jueves, 25 de agosto de 2016

Mallrats


Ratas de centro comercial. Sí, esa es mi generación. La Bored Generation. La generación Y, la que nos queremos suicidar escuchando Smashing Pumkins.


Nunca he conseguido catalogarme dentro de un grupo. No, no es que vaya de guay, no es que diga de mi mismo que soy “incatalogable” (aunque me tendré que rendir a la evidencia, está claro), es que he intentado encajar en todos los contenedores generacionales que he encontrado y no lo consigo en ninguno.

¿Generación X? Demasiado viejos.

¿Generación Y? Eso ni existe, vaya cagada de concepto.


¿Grunge? Vale, sí, pero no voy tan de triste por la vida, joder.

¿Emo? Lo que quieras, pero no soy maricón. Lo siento.


¿Friki? Es que no soy tan tonto.

¿Hipster? Que no, que no soy tonto, insisto.


¿Millennial? Se me pasó el arroz. Además también son tontos.

¡Así que ya me dirás tú dónde me meto!


Tiene una parte buena, claro, que tú te montas tu propia movida. No sabes ni cómo llamarla, de hecho personalmente eso de “llamar a las cosas de tal manera” me parece como lo peor, pero es tuyo y de nadie más. A mi eso de tener cosas que son mías y de nadie más me sienta muy bien. No es ser egoísta, ese es otro de esos conceptos que la sociedad no entiende.

Las cosas que son de uno lo son porque son muy delicadas. Aquí no quiero que metas tu baboso hocico. Dios expulsó del Paraíso a Adán y Eva por andar comiendo de El Árbol de la Vida, y mira que les dijo que, tíos, lo que queráis pero esto no me lo toquéis. Bueno, pues nada. Sólo por eso tuvieron que tocar.


Los espirituales, otra tribu que me espanta, hablan de tu corazón como si fuera un jardín. Que tienes que cuidarlo y cultivarlo para que florezca y sea fértil. De esta gente compro el fondo con las manos llenas de dinero, pero sus formas son tan abominables que tampoco puedo irme con ellos.

Pero quedémonos con las parte buena de esta gente; sí, definitivamente hay que cuidar el corazón. El Omega 3 de la gente como yo es tener un espacio reservado para tus cosas. Que a ti te gustarán más o menos, pero son mis cosas. Mi abuelo tenía a la entrada del huerto una pila de abono colosal, inmensa. Era toda la mierda de sus vacas que, poco a poco, habían cagado de bello modo y él la había apilado de un modo igualmente bello. Era una pila enorme, tan alta como Pau Gasol, no te imaginas la de mierda que allí había.


Esa pila de abono, que a lo mejor a ti te parece un montón de mierda y nada más, era la que hacía que todas las plantas del huerto dieran unos frutos tan suculentos. ¿Nunca te ha llamado la atención que la mierda sea lo que hace que las plantas crezcan mejor? Es otro de los vicios sociales, de la llamada civilización, que tiene sus normas puestas por encima de las de la naturaleza. Para la civilización la mierda es detestable, es algo de lo que hay que deshacerse. Para la naturaleza es algo exquisito, es la nata de sus fresas.

Para que veas que la civilización estaba destinada a hundirse, ya que sus normas contravienen las de la vida. No se puede remar contra corriente, no se puede vaciar el mar. Es tan estúpido que resulta hasta tierno.


Yo tengo, como mi abuelo, una enorme pila de mierda a la entrada de mi huerto. La tribu de los espirituales, que son memos por genética, me dirán que eso es una aberración, ya que ellos también han creado, de forma osada, una serie de normas que contravienen a las de Dios mismo, aquel al que tanto dicen amar. Para ellos el mundo debería ser de pitiminí, con unicornios surcando el cielo y osos amorosos dispuestos a perforarte el ano, ya que es lo que más les gusta a los miembros de esta tribu, que les perforen el ano. Que no te lo digan es otra cosa.

Para ellos mi montón de mierda es sólo un montón de mierda. Para mi es el Árbol de la Vida, es la gasolinera donde mi Aston Martin reposta para seguir cruzando las carreteras españolas, trazando curvas de manera bellísima. Para adelantar a su Seat 600 rodeado de unicornios y osos amorosos sodomitas.


Por tanto, querido amigo, no toques mi pila de abono. De hacerlo, activarás la trampa que tengo montada y serás expulsado del Paraíso. Mi manera de expulsarte del Paraíso es clásica, una trampilla que se abre bajo tus pies que conduce a un abismo de afiladísimos pinchos. Ahí morirás, sin duda alguna, y tu esqueleto adornará las paredes del foso como recuerdo de lo estúpido que eres.

¡Ah, mi pila de mierda! ¡Mmmmmmmmmmmm! ¡Qué bien huele!