lunes, 29 de agosto de 2016

Ko-Lee Go Noodles (Curry)


Yo tenía un amigo al que llamaban “El Curry”. Bueno, no era amigo-amigo, era primo de unos amigos, que también eran primos entre sí. Era el típico amigo por asociación.


El Curry tenía un Ford Fiesta. Estaba enamorado de su Ford Fiesta, le llamaba “La Enterprise”. O sea, que un Ford Fiesta lo veía como una majestuosa nave que surca los universos. O sea, que fíjate si le gustaba su coche.

El Curry era un fiestas, se iba con el Oscar, alias “El Calamar”, a bailar a las discotecas de chunguitos de Madrid y se comían pastillas como quien come Fritos de maíz. Les gustaba mucho la fiesta y yo lo respetaba, porque eran capaces de hacer cosas que yo no podía hacer. Yo no puedo comerme pastillas como Fritos de maíz, osar a bailar fatal delante de todo el mundo y entrarle a 30 pibas en una noche para que me digan que no.


A mi con que una me diga que no ya me jodió la noche. Voy a necesitar por lo menos esa misma noche y el día siguiente para recuperarme del revés.

Ellos no, a ellos todas estas mariconadas se la traían al pairo. ¿Que esta me ha dicho que no? ¡Ya me dirá que sí la siguiente! ¡Y mira qué puñado de pas llevo encima! ¿Tú te crees que un puto chocho me va a amargar a mi la noche? Ni en sueños.


Quizás El Curry nunca supo que yo le admiraba precisamente por aquello que él pensaba que tenía que avergonzarse, pero así era.

El Curry llevaba unas cabras de belén en el salpicadero de La Enterprise. Esas de plástico, las que pones en el belén en Navidad, vamos. A mi me parecía algo espantoso, pero él estaba más orgulloso de sus putas cabras casi tanto como de su Ford Fiesta. Nos contaba extrañísimas historias sin pies ni cabeza sobre las putas cabras cuando íbamos al coche a, bueno, a repostar. ¡Cosas de jóvenes!


La admiración que tengo por El Curry y por la gente como El Curry está muy presente en mi obra. Como yo consigo hacer bellísimos versos sin rima sin despeinarme no lo admiro mucho, porque me resulta fácil. Sin embargo admiro muchísimo que alguien ponga unas putas cabras de belén en el salpicadero de su coche. ¡Hala! ¡Esto es todo lo que necesito para ser feliz! ¡Te comes mucho la cabeza, Juan! ¡La vida es mucho más sencilla que todo eso!

Y tienen razón. Una y mil veces, tienen razón.


Quizás yo si pongo unas cabras de belén en el salpicadero de mi coche sea algo impostado. Yo no tengo esa cualidad tan simple de poner unas cabras y ya está. Yo nunca lo haré como El Curry, de una manera tan espantosa pero tan definitivamente bella. Yo he llegado a las más altas cimas espirituales y lo que hallé en ellas es una galleta de la fortuna que, al abrirla, contenía un mensaje que ponía “Pon unas putas cabras de belén en el salpicadero de tu Ford Fiesta, subnormal”.

Asombrado por tal revelación, me puse en marcha; había entendido, por fin, cuál es el significado de la vida. No, yo no soy como El Curry. Yo he cerrado el círculo, llegué a lo más alto de la montaña rusa para entender que todo lo que podía hacer a partir de entonces era bajar. El Curry no ha subido ni medio peldaño en la escalera de la elevación, pero, aún así, posee en sus manos la sabiduría que se obtiene al llegar a lo alto de ella, sin saberlo.


Por lo tanto no puedo fingir que soy como El Curry. Lo que sí puedo hacer, sin ninguna duda, es rendirle homenaje. Porque me he dado cuenta de que construir la más bella catedral gótica hace exactamente la misma ofrenda a Dios que poner unas cabras en el salpicadero. Es más, casi es mayor la ofrenda de las cabras, porque no se anda tanto por las ramas. Es dar las gracias a Dios por estar vivo de manera directa, sencilla. Como un padre quiere que le dé las gracias su hijo. “Gracias, papá”. Eso es todo.

Cuando dibujo enormes pollas en lienzos la gente se cree que me he vuelto loco. ¿Pero tú no eres artista? ¡Eso parece la obra de un mecánico! ¡Gracias! ¡Eso es justo lo que sueño con hacer! ¡Algo tan sencillo como lo que hace un mecánico! Porque me he dado cuenta, mi no tan elevado amigo como crees, que lo que se divisa desde las alturas es el poster de una jamona en un taller. No hay nada más. Tú crees que sí, porque tienes la vista nublada por tu vanidad, y crees que estar cerca de Dios es estar rodeado de rayos solares, liras, ángeles y trompetas de oro puro. No podrías estar más equivocado.


Estar cerca de Dios es estar arreglando el Ford Fiesta de El Curry, manchándote de su aceite de baja calidad, porque El Curry tampoco es que sea Onassis precisamente. Es reírte con él con sus gracias de baja calidad, como el aceite de su coche, porque El Curry tampoco es Paco Umbral, precisamente. Y, aún con todo, Paco Umbral me temo que jamás estará tan cerca de Dios como lo está El Curry.

Por eso dibujo pollas. Por El Curry.