Si he de fumar un tabaco de mariquita,
prefiero que sea el de vainilla, no el de frambuesa. El de frambuesa
es demasiado mariquita y el de chocolate, no sé, yo no veo ahí el
chocolate por ningún lado.
Cuando uno compra un tabaco “sabor
vainilla” espera que sepa a vainilla. Sin embargo, sabe a tabacote
normal, lo que pasa es que huele a vainilla. Uno espera mmmmm que las
papilas gustativas aprecien la vainilla, mezclada con el sabor del
humo de este tabaco alemán. Pero no, es sólo tu narizota la que
apreciará la vainilla, porque aquí no hay tal sabor, sólo olor.
¿Por qué compro esto entonces? Bueno,
pues porque al menos huele. Olor sin sabor es mejor que ni olor ni
sabor. No, no, el humo huele igual de mal o de bien que el de
cualquier otro tabaco. Aquí lo que harán será mezclar unas cuantas
ramas de vainilla con el tabaco para que se le pegue el olor y
puerta. Aquí no hay “refinado proceso” que valga. Esto lo puedo
yo hacer en el garaje de mi tía Angustias sin ningún problema, cojo
un par de baldes, meto el tabaco, le echo un par de ramitas de
vainilla, lo muevo así un poco con la mano, lo dejo reposar, me voy
a ver la tele y al día siguiente tengo tres o cuatro kilos de
carísimo tabaco “sabor vainilla” que vender en el mercado.
Los negocios, como la salud, es otro
mito que nos han vendido, al menos a mi me lo han vendido pero bien.
¡La salud! ¡Los negocios! ¡Son cosas delicadísimas!
¡Complicadísimas! Que va, que va. Esto es sota caballo y rey. ¿No
ves que todo es un timo? Si la vida son cuatro bobadas...
Cuando empecé a hacerme mayor y a ser
“un hombrecito” me tuve que empezar a preocupar de estas cosas,
que son las cosas propias de “un hombrecito”. ¡Menudo miedo!
Ante mi aparecían dos sombras amenazadoras, espantosas, sugiriendo
que eran proyectadas por dos monstruos invencibles. Quién me iba a
decir a mi que eran dos ratones, Pixie y Dixie, con una linterna
detrás en un ángulo particular.
Ahora tengo entre manos otro Gran
Leviatán que, como yo a las mujeres las entiendo de un vistazo, me
da menos miedo: el matrimonio. El matrimonio será otro de esos
monstruos que al final son gatitos que con tres caricias ya los
tienes amaestrados. Al final todo es un cuento, es todo fácil. ¿Qué
opción es la más fácil en este momento? Esta. Pues esa es la
opción correcta. No hay otro misterio en la vida.
Mi cerebro, aunque titánico, prefiero
que tome menos decisiones de las que probablemente tú le dejes tomar
al tuyo. El corazón es bastante mejor consejero para las decisiones
cruciales, ya que como dijo Woody Allen, en el corazón hay sangre, y
la sangre viaja por todo el cuerpo, sabe lo que vale un peine. En el
cerebro sólo hay células grises, están ahí plantadas y piensan.
Yo a mi Mac no le dejo tomar una puta
decisión. ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué coño sabe este puto
cacharro de la toma de decisiones? Este es un cacharro potentísimo
para analizar datos, cruzarlos con otra serie de datos y darme un
número que yo tardaría años en calcular en medio segundo. Pero el
que tiene que saber qué hacer con ese número soy yo, no el puto
ordenador. Con el cerebro ocurre lo mismo.
Mi cerebro es capaz de sugerir
escenarios fantásticos, retorcidísimos, diabólicos, imposibles,
pero el pobre es que sólo se está imaginando cosas. No tiene la
realidad delante de sus narices, como tiene mi corazón. Mi corazón
ve que esos escenarios están muy bien para saber hallar caminos
inesperados, que hagan que tú te quedes fascinado ante cómo he sido
yo capaz de llegar antes que nadie a la meta sin que ni siquiera
parezca que esté despeinado. Pero el que dice por dónde hay que
tirar en cada momento es mi corazón.
Mi cerebro, al ser capaz de procesar
complejísimas ecuaciones, puede imaginar escenarios maravillosos,
bucólicos. Y es mi corazón el que se pone manos a la obra con las
herramientas reales que están al alcance de mi mano para llegar a
esos escenarios imaginados. ¡Pero tú no inviertas los papeles,
berzotas! ¡No dejes que el cerebro tome decisiones! El cerebro está
como una regadera, esa es su naturaleza. Estar como una regadera. Por
eso se le ocurren ideas tan fantásticas. Pero de manejarse en la
realidad no tiene ni pajolera idea, ni debe. Ese es trabajo de tu
corazón.
Así que, tío, deja de hacer el tonto
porque me estás dando pena, de verdad. Yo no sé qué ideas de
chichinabo le estás dejando tener a tu corazón ni qué decisiones
de cabestro irrecuperable le estás dejando tomar a tu cerebro, pero
la realidad alerta de que tu negocio es un desastre. ¡Esto es un
desastre! ¡No sabes ni cómo funciona tu propio cuerpo!
No sé, tío. Tómate unas vacaciones.
O aprende cómo funcionas, qué sé yo. Pero no me ofendas la vista
con este desgraciado accidente que es tu vida.