martes, 30 de agosto de 2016

Crossfire Energy Drink


Esta es una de las dos marcas de bebidas energéticas que hay en el Dealz. Te cobran un euro por cuatro latas pequeñas o uno y medio por dos de las de la otra marca de medio litro. Como ayer me dijo el gerente del Dealz al que suelo ir, “es la hostia”.


Aquel gerente y yo tuvimos buenas vibraciones desde el principio. Él es el típico así un poco garrulín pero se lo está currando en la vida. Yo soy el típico pintas pero que se me ve en los ojos que soy listo. Estamos destinados a entendernos. Y así fue, con una mirada.

Yo vi una oferta que no podía creer: tres botes grandes de baked beans HP por euro y medio. Como no estaba seguro de que esto fuera verdad quise asegurarme preguntándole a alguien de la tienda, así que vi a este señor, que llevaba camisa y corbata. La camisa y la corbata quieren decir que tienes responsabilidades, así que preferí acercarme a él que a los que llevan polo y pantalones de loneta, que son los curritos.


Estaba aleccionando a un currito, que los curritos ya sabéis cómo son: unos inútiles. Hay que estar todo el día encima de ellos para que hagan algo medio a derechas. Le estaba diciendo dónde poner unos cartones promocionales o algo así. Me vio por el rabillo del ojo. Primero me vio las pintas, con lo que de primeras torció la cabeza y siguió aleccionando. Pero luego me vio los ojos y ya se dio cuenta de que este es algo más que un puto pintas. Así que se apuró en terminar de aleccionar al inútil para atenderme a mi.

“¿En qué le puedo ayudar?”. Oye, ¿tú sabes de precios? Ahí se sintió halagado, porque sintió que yo había entendido que él tenía responsabilidades más altas que poner los putos precios en las etiquetas, labor de putos curritos. Con el pecho hinchado, y aunque esa no era su especialidad, siguió atendiéndome.


Mira, es que veo estos botes tan grandes que no me puedo creer que sean tres por euro y medio, a ver si estoy entendiendo mal. “Sí, sí, es que es la hostia”. Ahí me trató de igual a igual, de gerente a gerente. Los dos sabemos de qué va el puto rollo de dirigir algo. Con ese reconocimiento mutuo espontáneo los dos quedamos alimentados espiritualmente para toda la mañana.

¡Putos curritos! ¡Qué inútiles son! ¿Tú alguna vez has tenido que llevar las riendas de algo o eres un puto currito? Llevar las riendas de algo es lo que todo el mundo desea en principio, porque está asociado al éxito, a la camisa y a la corbata, a que te respeten porque eres alguien importante. Todo eso está muy bien, pero la gente no se da cuenta de que ese éxito social tiene un precio más alto que los del Dealz.


Los curritos son una peste. Son peores que un animal doméstico, ya que los animales domésticos no tienen tanto orgullo. Tú les alimentas, les das caricias y ellos te lo pagan queriéndote más que nada en el mundo. Los animales domésticos sí saben cómo hacer los negocios porque no tienen un cerebro que les haga pensar que son más de lo que son cuando no es así en ninguno de los casos.

A mi gata no la quiero porque sepa hacer trabajos complejos, ni porque sea buena conversadora. La quiero porque me da mimos y porque deja que yo se los dé a ella. Nada más. Yo me siento bien cuidando a alguien y alguien se siente bien siendo cuidado por mi. En principio este asunto no debería tener más vericuetos.


Pero ¡ay! El currito tiene algo que mi gata no tiene: orgullo sin sentido. El currito es un inútil pero quiere que le traten como a un príncipe. Quiere que su trabajo sea reconocido cuando no hay ningún trabajo que reconocer. Quiere que le trates como a un igual pero no lo es. ¿Para qué sirve un currito? Para hacer las labores pesadas y mecánicas que tú ni quieres ni debes hacer, ya que tu capacidad exige que te dediques a quehaceres más elevados. Tú sí mereces respeto, no el currito.

Si ese currito en verdad no lo es y, como tú, es alguien de más capacidad que está empezando de currito, reconocerás ese brillo en la mirada enseguida. Sin embargo si estás ante un currito que lo será hasta el final de sus días también lo verás con facilidad. Yo no sé para qué sirven los curriculums, si todo está ya escrito en los ojos.


El currito que no lo es no quiere que lo respetes porque estés obligado a ello, como por un contrato moral. Quiere que lo respetes por un trabajo bien hecho. No quiere tus tibias caricias, ya que no es un perro.

Quizás ese haya sido mi fallo con los curritos: tratarles como iguales. Yo a un igual no le acaricio la cabeza tibiamente, porque entiendo que se sentirá ofendido, como yo me sentiría si alguien me lo hiciese a mi. Por eso a los curritos les he tratado severamente, como me gustaría que me tratasen a mi, con nivel. Pero el nivel exige una fortaleza que el currito no tiene. Si yo me enfado por una chapuza espantosa el currito no entenderá que le estoy respetando, se sentirá herido, ya que no tiene capacidad para entender nada a partir de cierto punto. Así que, como currito, empezará a revolverse como un niño arrinconado.


Sí, definitivamente el error lo he cometido yo.

Creo que tengo que empezar a ver que no hay desprecio en acariciar tibiamente la cabeza de alguien, ya que ese es el premio máximo al que aspira. El currito no quiere lograr grandes metas como yo, por eso me exijo tanto, quiere que le des unos durillos para irse a casa con su novia y luego al bar, a gastar los duros en alcohol. A eso aspira. Y así debe ser.


Por tanto yo, como siempre, he pecado de creer que los demás son como yo cuando no lo son. Como ves, ya me estoy echando la responsabilidad a mis espaldas, cuando la responsabilidad de esa chapuza espantosa es del inútil y de nadie más que del inútil. Pero el inútil no podría con ella. Por eso existo yo.

No queráis ser unos genios porque no es tan agradable como dicen las películas, que sólo os enseñan lo bueno. Esto es una desgracia superlativa. Ay, ¡quién fuera currito!