Ratas de centro comercial. Sí, esa es
mi generación. La Bored Generation. La generación Y, la que nos
queremos suicidar escuchando Smashing Pumkins.
Nunca he conseguido catalogarme dentro
de un grupo. No, no es que vaya de guay, no es que diga de mi mismo
que soy “incatalogable” (aunque me tendré que rendir a la
evidencia, está claro), es que he intentado encajar en todos los
contenedores generacionales que he encontrado y no lo consigo en
ninguno.
¿Generación X? Demasiado viejos.
¿Generación Y? Eso ni existe, vaya
cagada de concepto.
¿Grunge? Vale, sí, pero no voy tan de
triste por la vida, joder.
¿Emo? Lo que quieras, pero no soy
maricón. Lo siento.
¿Friki? Es que no soy tan tonto.
¿Hipster? Que no, que no soy tonto,
insisto.
¿Millennial? Se me pasó el arroz.
Además también son tontos.
¡Así que ya me dirás tú dónde me
meto!
Tiene una parte buena, claro, que tú
te montas tu propia movida. No sabes ni cómo llamarla, de hecho
personalmente eso de “llamar a las cosas de tal manera” me parece
como lo peor, pero es tuyo y de nadie más. A mi eso de tener cosas
que son mías y de nadie más me sienta muy bien. No es ser egoísta,
ese es otro de esos conceptos que la sociedad no entiende.
Las cosas que son de uno lo son porque
son muy delicadas. Aquí no quiero que metas tu baboso hocico. Dios
expulsó del Paraíso a Adán y Eva por andar comiendo de El Árbol
de la Vida, y mira que les dijo que, tíos, lo que queráis pero esto
no me lo toquéis. Bueno, pues nada. Sólo por eso tuvieron que
tocar.
Los espirituales, otra tribu que me
espanta, hablan de tu corazón como si fuera un jardín. Que tienes
que cuidarlo y cultivarlo para que florezca y sea fértil. De esta
gente compro el fondo con las manos llenas de dinero, pero sus formas
son tan abominables que tampoco puedo irme con ellos.
Pero quedémonos con las parte buena de
esta gente; sí, definitivamente hay que cuidar el corazón. El Omega
3 de la gente como yo es tener un espacio reservado para tus cosas.
Que a ti te gustarán más o menos, pero son mis cosas. Mi abuelo
tenía a la entrada del huerto una pila de abono colosal, inmensa.
Era toda la mierda de sus vacas que, poco a poco, habían cagado de
bello modo y él la había apilado de un modo igualmente bello. Era
una pila enorme, tan alta como Pau Gasol, no te imaginas la de mierda
que allí había.
Esa pila de abono, que a lo mejor a ti
te parece un montón de mierda y nada más, era la que hacía que
todas las plantas del huerto dieran unos frutos tan suculentos.
¿Nunca te ha llamado la atención que la mierda sea lo que hace que
las plantas crezcan mejor? Es otro de los vicios sociales, de la
llamada civilización, que tiene sus normas puestas por encima de las
de la naturaleza. Para la civilización la mierda es detestable, es
algo de lo que hay que deshacerse. Para la naturaleza es algo
exquisito, es la nata de sus fresas.
Para que veas que la civilización
estaba destinada a hundirse, ya que sus normas contravienen las de la
vida. No se puede remar contra corriente, no se puede vaciar el mar.
Es tan estúpido que resulta hasta tierno.
Yo tengo, como mi abuelo, una enorme
pila de mierda a la entrada de mi huerto. La tribu de los
espirituales, que son memos por genética, me dirán que eso es una
aberración, ya que ellos también han creado, de forma osada, una
serie de normas que contravienen a las de Dios mismo, aquel al que
tanto dicen amar. Para ellos el mundo debería ser de pitiminí, con
unicornios surcando el cielo y osos amorosos dispuestos a perforarte
el ano, ya que es lo que más les gusta a los miembros de esta tribu,
que les perforen el ano. Que no te lo digan es otra cosa.
Para ellos mi montón de mierda es sólo
un montón de mierda. Para mi es el Árbol de la Vida, es la
gasolinera donde mi Aston Martin reposta para seguir cruzando las
carreteras españolas, trazando curvas de manera bellísima. Para
adelantar a su Seat 600 rodeado de unicornios y osos amorosos
sodomitas.
Por tanto, querido amigo, no toques mi
pila de abono. De hacerlo, activarás la trampa que tengo montada y
serás expulsado del Paraíso. Mi manera de expulsarte del Paraíso
es clásica, una trampilla que se abre bajo tus pies que conduce a un
abismo de afiladísimos pinchos. Ahí morirás, sin duda alguna, y tu
esqueleto adornará las paredes del foso como recuerdo de lo estúpido
que eres.
¡Ah, mi pila de mierda! ¡Mmmmmmmmmmmm!
¡Qué bien huele!