Mi padre murió cuando yo era pequeño,
así que he tenido que buscar en otras partes el ejemplo de lo que
debe hacer un hombre en la vida. No tengáis demasiada compasión de
mi, aquello me sirvió para aprender a sacarme las castañas del
fuego antes de lo normal y así poder dar salida a una energía
creativa que llevo en mi interior que, chico, a veces hasta resulta
incómoda. No puedo parar quieto.
Con mi corazón advirtiéndome de que
se avecinaba una Crisis gorda, tuve que tomar las resoluciones
pertinentes para afrontar este hecho. Gracias a mucho trabajo, tengo
una intuición que ni los pájaros del cielo, que se guían sin mapas
ni GPSs y siempre llegan a su destino. Por eso sé que las cosas van
a pasar antes de que pasen. No es magia, es no tener atrofiada la
pituitaria, como tenéis vosotros.
El caso es que mi pituitaria me avisaba
de que si este hombre necesitaba ponerse a prueba, aquel era el
momento. De forma natural, casi con una venda en los ojos, me fui
proveyendo de aquellas cosas que iba a necesitar más adelante. Una
de ellas era clave: ser un hombre de roca, una auténtica montaña
que no se pudiese derribar. Sólo de esta manera podría soportar una crisis provocada por Los Seres Más Animales Del Mundo. Iban a
descargar todo lo que tenían contra mi y yo habría de aguantar.
Necesitaba ejemplos que me ayudasen a desarrollar las cualidades que
estos acontecimientos precisarían.
Supongo que mis soluciones siempre son
originales. Lo son porque no las pienso teniendo en cuenta lo que
vosotros vayáis a pensar, porque, bueno, no siento que vuestro
criterio sea tan bueno como el mío y sentiría que estoy haciendo el
idiota. No es nada personal, chicos, os quiero igual. A ver si ahora
sólo voy a poder querer a la gente que sienta que es superior a mi.
Eso me incapacitaría para amar a nadie. Sea como sea, mis soluciones
suelen basarse en la regla “obtener los mayores resultados con el
mínimo esfuerzo”. Así que para hacerme un hombre imbatible qué
mejor que tomar de ejemplo a un español de los de antes. A Paco
Martínez Soria en La Ciudad No Es Para Mi.
Si esta película se la pones a un
hipster su culonata se estrechará como la carretera que está en
obras. “¡Oigh!”, dirá. “¡Este señor es puro, puro veneno!”,
proseguirá. “¡Qué zafio gañán! ¡Menos mal que existen hombres
como yo!”, concluirá. Este hipster es el que se está dejando
aplastar en una empresa de diseñadores que le pagan lo justo para
comprar su ensaladita en Carrefour Express e írsela a zampar a su
guarida mientras se ve otro episodio de la serie que ese mes
recomienden en Jot Down. Sí, menos mal que existen hombres como tú,
tío.
Aún acechado por todas partes por
hombres hipsters que iban a morir aplastados en el apocalipsis yo
seguía con mi plan; visionaba La Ciudad No Es Para Mi para entender
qué era aquello que hacía que Paco Martínez Soria consiguiese
arreglar los problemas de sus hijas que se habían mudado a la ciudad
y se habían vuelto débiles, malcriadas, decadentes, como todos
vosotros antes de 2008.
Básicamente lo que había que hacer
era agarrarse a la integridad con mano de hierro. No consentir que
una niñata engañase a su marido con el primer tuercebotas que
pasase sólo porque la niña se aburría. No dejar que tus nietos se
metieran en las drogas mal influidos por las discotecas modernas,
aunque eso supusiese raparles el pelo al cero y que se jodiesen, los
subnormales. Reunir a la familia a pesar de sus infantiles riñas y,
aunque fuera obligándoles, hacer que hiciesen las paces. Vale. Este
es el rollo. Me pongo manos a la obra.
Así, mientras vosotros habéis bailado
al son que otros más astutos que vosotros han marcado, yo he
conseguido poner mi casa en orden. He hecho oídos sordos a los
tambores que me sugerían que siguiese trabajando aún a costa de mi
vida y me he dedicado a lo que verdaderamente importa, a que la
familia esté bien avenida. No sin esforzarme lo mío, os tengo que
confesar. Pero el trabajo está hecho y ha sido gracias a
Paco Martínez Soria en La Ciudad No Es Para Mi.
No seáis pánfilos. No despreciéis
los valores tradicionales sólo porque no están de moda.
Aprovechándose de ello, los malos han hecho de vosotros lo que han
querido y os han reducido a tristes curritos cuya identidad sólo
depende del trabajo que desempeñáis. Y como no tenéis a nada más
a lo que agarraros defendéis ese hierbajo patético pero que para
vosotros lo es todo, porque habéis olvidado a la abuela, a papá, a
mamá, a vuestros hermanos y primos sólo porque no son hipsters,
como vosotros. Habéis caído en la trampa de patitas. Rezad a Dios
para que esto tenga remedio todavía.
Molad un poco más. Llegad a Madrid y
preguntad por la Calle Anchota, cuando en realidad es la Calle
Atocha. Eso sí que mola. No las series.