Yo estoy de Pixar hasta la coronilla.
Pixar me gustó hasta Ratatouille, a partir de ahí todo se fue al
garete. Mágicamente, tras Ratatouille y con la llegada de Up!, la
que antes era una empresa que hacía
pelis-para-niños-y-para-no-tan-niños que amábamos unos cuantos se
convirtió en la última moda y todo el mundo, de repente, hablaba de
que ¡oye! ¡Pixar hace películas para niños pero también para no
tan niños! ¿Eh?
Como estos tíos antes de que hablaran
de Pixar en Jot Down la miraban con desdén no puedo sino sentirme
insultado. Porque, lo siento, no tienes los suficientes galones como
para hablar de estas cosas así, tan a la ligera. Eres un soldado
raso todavía, que hayas trepado por la cuerda de nudos una vez no te
convierte en capitán. Yo me callaré porque soy el capitán y
tampoco te voy a dar una colleja sólo porque me irrites
(desmesuradamente), pero si quieres llegar a algo en esta vida
deberías ir menos de sobrao.
Antes de que todo esto pasara, antes de
que Pixar fuera sobada por las manazas de todos los indocumentados,
apareció Cars. Así que fui a verla al cine, como todas las de Pixar
que salían. Ahora no voy ni atao. No quiero que me confundan con lo
que no soy.
Cars trata de lo típico, que aunque
tengas mucho talento no puedes ir de guay por la vida, porque si no
la gente se va a cansar de ti y te va a mandar a tomar por culo. Con
otras palabras, pero esta es la idea. Tengo la sensación de que John
Lasseter hablaba de sí mismo en esta peli, pero no puedo probarlo. A
lo mejor me equivoco y del que hablaba es de Steve Jobs. Sí, eso
encaja como mucho más. Jobs era el típico tirano que te hacía
llorar si no programabas bien el puto código de la aplicación
Calendario del iPad. Pero Steve, si esa aplicación no vale para
nada. Nadie la usa. No te enfades, so niña, casi mola más que esté
mal programada y así cuando la abras veas glitches y no un puto
calendario, que es la cosa más aburrida del mundo.
¿Cómo sería trabajar para Steve
Jobs? ¿Podría yo contener la risa? ¿Sería capaz de no tomarle el
pelo fingiendo que le respeto mucho, como es mi especialidad? Estaría
bien tener un contrato blindado por ser hijo de no sé quién y
hacerlo todo mal a propósito. Que Steve te mande buscar un sonido
para cuando enciendes el Mac y le pongas una sinfonía de orquesta
que dura dos minutos y medio coronada con un pedo. Y explicarle, con
cara de “pero no entiendo por qué no te gusta, Steve”, que lo
has hecho porque para ti Apple es como una sinfonía, y el pedo es un
guiño, un pequeño dardo a Microsoft. Y claro, ahí Steve se tiene
que callar porque le estás haciendo la pelota, que es lo único que
le gusta a él en la vida. Tendría que tragarse su furia y yo
pondría cara de “entonces bien, ¿no Steve?” y me diría que sí,
que sí, y yo saldría del despacho como dándole las gracias con los
ojos, pero en cuanto saliese me empezaría a revolcar de risa en el
suelo. La gente me preguntaría “¿Qué te pasa?” y yo diría
“Nada, nada”.
Así sería mi vida en Apple. Un
descojono total hasta que me despidieran. Y ahí me haría el
o-fen-di-dí-si-mo para que, sólo por sádico placer, se quedasen
con esa daga clavada en el corazón. Fin.
Si yo hubiera trabajado para Steve Jobs
no hubiera muerto de cáncer, porque gracias a mi podría haber
expresado su furia mucho más abiertamente cagándose en mi día sí
y día también sin tener que magullarse a él mismo interiormente. Y
como Jesucristo Superstar me hubiera yo llevado las hostias que él
se daba a sí mismo. Las heridas pasan, pero la gloria de haber
ayudado a Steve Jobs a no morir de cáncer permanece. Y este mundo
sería mejor.