Las putas tabletas gráficas para mi
son un sufrimiento; se supone que para mi esto debería ser el no va
más, un cacharro con el que dibujas en el ordenador, porque yo sé
dibujar, y se supone que esto para mi tendría que ser la octava
maravilla del mundo. Sin embargo siempre las acabo guardando en el
cajón, que es de donde la acabo de sacar.
Lo que me pasa con estos aparatos es
que me resultan demasiado... Complicados. Sé que es muy fácil,
mueves el lápiz en la tableta y lo mismo ocurre en la pantalla del
ordenador. Sí, gracias, lo pillo, Einstein, pero es que eso, aún
así, es demasiado complicado para mi.
Para mi una tableta tendría que ser la
propia pantalla del ordenador. Que muevas el lápiz sobre ella y lo
que tenga que aparecer aparezca sobre la propia tableta. Esto es para
trogloditas.
En el iPad tengo una app que yo creo
que es la única app que tiene sentido en el mundo, una que aporta
verdadero valor añadido. Lo demás son cagarrutas de gente
pre-fracasada, como ya vaticinó Steve Jobs, ese genio que a mi ahora
no me gusta reverenciar porque hasta el más tonto estudiante de
administración de empresas va por ahí diciendo que Steve Jobs es un
genio. Eso lo tenías que decir cuando le echaron de Apple, algo de
lo que tú ni te enteraste, torcuato, no ahora que ya lo sabe todo el
mundo.
Imbécil.
La app en cuestión se llama Paper,
así, con ese espíritu minimalista. Consiste en que tú mueves el
dedo encima del iPad y en el iPad se pinta como si tú tuvieras una
plumilla en el dedo. ¡Esto sí que me mola pirindola! ¡Esto sí que
cuadra en mi forma de ver la vida!
La plumilla te viene gratis y luego tú
puedes comprar, que de ahí es por donde la aplicación gana el
dinero que tiene que ganar, otras herramientas: el lápiz, el
bolígrafo, el pincel de acuarela y el rotulador. Yo las tengo todas
porque ya te digo que esta aplicación me gusta. Es la única app
para la que he pagado dinero, yo creo. Y para esa del cocodrilo de
Disney, que se llama ¿Dónde está mi agua? o algo así. Ese juego
mola mucho.
Te vienen unos colores gratuitos que
para mi son suficientes, no me gustan las cosas demasiado
complicadas. Si no lo puedes hacer en cuatro trazos no encaja en mi
estilo.
Total, que las putas Wacom, aparato que
distingue al diseñador gráfico de pro del que no lo es, yo me la
paso por mis sudadísimos cojones. Me he fijado que el que exige
herramientas en el trabajo “acorde con su nivel” es el que menos
nivel tiene de todos. Pasa lo mismo en otros ámbitos de la vida, el
que lleva el polo más caro es el más tonto de todos. El que lleva
el coche más caro es el más tonto de todos. En el mercado de los
accesorios de informática ocurre la misma ciencia.
El que tiene la tabla de skate más
cara de todas es el que no sabe grindar. Eso los chicos de mi pueblo
lo saben mejor que nadie en el mundo. El que mejor patina es el que
tiene la tabla más hecha polvo de todas.
Yo, como Ferrari, aspiro a producir
aquellos objetos que los más estúpidos de la humanidad quieren
tener. Ya que no tienen la lucidez necesaria para brillar por si
mismos, quiero darles yo ese brillo a cambio del dinero que hayan
robado con métodos más o menos expeditivos. Es mi manera de
devolver el equilibrio al mundo, robar a los ricos para dárselo a
los pobres. Yo, como ellos, soy un ladrón de guante blanco, en lo
que nos diferenciamos es en nuestros objetivos.
Así espero poder dar a mi familia una
vida confortable. Tampoco soy yo de rodearme de muchos lujos, yo soy
como ese señorín de pueblo que pide un café solo y se lleva para
casa la mitad del sobre de azúcar que no le ha echado al café, pero
que luego en el banco tiene más dinero que los que se pulen cubatas
como quien toma agua mineral Font-Vella.
Pero a mi familia todos los lujos que
quieran. Yo no quiero lujos porque para mi el lujo es poder
prescindir de él, pero si mi familia quiere ir de vacaciones,
pongamos por caso, a París, me gustaría poder darles el capricho.
Por eso voy a devolver esta tableta al
cajón. Porque no creo yo que pueda hacer nada de extraordinaria
calidad con este aparato. Con un humilde iPad voy que chuto.