Habrá que ver la 3, para completar la
trilogía. King Fu Panda está muy bien, es quizás el motivo por el
que mola Dreamworks ya que Shrek, lo siento, no mola nada.
Shrek es el clásico caso de venta
push. La venta push consiste en vender empujando. Agobiando. Te vas a
comprar esta mierda por mis cojones.
El caso contrario a la venta push es la
venta pull. La venta pull consiste en seducir, en ofrecer con mayor o
menor pericia un producto que tienes para el mercado.
Siendo reduccionistas, podríamos decir
que la venta push es una forma de vender masculina y la venta pull
femenina. Siendo reduccionistas.
Yo con la venta push tengo un problema,
y no sé cómo no lo tiene todo el mundo: por mucho que me empujen a
hacer algo, si ese algo no me gusta, en el mejor de los casos lo voy
a probar una vez. Así que no acabo de entender por qué alguien
invierte en venta push y no en mejorar el producto.
Con la venta pull pasaría lo mismo,
que si el producto no me gusta no lo voy a volver a comprar, pero al
menos no me iré con esa sensación de “anda y que te den por culo,
puto pringado” que me provoca la venta push.
Me voy diciendo “Perdone, señorita,
pero su producto no es para mi. Que tenga un buen día y reciba mis
saludos más cordiales”. En fin, lo que es una cosa civilizada. La
venta push me hace marcharme rezando para que el tal vendedor push se
muera cuanto antes y así su presencia deje de manchar este nuestro
mundo.
Una vez, por experimentar, le dije a
uno de esos vendedores de El Club del Libro o algo así que, sí,
podía venir al día siguiente a mi casa a ofrecerme esa colección
tan maravillosa que tenía para mi. No tenía intención de comprar
nada, pero quería saber qué mueve a alguien a ser TAN pesado.
Simplemente quería estudiar al sujeto, entender sus motivaciones. Yo
hago mucho eso, otros coleccionan insectos clavados en un corcho.
Total, que allí apareció. Bueno,
aparecieron. Venía el cachorro y el viejo perro. El viejo perro se
quedó en un segundo plano, al estilo de los viejos perros, para
tener mayor perspectiva para analizar la jugada. Yo sentí que no era
yo el observado, sino el cachorro. El viejo perro ojeaba al cachorro
para, cuando volvieran a las oficinas, decirle qué había hecho bien
y qué mal.
El cachorro era un pringado de estos
que van al Specka a bailar bakalao. Un perdedor como un castillo. Yo
no tengo nada en contra de los perdedores, de hecho les tengo mucha
ternura. Siempre les presto los oídos para que me cuenten sus mil y
una movidas que esconden, de forma agotadora, mil y un traumas
infantiles. Así que a este chiquillo le presté mis oídos, por
educación. Lo triste es que él se creía que se los estaba
prestando por su pericia comercial. ¿Cómo no me voy a enternecer?
Menudo pringado.
Cuando acepté que vinieran a mi casa
pensé que, no sé, quizás podría llegar a interesarme lo que
tenían para ofrecerme. ¿Quién sabe? Pero no, aquello era un puto
desastre. Ni me acuerdo de qué iban los libros, sí recuerdo que
venían armados con unos archivadores de estos como de oficina o de
colegio en los que llevaban colgando como folletos de la colección
que me ofrecían. Vamos, un espanto. Para comprar eso es mejor que
quemes el dinero para encender la cocina.
Total, que yo estaba poco receptivo,
pero aún así escuchaba al chaval, primero porque no era lo
suficientemente listo como para darse cuenta de que a mi aquello me
importaba un comino y segundo porque probablemente eso era lo que le
dijeron que hiciese: insistir hasta que el cliente quiebre. Y, por
agotamiento, vender esa mierda.
Sólo se rindió cuando, después de
muchas negativas, le puse la mano en el hombro y le felicité por su
actuación y le dije que, sintiéndolo mucho, no estaba interesado.
¡Eso sí que le sentó mal! Cómo se nota que ese chico nunca tuvo
el amor de un padre. De haberlo tenido, primero, nunca habría
aceptado ese puesto de trabajo, y segundo hubiera reaccionado con más
humildad, diciéndome que gracias, pero es que era su primera vez o
algo así.
Por el rabillo del ojo vi como el viejo
perro había entendido que allí no había nada que hacer. Así que
les di las gracias y les acompañé hasta la puerta. El chico
desprovisto de amor iba jodidísimo, humilladísimo, ya ves, qué
tontería. ¿Pero cómo vas a vender esa mierda, tío? Y encima el
pobre me desafió diciendo que porque no le apetecía seguir
intentándolo más, porque si él se empeña en vender algo lo vende.
Para que veáis qué estragos en la
mente de las personas provoca la venta push. Que un pobre chico sin
amor se vaya para casa humillado porque alguien no quiere comprar
algo espantoso. Lo que tenía que haber hecho era hacerle comer al
perro viejo los archivadores esos sin sal ni nada, pero no, encima el
pobre se cree que su peor enemigo es su mejor amigo.
Toda una metáfora microeconómica de
la realidad macroeconómica. Que la gente se cree que el enemigo soy
yo cuando es su jefe.
Triste, ¿no os parece?