Yo nunca tuve una Game Boy, así que le
tuve que poner remedio a eso. Me compré esta en un Cash Converters
pagando un precio excesivo, me temo. Pero dejaré tal trauma, pagar
más de lo que algo vale, para lamerme en privado mis heridas.
Game Boy es la protoconsola, la consola
perfecta. Un gadget que cabe en el bolsillo de atrás de tus Levi´s
(mal sitio para meter cualquier gadget porque se te puede partir por
la mitad) con el que con cuatro pilas AA (dos en el caso que nos
ocupa) puedes tener horas y horas de diversión. El producto pop
perfecto. Tan perfecto es que me resulta aburrido.
Yo nunca tuve una Game Boy porque me
parecía un gasto tonto, y a mi los gastos tontos es algo que no me
gusta nada. Tenía la Super NES y la Mega Drive y, mira, yo al
colegio iba andando, no en autobús, así que no iba a usarla en ese
tiempo. En el recreo tampoco te ibas a poner a jugar a la Game Boy
pudiendo jugar al Josefo, juego de pilla pilla que me inventé cuya
característica distintiva es que siempre se la ligaba Jose David,
alias Josefo.
Como ves, a mi me gustan los diseños
directos, sin ambages. La cuestión es humillar a Jose David, ¿no?
Bien, esto es lo que se me ocurrido. ¿Conformes?
Afortunadamente, Jose David nunca puso
peros a este diseño. Le agradezco su humildad para que todos nos lo
pudiéramos pasar tan bien.
Fran se compró la Game Gear, porque
era la consola de los que van un paso por delante, los que no quieren
caer en la obviedad. El pero de la Game Gear es que consumía seis
pilas AA en una tercera parte de tiempo de lo que la hacía la Game
Boy con cuatro. Así que la Game Gear fracasó.
Sin embargo, la Game Gear tenía el
accesorio del sintonizador de televisión, y en aquellos tiempos eso
de poder ver la televisión en un aparato portátil era algo
asombroso, merecía la pena el gasto.
La Game Boy era tan buena, tan
obviamente buena, que yo preferí que mi consola favorita portátil
fuera la Atari Lynx, la primera consola portátil que salió al
mercado. ¿Creías que era la Game Boy? No, la Game Boy fue la
segunda. La primera fue la Atari Lynx.
La Atari Lynx era un monstruo
espantoso, enorme. Esa consola la tenías que llevar en la mochila y
no quiero ni pensar en su consumo de baterías. A cambio, tenía los
gráficos más potentes y te venía de regalo el California Games,
juego de surf, patinaje, BMX y otra cosa de la que no me acuerdo que
molaba que te quedas loco, de lo que molaba. El juego de surf era el
mejor de los cuatro.
A mi siempre me gusta la cosa rara.
Como un compañero sugirió una vez, yo tengo un gusto exacerbado por
lo extraordinario. La Game Boy es perfecta, es el Partenón, y a mi
el Partenón no me gusta. O sea, me gusta, por su pureza exquisita,
pero... No sé, parece que la pureza exquisita es lo fácil de hacer.
Claro, claro que necesitamos pureza exquisita. Pero cuando acabes de
hacer cosas de pureza exquisita avísame, que entonces llegaré yo
con los diseños locos que desafíen a tu imaginación e intelecto.
Yo hago las cosas que son necesarias
cuando las cosas imprescindibles ya están sobre la mesa. Soy ese que
va a tu casa perfectamente decorada y se fija que ese enchufe está
colgando un poco. Tú no te habías fijado, o no querías que nadie
se fijara, pero ¿entonces para qué me invitas?
Si voy a tu casa, prepárate, porque
voy a abrir los cajones y alacenas como si estuviera en la mía. Al
no tener yo nada que ocultar no puedo pensar que tú sí lo tengas.
Me gusta vivir de forma transparente porque hacerlo de otra manera
exige un gasto tonto de energía, y ya hemos acordado que a mi lo que
no me gustan son los gastos tontos.
No lo hago “por buscarte las
vergüenzas”, que seguro que las tienes, lo hago para ver qué
cosas extraordinarias guardas en tu casa. A mi me encantaría que
revolvieses en mis cajones para que pudieras ver qué cosas más
extraordinarias tengo yo, pero como no lo haces me tendré que
conformar con ver yo las tuyas, que por desgracia no son tan
extraordinarias ni de chiripa.
Así que la Game Boy me encanta pero si
yo diseñase una consola sería como la Atari Lynx. No por las burdas
razones de Atari, que pensaron que ese retorcido diseño podría ser
el ganador de una competición en la que es obvio que menos es más y
por tanto era evidente que iban a fracasar, como ocurrió. Yo
diseñaría esa porque es la más desafiante.
Y ese es mi rollo. Ser desafiante.