lunes, 1 de agosto de 2016

Fallout 3

Fallout 3 se llama mi amor. Le gusta tanto bailar el rock. Este juego no tiene igual. Y cuando baila, sensacional.


Yo descubrí a Bethesda con Fallout 3, aunque ya había salido antes Oblivion, pero no sabía que era de ellos. Bethesda deben de ser un grupo de Frikis Duros que saben cómo hacer las cosas. Tipo Blizzard. Oblivion no me gustó mucho por mis más y mis menos con la fantasía medieval, además de que se me hacía con unos gráficos pobres. Claro, con ese mundo tan enorme de algún sitio tuvieron que sacar los recursos, e imagino que sacrificarían los gráficos. Otro detalle que delata inteligencia.

Fallout 3, sin embargo, planteaba un mundo que parecía diseñado para mi. Un mundo posapocalíptico justo antes de que empezara la crisis de 2008. Parecía que Bethesda quería que yo aprendiese a desenvolverme en un mundo derribado, donde la única ley es matar o que te maten. Yo, que soy un alumno diligente, el primero de la clase, me puse manos a la obra sin rechistar.


Cuando la civilización cae sólo queda la locura de las personas, esa que hizo que la civilización cayese. Ahí, desnuda, delante de tus ojos. Chirriante y desmesurada. Acostumbrar tus ojos a tal espectáculo es la primera misión que tienes que llevar a cabo cuando llega el Apocalipsis, ver, con toda su crudeza, que lo que aparentaban ser sofisticados hombres de negocios no son más que alimañas adictas a la sangre. Forjar tu corazón para que no se detenga ante la gravedad de la realidad. Y no sólo eso, sino evitar que se te tiren al cuello, que es lo que están deseando hacer. No es moco de pavo.

Pasé meses recogiendo basura por el Yermo, basura que luego intercambiaba por chapas con algunos comerciantes nómadas. Tuve la suerte de ser acogido en Megatón, una pequeña ciudad que se había levantado en medio del caos. De no ser por ellos creo que no hubiera sobrevivido. Allí tuve mi refugio donde guarecerme por las noches, cuando más bandidos acechan la zona. Poco a poco fui intercambiando las chapas por estimulantes para mantener mi salud elevada, algunas armas para defenderme y ropa algo más adecuada a las circunstancias.

Y así fui haciéndome cargo de mi situación.

Como yo también estaba desnudo sin el barniz de la civilización y no podía esconder que soy una buena persona, no pude evitar ayudar a los menos afortunados que yo. Así, cada vez que encontraba una botella de agua purificada se la daba a los mendigos que clamaban por ella. Ellos la necesitaban más que yo. Además, las buenas acciones elevaban mi nivel de karma y tener un buen karma te ayuda cuando tienes que negociar con desconocidos. Las cosas, mágicamente, se ponen a tu favor.

Casi sin darme cuenta me acabé convirtiendo en un experto en la vida en el Yermo. Preferí especializarme en armas ligeras mejor que en armas pesadas, porque mi envergadura me permitía desenvolverme mejor con ellas. Mi armadura también era ligera pero suficientemente fuerte, robada a los peores tramperos que pude encontrar. Y preferí no ponerme casco, me puse un pañuelo en la cabeza y unas gafas de sol. Una cosa es que se caiga la civilización y otra que yo vaya hecho unos zorros.


Y así, poco a poco, empecé a ser conocido en el Yermo. La gente sabía que podía confiar en mi y me ayudaba. Yo resolvía sus problemas y ellos me daban información u objetos que me venían bien. Empecé a moverme con tranquilidad porque los enemigos ya no podían hacer nada contra mi, exceptuando a los sanguinarios yao guai. Un consejo: no te hagas el valiente. Si tienes que correr, corre.

Cuando apagué la consola me di cuenta de que el mundo se había hundido. Las llamas caían del cielo y la gente corría en círculos, enloquecida. Y yo estaba tan tranquilo, porque en Fallout 3 había aprendido todo lo que necesitaba aprender para desenvolverme en una situación como esa.

Sí, ya se que molo muchísimo, ya lo sé. Ahora, déjame tranquilo, por favor. Tengo que pensar.