De todas las películas del bueno de
Tim Burton Ed Wood es la que más me gusta. Curiosamente es la que
visualmente se aleja más del estilo Tim Burton. Es como su Lista de
Schindler, rodada en blanco y negro porque la reverencia al
protagonista así lo exigía.
A mi Tim Burton, que Dios me perdone,
me agota. Su rollo “soy un eterno niño soñador que la actual
sociedad no comprende” me parece tan años 90 que me dan ganas de
vomitar. O sea, estaba guay al principio, pero para ya, Tim, te lo
estamos pidiendo por favor.
Parece sensato pensar que ese es el
mejor enfoque de la vida: no abandonar nunca la infancia, porque allí
es donde los sueños viven, y si algo tiene sentido en la vida es dar
forma a aquellos sueños. Todo dabuti, Tim, pero luego me entero que
tu matrimonio con Helena Bonham Carter va tan de puta pena que habéis
dividido vuestra palaciega casa en dos para no encontraros el uno al
otro, del asco que os habéis acabado dando.
Coño, Tim. Es que ese dato desmonta
todo tu puto rollo, lo siento.
Tim Burton temo que ha hecho una
aberración de la idea de que una visión inocente es la clave de la
vida. Se ha quedado en la superficie, en la primera idea. Es cierto
que la nostalgia por la infancia es síntoma de alguien más cercano
a la iluminación que los demás, pero que esté más cerca no quiere
decir que haya contemplado La Verdad de manera completa.
De haber sido así no tendrías
problemas con tu mujer, ya que los problemas habrían desaparecido de
tu horizonte.
Es como si yo quiero interpretar la
idea “amor” y dibujo un corazón. Tim Burton ha querido
interpretar la idea “inocencia” y ha dibujado un cuarto de
juegos. Pero es que la inocencia no es sólo eso. Lo es, qué duda
cabe, pero también lo es raíces estrangulándose las unas a las
otras y leones devorando gacelas. La inocencia es la verdad, tal y
como sea. Tim Burton tiene demasiado miedo a una parte de la Verdad y
por eso ha creado un universo prefabricado.
Lo obsceno de esto es que pretende
quedar por encima del, pongamos por caso, típico tiburón de las
finanzas que tiene una mansión que te cagas y una mujer con unas
tetas como balones de playa. No, Tim, has hecho la misma aberración,
la prueba es que has acabado como el tiburón: dividiendo la mansión
en dos partes para no ver a tu mujer. Eres igual de cacoso que el tío
al que tanto desprecias, de osada forma.
La visión del tiburón es igual que la
tuya, porque ese niño con lo que soñaba de pequeño es con que todo
el mundo le hiciera caso (ya que, pobre, nadie se lo hacía) y con
follar así como mucho y muy fuerte, para que todo el mundo se
enterase, por fin, de que él es importante, de que no es el
escupitajo en el suelo que todo el mundo piensa que es. Como ves,
eres igual que tu teórico enemigo. Peor, porque tú encima vas de
víctima, de inocente presa de las circunstancias. El tiburón será
todo lo maleducado que tú quieras, pero al menos no va de pobrecito
por la vida. Va de lo que es, un hijo de puta. Y tú eres igual de
hijo de puta que él, ya que sólo te miras el ombligo, y vas de
buenecito.
Si hay algo de tu enfoque que me da
asco es eso.
Por eso Ed Wood me da unas sensaciones
encontradas, porque es una película gloriosa hecha por alguien que,
para mi gusto, de glorioso no tiene nada. Supongo que es el típico
“me encantas como artista pero como persona me pareces un asco”.
Puede ser que sí.
Sea como sea, el rollo este de “eterno
niño” es como super 90s. Como super pasado de moda. Como super
Helena, vente conmigo que yo te lo voy a hacer mejor que él.
Vamos, pero seguro. ¡Ni media duda,
Helena!