Esta es una de las dos marcas de
bebidas energéticas que hay en el Dealz. Te cobran un euro por
cuatro latas pequeñas o uno y medio por dos de las de la otra marca
de medio litro. Como ayer me dijo el gerente del Dealz al que suelo
ir, “es la hostia”.
Aquel gerente y yo tuvimos buenas
vibraciones desde el principio. Él es el típico así un poco
garrulín pero se lo está currando en la vida. Yo soy el típico
pintas pero que se me ve en los ojos que soy listo. Estamos
destinados a entendernos. Y así fue, con una mirada.
Yo vi una oferta que no podía creer:
tres botes grandes de baked beans HP por euro y medio. Como no estaba
seguro de que esto fuera verdad quise asegurarme preguntándole a
alguien de la tienda, así que vi a este señor, que llevaba camisa y
corbata. La camisa y la corbata quieren decir que tienes
responsabilidades, así que preferí acercarme a él que a los que
llevan polo y pantalones de loneta, que son los curritos.
Estaba aleccionando a un currito, que
los curritos ya sabéis cómo son: unos inútiles. Hay que estar todo
el día encima de ellos para que hagan algo medio a derechas. Le
estaba diciendo dónde poner unos cartones promocionales o algo así.
Me vio por el rabillo del ojo. Primero me vio las pintas, con lo que
de primeras torció la cabeza y siguió aleccionando. Pero luego me
vio los ojos y ya se dio cuenta de que este es algo más que un puto
pintas. Así que se apuró en terminar de aleccionar al inútil para
atenderme a mi.
“¿En qué le puedo ayudar?”. Oye,
¿tú sabes de precios? Ahí se sintió halagado, porque sintió que
yo había entendido que él tenía responsabilidades más altas que
poner los putos precios en las etiquetas, labor de putos curritos.
Con el pecho hinchado, y aunque esa no era su especialidad, siguió
atendiéndome.
Mira, es que veo estos botes tan
grandes que no me puedo creer que sean tres por euro y medio, a ver
si estoy entendiendo mal. “Sí, sí, es que es la hostia”. Ahí
me trató de igual a igual, de gerente a gerente. Los dos sabemos de
qué va el puto rollo de dirigir algo. Con ese reconocimiento mutuo
espontáneo los dos quedamos alimentados espiritualmente para toda la
mañana.
¡Putos curritos! ¡Qué inútiles son!
¿Tú alguna vez has tenido que llevar las riendas de algo o eres un
puto currito? Llevar las riendas de algo es lo que todo el mundo
desea en principio, porque está asociado al éxito, a la camisa y a
la corbata, a que te respeten porque eres alguien importante. Todo
eso está muy bien, pero la gente no se da cuenta de que ese éxito
social tiene un precio más alto que los del Dealz.
Los curritos son una peste. Son peores
que un animal doméstico, ya que los animales domésticos no tienen
tanto orgullo. Tú les alimentas, les das caricias y ellos te lo
pagan queriéndote más que nada en el mundo. Los animales domésticos
sí saben cómo hacer los negocios porque no tienen un cerebro que
les haga pensar que son más de lo que son cuando no es así en
ninguno de los casos.
A mi gata no la quiero porque sepa
hacer trabajos complejos, ni porque sea buena conversadora. La quiero
porque me da mimos y porque deja que yo se los dé a ella. Nada más.
Yo me siento bien cuidando a alguien y alguien se siente bien siendo
cuidado por mi. En principio este asunto no debería tener más
vericuetos.
Pero ¡ay! El currito tiene algo que mi
gata no tiene: orgullo sin sentido. El currito es un inútil pero
quiere que le traten como a un príncipe. Quiere que su trabajo sea
reconocido cuando no hay ningún trabajo que reconocer. Quiere que le
trates como a un igual pero no lo es. ¿Para qué sirve un currito?
Para hacer las labores pesadas y mecánicas que tú ni quieres ni
debes hacer, ya que tu capacidad exige que te dediques a quehaceres
más elevados. Tú sí mereces respeto, no el currito.
Si ese currito en verdad no lo es y,
como tú, es alguien de más capacidad que está empezando de
currito, reconocerás ese brillo en la mirada enseguida. Sin embargo
si estás ante un currito que lo será hasta el final de sus días
también lo verás con facilidad. Yo no sé para qué sirven los
curriculums, si todo está ya escrito en los ojos.
El currito que no lo es no quiere que
lo respetes porque estés obligado a ello, como por un contrato
moral. Quiere que lo respetes por un trabajo bien hecho. No quiere
tus tibias caricias, ya que no es un perro.
Quizás ese haya sido mi fallo con los
curritos: tratarles como iguales. Yo a un igual no le acaricio la
cabeza tibiamente, porque entiendo que se sentirá ofendido, como yo
me sentiría si alguien me lo hiciese a mi. Por eso a los curritos
les he tratado severamente, como me gustaría que me tratasen a mi,
con nivel. Pero el nivel exige una fortaleza que el currito no tiene.
Si yo me enfado por una chapuza espantosa el currito no entenderá
que le estoy respetando, se sentirá herido, ya que no tiene
capacidad para entender nada a partir de cierto punto. Así que, como
currito, empezará a revolverse como un niño arrinconado.
Sí, definitivamente el error lo he
cometido yo.
Creo que tengo que empezar a ver que no
hay desprecio en acariciar tibiamente la cabeza de alguien, ya que
ese es el premio máximo al que aspira. El currito no quiere lograr
grandes metas como yo, por eso me exijo tanto, quiere que le des unos
durillos para irse a casa con su novia y luego al bar, a gastar los
duros en alcohol. A eso aspira. Y así debe ser.
Por tanto yo, como siempre, he pecado
de creer que los demás son como yo cuando no lo son. Como ves, ya me
estoy echando la responsabilidad a mis espaldas, cuando la
responsabilidad de esa chapuza espantosa es del inútil y de nadie
más que del inútil. Pero el inútil no podría con ella. Por eso
existo yo.
No queráis ser unos genios porque no
es tan agradable como dicen las películas, que sólo os enseñan lo
bueno. Esto es una desgracia superlativa. Ay, ¡quién fuera currito!