domingo, 28 de agosto de 2016

Forrest Gump


Vaya buena que es esa peli, ¿eh? El Robert Zemeckis es otro fiera tipo Spielberg, un cañón de tío. Que sí, que James Cameron también, pero me parece un poco chulo. Por eso no me cae tan bien.


Forrest Gump trata de un niño ahí un poco retard pero que al final, según le va la vida, llegamos a la conclusión de que a lo mejor los retard somos nosotros, porque ponemos el foco donde no debe ser.

El chaval, como coco tiene poco, pues se guía por su corazón, que es por lo que se debe guiar alguien si quiere vivir una vida plena. Y, claro, pues le pasan cosas asombrosas, las que todos quisiéramos que nos pasasen, pero como somos taaaaaaaaaaan inteligentes pues no nos pasan.


Sí, tenemos que ser una pasada de inteligentes, para llevar las putas mierdas de vidas que llevamos. Hay que aprender de Forrest. Ese es el mensaje de la película.

Yo qué sé, esta película es un compendio de escenas inolvidables. Todas son cojonudas, una detrás de otra. Las más coñazo son las de la piba, la puta Jenny de los cojones, que trae al pobre chaval por el camino de la amargura. ¡No, es que ahora me quiero hacer cantante folk! Y acaba la zorra cantando en pelotas en un tugurio a merced de indeseables.


¡No, es que ahora me va el rollo disco! Y acaba la zorra tan puesta de farli y de jaco que por poco se suicida por el balcón, la puta de ella.

Y el Forrest ahí, mirando pa ella desde el principio hasta el final de la película. Al final ella acaba con un sidazo de tomo y lomo de tanto compartir jeringuillas y, claro, ahora que la vida le ha parado los pies pues sí se va con el Forrest. Ahora sí, ¿no, zorra? ¡Pues ahora el que te digo que no soy yo!


Como veis, yo soy mucho más tonto que Forrest, mucho más resentido, porque Forrest pasa de todo y se casa con ella, a pesar de que se muere en un plis plas y deja a Forrest con el puto niñazo endilgado.

Pero bueno, como al menos es hijo suyo pues el chaval queda contento, porque tiene a alguien a quién enseñar. Y la peli acaba como empezó, con un niño subiéndose al autobús del colegio.


Todo precioso.

Todo conmovedor.


¿Qué te voy a contar yo ahora después de esto? Pues nada. Me quedo en blanco. Si ya ha dicho Forrest todo lo que había que decir. Que soy idiota, que soy un indocumentado. Que me creo muy listo pero que soy más tonto que una mierda.

O sea, yo aquí devanándome los sesos para ver qué opción en la vida es la más adecuada según las circunstancias, según el tipo de persona que soy yo y según otro montón de variables que me componen un sistema de ecuaciones que ni el Deep Blue, y este pavo va por la vida chupando un pirulí y le sale todo de putísima madre, a pedir de boca.


Vamos, que es evidente que yo soy tonto. Que mi cerebro no es nada comparado con la sencillez de Forrest. Que el tonto soy yo.

¿Qué opción me queda después de contemplar tan espantoso retrato de mi mismo? ¿Qué haría Dorian Gray? Pues esconder el puto retrato para que no lo vea nadie, no sea que me saquen las vergüenzas.


Así que nada, amigos, me subo al desván con este cuadro horrendo que expone la parte más deleznable que hay en mi. Un tipo huraño, acojonado, resentido, amargado, jodido, desesperado, patético, miserable, ruin, indeseable.

Voy a ponerle una sábana por encima y se acabó el problema.


¡Hala! ¡Vamos a tomar el té! ¿Cómo lo toma usted, querida?