Ah, Pixar. Cómo se desvanece tu
embrujo. No, no te lamentes, tú sabías a lo que jugabas. ¿O no?
¿No sabes que cuando entras en la rueda del molar llegará un día
en el que dejes de hacerlo?
Pues sí. Es un juego maravilloso, es
indudable. Pero si vas al casino recuerda que la banca siempre gana.
Por eso existen los casinos, si no hace tiempo que se habrían
arruinado. Ei, puedes jugar todo lo que quieras, incluso puedes
retirarte e irte a casa con las ganancias. El casino no te guarda
rencor, se alegra por ti, que tú ganes no significa que deje de
ganar él. ¡Ya llegará otro pardillo a perder lo que tú te llevas!
La rueda del molar es para jóvenes,
porque tienen mucha energía que se les puede robar. Un vejestorio
como yo ya no está para esos trotes, no puedo malgastar mi esencia
así, a lo loco. Tengo que administrarla mejor. Un tipo como yo ha de
tener entidad propia, si depende de la ruleta está perdido.
En la década de los 20 tienes que ir
al Casino Del Molar. Si no, eres gilipollas. No, no, no es opinable.
Eres gilipollas. Si vas a Italia y no pruebas la pasta italiana eres
gilipollas. Así. “No, es que yo no como carbohidratos”. Pues muy
bien. Eres un gilipollas realmente sano. Pero sigues siendo
gilipollas igual.
En la década de los 20 tienes tanta
energía en entrópico estado que no puedes saber qué hacer con
ella. Por lo tanto tienes que ir al Casino Del Molar. Allí saben qué
hacer con ella. Te la roban toda, te dejan sin nada, pero a cambio
sales de allí siendo un tahúr molón. En la década de los 20 no
puedes dedicarte a ser hormiguita, eso es ir en contra de ti mismo.
Sí, cuéntame todos los cuentos que quieras, que tú eres una
persona responsable, que yo soy un alocado desperado... ¡Todo lo que
quieras! Pero tú sabes, tan bien como yo, que el movimiento
realmente responsable en la década de los 20 es ir al Casino Del
Molar.
Tú no fuiste y ahora no sabes nada.
Ahí estás, con el talento que enterraste bajo tierra, para que
nadie te lo quitase. ¿No lees la Biblia? ¡Por supuesto que no! Y si
la lees no la entiendes, porque entonces no cuadra que enterrases tu
talento para que nadie te lo quitase. Si Jesús también dice que
tienes que ir al Casino Del Molar. Si no me haces caso a mi haz caso
a Jesús.
En el Casino Del Molar son unos
auténticos hijos de puta. Te hacen creer que la noche nunca acabará,
por eso no tienen ventanas, para que su farsa no se descubra jamás.
Y tú te dejas seducir por la idea de la inmortalidad, de que puedes
seguir yendo a 260 por la carretera porque nunca habrá ningún peaje
que te detenga. Y mientras tú pisas el acelerador ellos te cobran la
gasolina a un precio meteórico. ¿Ves cómo está todo pensado?
Quieren que corras mucho para que gastes mucha gasolina, no para que
te lo pases bien. Que te lo pases bien es el cebo, lo que realmente
importa en el Casino Del Molar es que compres más y más gasolina.
De eso viven, de tu pasión por la velocidad.
Finalmente en el horizonte se vislumbra
un peaje y tú te has quedado sin dinero. ¡Pero...! ¡Esto es
trampa! ¡No hay peajes en mi autovía! Eso es lo que habíamos
acordado, ¿no?
Sí, pero era mentira. ¡Tonto! ¡Tonto!
Jajajajaja. Cómo te hemos tomado el pelo.
Y ahí te quedas, justo delante del
peaje, prostituyéndote para comprar un poquito de gasofa, aunque sea
de 95. Y haciéndote a la idea de que eso de ir a 260 se ha acabado.
A partir de ahora a 90 si la cosa va muy bien, si no con ir a 70 vas
que te matas. A que te pasen las autocaravanas. Ahí, a sentirte
humillado, siendo adelantado por una autocaravana.
Pero si eres listo como yo no has de
sentirte triste. ¡Yo ya sabía lo que iba a pasar desde el
principio! No tenía ningún problema con ello. Por supuesto que me
iba a quedar sin gasolina, pero ese no era el objetivo del plan. El
objetivo era aprender a conducir. ¡Y eso no es que haya quedado
hecho, es que ha quedado bordado! Fitipaldi, me puedes llamar, si
insistes. Como a los dirigentes del Casino del Molar la gente
inteligente les gusta, me saludan desde lejos, contentos por lo que
he conseguido. Y yo les devuelvo el saludo guiñándoles un ojo, como
diciendo “Hay que ver lo hijos de puta que sois”.
Y tú, ¿qué? Por ahí te veo venir.
Con tu honesto Opel Corsa, siempre respetando el límite de
velocidad. ¡Qué íntegro! ¡Qué buen ciudadano! Qué lección más
hermosa me has dado. Yo corriendo como si no hubiese mañana y, ya
ves, estamos los dos al mismo nivel. Al mismo-mismo no. Tú tienes un
color agrio en la cara y yo estoy rosado como un cerdito. Y, sí, los
dos vamos a tener que ir a 90 a partir de ahora, con la única
diferencia que yo sé lo que es ir a 260 y tú no. Y yo ya me he
quitado ese gusanillo, no me apetece nada ponerme a 260 ni una puta
vez más. ¡Es peligrosísimo! Sin embargo tú siempre vas a estar
tentado de pisar el acelerador, sólo que ahora ya sí que es
imposible que lo puedas hacer.
Hombre, por poder puedes, pero este
nuevo tramo de carretera está lleno de radares, la carretera está
en malas condiciones, no sé. Si te la juegas es muy posible que
quedes varado una buena temporada. Y yo todo feliz, porque ir a 90 es
lo que me pide el cuerpo ahora.
¿Qué? ¿Estaba yo loco o estaba tan
cuerdo que te he reventado la cabeza?