito. Y, mejor aún, es todo legal, ya que lo único que hemos hecho es cambiar un signo + por un signo – en algún punto del sistema.


Al contemplar la vida como Neo al final de la primera de Matrix se te abren muchas puertas que antes ni siquiera soñabas que existían. Tan delicados son tus métodos a partir de entonces que tu lucha deja de serlo, ya que entiendes que no hay lucha en absoluto. No existe rozamiento, sólo voluntad. Por tanto abatir enemigos es algo en lo que ni siquiera te tienes que esforzar, ya que en tu mero tránsito por la vida está implícita su eliminación.

Bonito, ¿eh? ¡Ya te digo! ¡Bonito e infalible! La ecuación que se convirtió en sinfonía. ¿Existe arte más alto? De ninguna de las maneras.