Si, como yo, eres un genio rutilante,
despampanante, si los confines de tu talento no conocen límite
alguno ni en este ni en otro de los numerosos universos que existen,
sabrás que a veces la gente no entiende una mierda de lo que quieres
decir con tu arte. ¡Vaya bajón!
También puede que seas un puto inútil
que no es que seas un incomprendido ni nada de eso, puede que seas
tan apestosamente apestoso que la gente no quiera saber de tu mierda
nada más que cuándo, por fin, se va a ir desagüe abajo.
Puede que seas tan sumamente malo que
realmente creas que eres bueno, característica común a la gente
rematadamente mala. Como la estupidez otorga una osadía que ni
Manolete, quizás estés convencido de que lo que tienes para ofrecer
al mundo es de un gran valor. Una característica común a los
inútiles que hay que empalar en la plaza del pueblo es su enorme
ombliguismo, su incapacidad para reconocer el hedor de sus propias
heces.
Los que somos realmente buenos somos
mucho más frágiles; dudamos de nosotros mismos ora sí y ora
también, creyendo que nuestro oro de 24 kilates no es más que
arenilla de las playas de Gandía. Tal es nuestra humildad. Tal es
nuestra gloriosa manera de estar en el mundo, apartarnos para que
pases tú, con tu camión de abono recién sacado de tu culo.
La gente grande nos apartamos para que
pase la pequeña, como el san bernardo se aparta para que pase el
chihuahua. Esa es una característica inequívoca de la gente grande,
su a veces hasta insultante humildad.
¿Pero cómo te atreves a ir con la
cabeza agachada, cuando eres el rey de todos los que te rodean? Pues
sí, ya ves, esa es a la máxima vanidad a la que nos atrevemos a
llegar.
Shigeru Miyamoto, al que considero
digno de acercarse a mi a unos tres o cuatro metros, es uno de los
grandes. Y tal es su amor por el mundo que a veces se atreve a lanzar
al mercado cosas que, bueno, conociéndoos es posible que no vayáis
a saber apreciar, dada vuestra inferioridad manifiesta. Los cerdos no
discriminan, lo mismo comen mierda de otro cerdo que excelentes
margaritas. Les da igual. Lo único que quieren es atiborrar su
fauces de pitanza.
Wii Music es una de esas margaritas que
tanto me ofende que se les dé a probar a animales de granja como
vosotros. Porque, claro, es un concepto tan fino, tan delicado, que
en manos de un cabestro como tú, mi querido amigo, puede que se
convierta en un fracaso de ventas. Y eso es lo que, gracias a ti, ha
ocurrido.
Wii Music tiene la enorme paciencia de
ofrecerte hacer música fácilmente. Acerca algo tan elevado como la
música a tus sucias manos. Y tú, como eres un desagradecido penco,
no le recompensas haciéndole vender mucho.
Como Van Gogh, Wii Music no vendió
mucho. Es como el maestro de La Lengua de las Mariposas, que se lleva
como premio una pedrada del niño al que tanto enseñó.
Y tú, como ya habrás adivinado, eres
el niño.
¿Te guarda rencor Wii Music? En
absoluto, esa es una emoción demasiado rala. En todo caso tiene
compasión de ti, como Cristo reza por ti cuando le crucificas.
Porque sabe que, de no ser un repugnante cabestro, no estarías
haciendo lo que estás haciendo.
Wii Music, Cristo y yo sentimos la
misma cosa por ti. Quizás yo sienta un poco más de desprecio que
ellos, tengo que admitir. Es mi configuración. No soy malo, me han
dibujado así. Pero los tres tenemos para ti esa perla que, encima,
estamos empeñados en que aprendas a apreciar, pues en ella, y no en
otra parte, está tu salvación.
Wii Music es demasiado grande, tanto
que se atreve a parecer pequeño. Es ese san bernardo que se aparta
para que pasen chihuahuas como tú.
Quizás, en tu lecho de muerte, entre
estertores, te des cuenta del error que has cometido y tu última
voluntad consista en poner en tu Wii Wii Music. Bien, eso rebajará
la pena que sin duda te espera cuando atravieses el umbral.
Mientras tanto, Wii Music, Cristo y yo
seguiremos rezando por ti, como tontos, como bondadosos padres, para
que endereces de una vez ese sendero de corrupción que te has
empeñado en andar.
Terminaré este escrito recitando en
silencio una oración.