jueves, 4 de agosto de 2016

Bioshock Infinite

A mi Bioshock mñé. Me pillé Bioshock y mñé. Así que el segundo Bioshock pasé de pillármelo porque temía que igual me iba a mñé también. Pero este, no sé, tanto GOTY por aquí, tanta cosa por allá, pues chico, piqué. Para que veas el marketing. Picas aunque sólo sea por el miedo que te da que si no picas te equivocas. Como cuando quedas con una del chat y no aparece. Tiene pinta de que no va a aparecer, pero oye, tienes más que perder si no vas. El coste de oportunidad es más alto si no vas que que si vas. Es que yo soy economista, ¿sabe usté?


Bioshock Infinite es el típico juego que trata por todos los medios de contarte algo glorioso pero se esfuerza tanto que primero te da pereza y segundo que, joder, cuéntame la movida más sencillamente. Si tan gloriosa es la voy a ver sin que tú hagas tantos aspavientos, tranquilo. Es como ese hipster que te habla del proyecto in-te-re-san-tí-si-mo en el que está metido. Porque si vuelta a los orígenes, que si el concepto de naturaleza dentro del entorno urbano, que si la red formada por individuos que en sí mismos son un nodo trascendente... Pero a ver, tío, ¿tú qué haces? Pan, ¿no? Tienes una panadería. Vale. Eso preguntaba.


Bioshock Infinite da demasiadas vueltas a algo que no mola tanto. Los gráficos son super chulos, eso no te lo voy a negar, pero a mi lo que me ha quedado de poso de este juego son dos cosas: lo guapa y delicada que es la chica que tenemos que rescatar (de nuevo, al final, en la vida, con lo único que te quedas es con aquella chica guapa) y con lo tedioso que resulta el mecanismo de juego: llegas a una explanada y aparecen enemigos. Te los cargas, andas un poco más, otra explanada, otra horda y seguimos para bingo. Puf. Joder, Bioshock Infinite, tanto rollo para esto.

También juega con ¿quién es realmente aquí el malo? Si tú estuvieras en el poder, ¿no serías tan malo quizás como el que está ahora? Que sí, que sí, que sería la hostia de malo. Tus reflexiones de chichinabo me están poniendo enfermo. Por favor, saca este puto juego y ponme el Comecocos.

Haber estado vivo en la época en la que el hype ha suplantado completamente al contenido es algo repugnante, sobre eso no tengo dudas. Pero si tengo que ser positivo, porque a eso me dedico, tengo que decir que es como haber vivido una aventura de Indiana Jones. Casi te matan mil veces, te has roto una pierna, tuviste que sacarte el veneno de la cobra chupando pero ¡tío! ¡Qué aventura! ¡Una oportunidad para vivir algo así no se va a presentar nunca más! Por eso es bueno vivir intensamente, para rebañar todo lo que te caiga en el plato.

Así que, bueno, ¡ojalá la gente dedicase tanto tiempo a darle al coco como se dedica a hacer gráficos bonitos! ¡Menudo mundo más dabuti que tendríamos! Chico, cuando oigo por ahí que los guionistas de videojuegos son de una raza inferior tengo que acabar creyéndomelo, vistas cosas como Bioshock Infinite. Es que... ¡Es que no es para tanto! Prefiero ver la bolsa de plástico mecida por el viento de American Beauty que este despliegue de fuegos artificiales que detrás no es que tengan una bolsa, es que tienen, no sé, una tapa de estas de medio metal de los fideos Yatekomo. Valoro más una sencilla bolsa desnuda que una tapa de Yatekomo vestida de Ferrari F-40. Más que nada porque al menos tiene la honestidad de no ir de lo que no es. Prefiero un sencillo paleto que para saludarme me tira una piedra, honesta, limpia, esclarecedora, que un papanatas disfrazado de sofisticado urbanita que me saluda con una mano bífida, que la sientes llena de intenciones oscuras. Tío, tus formas son, de verdad, soberbias. Pero tu fondo es viscoso, como las culebras.


Y eso es un poco a lo que me da Bioshock Infinite. Al hipster viscoso que algo está tramando. Porque, tío, te veo las cartas. Y es que llevas El Tío Perete.