Yo tenía un amigo al que llamaban “El
Curry”. Bueno, no era amigo-amigo, era primo de unos amigos, que
también eran primos entre sí. Era el típico amigo por asociación.
El Curry tenía un Ford Fiesta. Estaba
enamorado de su Ford Fiesta, le llamaba “La Enterprise”. O sea,
que un Ford Fiesta lo veía como una majestuosa nave que surca los
universos. O sea, que fíjate si le gustaba su coche.
El Curry era un fiestas, se iba con el
Oscar, alias “El Calamar”, a bailar a las discotecas de
chunguitos de Madrid y se comían pastillas como quien come Fritos de
maíz. Les gustaba mucho la fiesta y yo lo respetaba, porque eran
capaces de hacer cosas que yo no podía hacer. Yo no puedo comerme
pastillas como Fritos de maíz, osar a bailar fatal delante de todo
el mundo y entrarle a 30 pibas en una noche para que me digan que no.
A mi con que una me diga que no ya me
jodió la noche. Voy a necesitar por lo menos esa misma noche y el
día siguiente para recuperarme del revés.
Ellos no, a ellos todas estas
mariconadas se la traían al pairo. ¿Que esta me ha dicho que no?
¡Ya me dirá que sí la siguiente! ¡Y mira qué puñado de pas
llevo encima! ¿Tú te crees que un puto chocho me va a amargar a mi
la noche? Ni en sueños.
Quizás El Curry nunca supo que yo le
admiraba precisamente por aquello que él pensaba que tenía que
avergonzarse, pero así era.
El Curry llevaba unas cabras de belén
en el salpicadero de La Enterprise. Esas de plástico, las que pones
en el belén en Navidad, vamos. A mi me parecía algo espantoso, pero
él estaba más orgulloso de sus putas cabras casi tanto como de su
Ford Fiesta. Nos contaba extrañísimas historias sin pies ni cabeza
sobre las putas cabras cuando íbamos al coche a, bueno, a repostar.
¡Cosas de jóvenes!
La admiración que tengo por El Curry y
por la gente como El Curry está muy presente en mi obra. Como yo
consigo hacer bellísimos versos sin rima sin despeinarme no lo
admiro mucho, porque me resulta fácil. Sin embargo admiro muchísimo
que alguien ponga unas putas cabras de belén en el salpicadero de su
coche. ¡Hala! ¡Esto es todo lo que necesito para ser feliz! ¡Te
comes mucho la cabeza, Juan! ¡La vida es mucho más sencilla que
todo eso!
Y tienen razón. Una y mil veces,
tienen razón.
Quizás yo si pongo unas cabras de
belén en el salpicadero de mi coche sea algo impostado. Yo no tengo
esa cualidad tan simple de poner unas cabras y ya está. Yo nunca lo
haré como El Curry, de una manera tan espantosa pero tan
definitivamente bella. Yo he llegado a las más altas cimas
espirituales y lo que hallé en ellas es una galleta de la fortuna
que, al abrirla, contenía un mensaje que ponía “Pon unas putas
cabras de belén en el salpicadero de tu Ford Fiesta, subnormal”.
Asombrado por tal revelación, me puse
en marcha; había entendido, por fin, cuál es el significado de la
vida. No, yo no soy como El Curry. Yo he cerrado el círculo, llegué
a lo más alto de la montaña rusa para entender que todo lo que
podía hacer a partir de entonces era bajar. El Curry no ha subido ni
medio peldaño en la escalera de la elevación, pero, aún así,
posee en sus manos la sabiduría que se obtiene al llegar a lo alto
de ella, sin saberlo.
Por lo tanto no puedo fingir que soy
como El Curry. Lo que sí puedo hacer, sin ninguna duda, es rendirle
homenaje. Porque me he dado cuenta de que construir la más bella
catedral gótica hace exactamente la misma ofrenda a Dios que poner
unas cabras en el salpicadero. Es más, casi es mayor la ofrenda de
las cabras, porque no se anda tanto por las ramas. Es dar las gracias
a Dios por estar vivo de manera directa, sencilla. Como un padre
quiere que le dé las gracias su hijo. “Gracias, papá”. Eso es
todo.
Cuando dibujo enormes pollas en lienzos
la gente se cree que me he vuelto loco. ¿Pero tú no eres artista?
¡Eso parece la obra de un mecánico! ¡Gracias! ¡Eso es justo lo
que sueño con hacer! ¡Algo tan sencillo como lo que hace un
mecánico! Porque me he dado cuenta, mi no tan elevado amigo como
crees, que lo que se divisa desde las alturas es el poster de una
jamona en un taller. No hay nada más. Tú crees que sí, porque
tienes la vista nublada por tu vanidad, y crees que estar cerca de
Dios es estar rodeado de rayos solares, liras, ángeles y trompetas
de oro puro. No podrías estar más equivocado.
Estar cerca de Dios es estar arreglando
el Ford Fiesta de El Curry, manchándote de su aceite de baja
calidad, porque El Curry tampoco es que sea Onassis precisamente. Es
reírte con él con sus gracias de baja calidad, como el aceite de su
coche, porque El Curry tampoco es Paco Umbral, precisamente. Y, aún
con todo, Paco Umbral me temo que jamás estará tan cerca de Dios
como lo está El Curry.
Por eso dibujo pollas. Por El Curry.