martes, 16 de agosto de 2016

Wii Music


Si, como yo, eres un genio rutilante, despampanante, si los confines de tu talento no conocen límite alguno ni en este ni en otro de los numerosos universos que existen, sabrás que a veces la gente no entiende una mierda de lo que quieres decir con tu arte. ¡Vaya bajón!


También puede que seas un puto inútil que no es que seas un incomprendido ni nada de eso, puede que seas tan apestosamente apestoso que la gente no quiera saber de tu mierda nada más que cuándo, por fin, se va a ir desagüe abajo.

Puede que seas tan sumamente malo que realmente creas que eres bueno, característica común a la gente rematadamente mala. Como la estupidez otorga una osadía que ni Manolete, quizás estés convencido de que lo que tienes para ofrecer al mundo es de un gran valor. Una característica común a los inútiles que hay que empalar en la plaza del pueblo es su enorme ombliguismo, su incapacidad para reconocer el hedor de sus propias heces.


Los que somos realmente buenos somos mucho más frágiles; dudamos de nosotros mismos ora sí y ora también, creyendo que nuestro oro de 24 kilates no es más que arenilla de las playas de Gandía. Tal es nuestra humildad. Tal es nuestra gloriosa manera de estar en el mundo, apartarnos para que pases tú, con tu camión de abono recién sacado de tu culo.

La gente grande nos apartamos para que pase la pequeña, como el san bernardo se aparta para que pase el chihuahua. Esa es una característica inequívoca de la gente grande, su a veces hasta insultante humildad.


¿Pero cómo te atreves a ir con la cabeza agachada, cuando eres el rey de todos los que te rodean? Pues sí, ya ves, esa es a la máxima vanidad a la que nos atrevemos a llegar.

Shigeru Miyamoto, al que considero digno de acercarse a mi a unos tres o cuatro metros, es uno de los grandes. Y tal es su amor por el mundo que a veces se atreve a lanzar al mercado cosas que, bueno, conociéndoos es posible que no vayáis a saber apreciar, dada vuestra inferioridad manifiesta. Los cerdos no discriminan, lo mismo comen mierda de otro cerdo que excelentes margaritas. Les da igual. Lo único que quieren es atiborrar su fauces de pitanza.

Wii Music es una de esas margaritas que tanto me ofende que se les dé a probar a animales de granja como vosotros. Porque, claro, es un concepto tan fino, tan delicado, que en manos de un cabestro como tú, mi querido amigo, puede que se convierta en un fracaso de ventas. Y eso es lo que, gracias a ti, ha ocurrido.

Wii Music tiene la enorme paciencia de ofrecerte hacer música fácilmente. Acerca algo tan elevado como la música a tus sucias manos. Y tú, como eres un desagradecido penco, no le recompensas haciéndole vender mucho.


Como Van Gogh, Wii Music no vendió mucho. Es como el maestro de La Lengua de las Mariposas, que se lleva como premio una pedrada del niño al que tanto enseñó.

Y tú, como ya habrás adivinado, eres el niño.


¿Te guarda rencor Wii Music? En absoluto, esa es una emoción demasiado rala. En todo caso tiene compasión de ti, como Cristo reza por ti cuando le crucificas. Porque sabe que, de no ser un repugnante cabestro, no estarías haciendo lo que estás haciendo.

Wii Music, Cristo y yo sentimos la misma cosa por ti. Quizás yo sienta un poco más de desprecio que ellos, tengo que admitir. Es mi configuración. No soy malo, me han dibujado así. Pero los tres tenemos para ti esa perla que, encima, estamos empeñados en que aprendas a apreciar, pues en ella, y no en otra parte, está tu salvación.


Wii Music es demasiado grande, tanto que se atreve a parecer pequeño. Es ese san bernardo que se aparta para que pasen chihuahuas como tú.

Quizás, en tu lecho de muerte, entre estertores, te des cuenta del error que has cometido y tu última voluntad consista en poner en tu Wii Wii Music. Bien, eso rebajará la pena que sin duda te espera cuando atravieses el umbral.


Mientras tanto, Wii Music, Cristo y yo seguiremos rezando por ti, como tontos, como bondadosos padres, para que endereces de una vez ese sendero de corrupción que te has empeñado en andar.

Terminaré este escrito recitando en silencio una oración.