Yo nunca fui un bully. Maldita sea.
¡Cómo me hubiera gustado intimidar a todo el mundo en el cole!
¡Cómo me hubiera gustado infligir terror por los pasillos! En vez
de eso tuve que ganarme el respeto estudiando y dibujando, como he
hecho toda mi vida. No hay derecho.
En este juego de Rockstar me resarcí
de lo lindo de aquello. En Bully eres un bully pero lo mejor es que
amas a tu bully. Lo entiendes. Este juego te hace sentir, te explica
al fin y al cabo, qué es lo que mueve al bully. ¡Yo no lo sabía!
¡Yo qué coño iba a saber! A mi si no me explican las cosas no las
entiendo. O si no me fijo mucho en ellas, vaya. Y todos sabemos que
fijarte en un bully es sinónimo de llevarte una paliza.
No me extraña que en Bully el bully
sea un bully. Su madre es una zorra que se ha buscado un nuevo marido
que te trata como si fueras una mierda. Y encima tu madre le apoya. Y
para más inri te meten en un colegio interno. Vamos, es que si a mi
me pasase eso me convertía en un bully ipso-facto. Natural.
Así que con ese background llegas al
cole. Como en casa no te apoyan una mierda no sientes que puedas
explicar tus motivaciones tranquilamente, pausadamente, como todos
esos niños bien que no saben la suerte que tienen de que sus
familias sean cariñosas y comprensivas. Claro, así cualquiera. Así
yo también saco buenas notas, no te jode. Queriéndote tus padres...
Así cualquiera.
Así que nada, a las primeras de cambio
estás soltando hostias. Y si es a alguien más débil que tú pues
muchísimo mejor. Así no te las podrá devolver.
Por otro lado, este bully hay que
reconocer que tiene cierto sentido de la justicia. No se mete en
movidas por meterse, que también, sino que usa su fuerza bruta para
protestar por situaciones injustas. Así todavía amas más a tu
bully, porque no sólo te reconoces en él como un niño herido, sino
porque lo admiras por intentar marcar la diferencia, aunque sea de
una manera tan poco ortodoxa. De hecho, lo admiras más precisamente
por hacerlo de una manera tan poco ortodoxa.
Una cosa que me han enseñado las
convulsiones sociales de los últimos tiempos es que, en situaciones
extremas, no vale de nada ser un braguitas que pide por favor a los
abusones que, si son tan amables, dejen de pisarte el cuello, si
tienen la bondad. En esas situaciones hay que combatir el fuego con
fuego y pisarle el cuello a aquel que te lo está pisando, y si lo
consigues hacer más fuerte que él mejor que mejor. ¡Coño! ¡Es
que contigo no valen las buenas maneras! ¡Pues te vas a enterar,
hombre!
Ser un bully tiene otra parte heroica
pocas veces mencionada: tener que convivir con la tremenda culpa que
te provoca tu forma de actuar. Si abusas de alguien puede que te
salgas con la tuya, pero para casa te llevas la penalización de un
clavo en medio del corazón. Esto yo tampoco lo sabía y me hace
entender más todavía al bully, si no amarle rendidamente.
Sí, me ha gustado ser un bully, tengo
que reconocerlo. La sensación de Poder Puro de que tus santos
cojones son los que dominan la situación es adictiva como la coca,
os la recomiendo a todos, como la coca. Pero os recomiendo que la
dejéis cuanto antes, como la coca, si no queréis que os consuma.
Entiendo perfectamente a la gente que es adicta al poder y no lo
quiere soltar bajo ningún concepto porque, joder, es el mejor chute
del mundo. Sientes que eres capaz de todo. Pero precisamente por eso
hay que dejarlo más pronto que tarde. Porque sientes que eres capaz
de todo.
Queridos amigos, en la vida hay que
probar cosas. Si no todas, unas cuantas, para aprender. Yo una que os
recomiendo es que os convirtáis en un bully por una temporada.
Entenderéis por qué existe Donald Trump y qué le mueve.
Entenderéis qué es esa sustancia que corre por sus venas que tan
poderoso le vuelve. Es el dolor insoportable de que mamá no te
quiera. Pero es precisamente ese dolor el que hará que todo el mundo
se acabe arrodillando ante ti, indefenso, esperando a ver cuál va a
ser tu siguiente reacción. Me temo que si no habéis probado eso no
habéis probado todavía nada.
Y, tíos, tenéis que probar cosas.