Nuestra querida Sega. ¡Ah, nuestra
querida Sega! ¡Qué fácil le resulta a Sega molar aún haciéndolo
todo mal! Los juegos de Sega siempre parecen rotos. Sega nunca cierra
el círculo, deja un montón de trazos sueltos, lo que no sé es si
lo hace aposta o no.
Si lo hace aposta yo flipo con Sega.
Sega, en tal caso, sería mi artista favorito. ¿Pues no se está
permitiendo el lujo de dejar trazos sueltos el cabrón? Pero... ¡Cómo
osas! ¡Cuánto caché! ¡Qué genio!
Si lo hace sin querer... No sé,
entonces en vez de mi artista favorito sería mi producto pop
favorito, fruto de la incompetencia, de la avaricia, de la
mezquindad, pero aún con todo inocente hasta el más mínimo
detalle.
¿No es esa la verdadera belleza del
arte pop?
No, no me refiero al de los museos. Me
refiero a las verdaderas latas de sopa que venden en el supermercado.
Al coche de tu padre. El torniquete que atraviesas para entrar en el
Metro.
No vayas a los museos a encontrar lo
que en la calle está en su forma más pura. Lo de los museos es como
una señal que te dice “¡Fíjate en esto!”. Y tú, que percibes
muy bien el mensaje del autor, vas y te fijas. Pero el letrero no es
el verdadero fin de esta partida. El verdadero fin es que tú te
fijes en aquello que tienes que fijarte.
¡Ah, mi querido amigo, maldigo tu
falta de perspicacia, pero sin ella yo no tendría sentido en esta
vida! ¡Yo existo porque tú necesitas que yo exista! Y un profesor
necesita alumnos. Es así, y no de otra manera, como tú y yo nos
asociamos.
No me tengas en cuenta si a veces
pierdo los estribos. Yo soy así, muy volátil, como un experimento
arriesgado. Puede que te quede la cara negra de la explosión un par
de veces, pero a cambio tendrás el lujo asiático de mi compañía.
¿Qué te parece? ¡Eres un tío importante!
Tu amistad es una cosa muy buena, estoy
encantado con que me la ofrezcas, pero mira, te voy a decir que no.
No, no, no, no es cosa tuya. Es que en este momento de mi vida sobran
amigos. Exigís una energía que quiero dedicar a otra cosa. A que
tú, de una vez por todas, maldito imbécil, entiendas lo que te
quiero decir.
No soy muy de falsas esperanzas, así
que con que te mueras habiendo visto sólo un destello de lo que
quiero mostrarte me doy por satisfecho. Vamos, semejante penco como
tú, no me jodas. ¡Bastante que me estás escuchando! Le doy a la
vida de rodillas las gracias, por conseguir que un tuercebotas como
tú sea capaz de un ejercicio tan complicado para él.
Descansa, anda. Nos queda un largo
camino por delante. Especialmente para ti.