miércoles, 31 de agosto de 2016

Harvest vainilla


Si he de fumar un tabaco de mariquita, prefiero que sea el de vainilla, no el de frambuesa. El de frambuesa es demasiado mariquita y el de chocolate, no sé, yo no veo ahí el chocolate por ningún lado.


Cuando uno compra un tabaco “sabor vainilla” espera que sepa a vainilla. Sin embargo, sabe a tabacote normal, lo que pasa es que huele a vainilla. Uno espera mmmmm que las papilas gustativas aprecien la vainilla, mezclada con el sabor del humo de este tabaco alemán. Pero no, es sólo tu narizota la que apreciará la vainilla, porque aquí no hay tal sabor, sólo olor.

¿Por qué compro esto entonces? Bueno, pues porque al menos huele. Olor sin sabor es mejor que ni olor ni sabor. No, no, el humo huele igual de mal o de bien que el de cualquier otro tabaco. Aquí lo que harán será mezclar unas cuantas ramas de vainilla con el tabaco para que se le pegue el olor y puerta. Aquí no hay “refinado proceso” que valga. Esto lo puedo yo hacer en el garaje de mi tía Angustias sin ningún problema, cojo un par de baldes, meto el tabaco, le echo un par de ramitas de vainilla, lo muevo así un poco con la mano, lo dejo reposar, me voy a ver la tele y al día siguiente tengo tres o cuatro kilos de carísimo tabaco “sabor vainilla” que vender en el mercado.


Los negocios, como la salud, es otro mito que nos han vendido, al menos a mi me lo han vendido pero bien. ¡La salud! ¡Los negocios! ¡Son cosas delicadísimas! ¡Complicadísimas! Que va, que va. Esto es sota caballo y rey. ¿No ves que todo es un timo? Si la vida son cuatro bobadas...

Cuando empecé a hacerme mayor y a ser “un hombrecito” me tuve que empezar a preocupar de estas cosas, que son las cosas propias de “un hombrecito”. ¡Menudo miedo! Ante mi aparecían dos sombras amenazadoras, espantosas, sugiriendo que eran proyectadas por dos monstruos invencibles. Quién me iba a decir a mi que eran dos ratones, Pixie y Dixie, con una linterna detrás en un ángulo particular.


Ahora tengo entre manos otro Gran Leviatán que, como yo a las mujeres las entiendo de un vistazo, me da menos miedo: el matrimonio. El matrimonio será otro de esos monstruos que al final son gatitos que con tres caricias ya los tienes amaestrados. Al final todo es un cuento, es todo fácil. ¿Qué opción es la más fácil en este momento? Esta. Pues esa es la opción correcta. No hay otro misterio en la vida.

Mi cerebro, aunque titánico, prefiero que tome menos decisiones de las que probablemente tú le dejes tomar al tuyo. El corazón es bastante mejor consejero para las decisiones cruciales, ya que como dijo Woody Allen, en el corazón hay sangre, y la sangre viaja por todo el cuerpo, sabe lo que vale un peine. En el cerebro sólo hay células grises, están ahí plantadas y piensan.


Yo a mi Mac no le dejo tomar una puta decisión. ¿Te crees que soy tonto? ¿Qué coño sabe este puto cacharro de la toma de decisiones? Este es un cacharro potentísimo para analizar datos, cruzarlos con otra serie de datos y darme un número que yo tardaría años en calcular en medio segundo. Pero el que tiene que saber qué hacer con ese número soy yo, no el puto ordenador. Con el cerebro ocurre lo mismo.

Mi cerebro es capaz de sugerir escenarios fantásticos, retorcidísimos, diabólicos, imposibles, pero el pobre es que sólo se está imaginando cosas. No tiene la realidad delante de sus narices, como tiene mi corazón. Mi corazón ve que esos escenarios están muy bien para saber hallar caminos inesperados, que hagan que tú te quedes fascinado ante cómo he sido yo capaz de llegar antes que nadie a la meta sin que ni siquiera parezca que esté despeinado. Pero el que dice por dónde hay que tirar en cada momento es mi corazón.


Mi cerebro, al ser capaz de procesar complejísimas ecuaciones, puede imaginar escenarios maravillosos, bucólicos. Y es mi corazón el que se pone manos a la obra con las herramientas reales que están al alcance de mi mano para llegar a esos escenarios imaginados. ¡Pero tú no inviertas los papeles, berzotas! ¡No dejes que el cerebro tome decisiones! El cerebro está como una regadera, esa es su naturaleza. Estar como una regadera. Por eso se le ocurren ideas tan fantásticas. Pero de manejarse en la realidad no tiene ni pajolera idea, ni debe. Ese es trabajo de tu corazón.

Así que, tío, deja de hacer el tonto porque me estás dando pena, de verdad. Yo no sé qué ideas de chichinabo le estás dejando tener a tu corazón ni qué decisiones de cabestro irrecuperable le estás dejando tomar a tu cerebro, pero la realidad alerta de que tu negocio es un desastre. ¡Esto es un desastre! ¡No sabes ni cómo funciona tu propio cuerpo!


No sé, tío. Tómate unas vacaciones. O aprende cómo funcionas, qué sé yo. Pero no me ofendas la vista con este desgraciado accidente que es tu vida.