sábado, 13 de agosto de 2016

Los Simpson El Videojuego


Los Simpson molan. Yo lo siento por Padre de Familia pero Los Simpson molan. ¿Molan más? Te digo que sí por lo mismo que me mola más un Ferrari que un Tesla: por solera. Es así de fácil. La experiencia cuenta. Padre de Familia está guay, pero no tiene la solidísima estructura de Los Simpson. Padre de Familia es como su creador, ese chico con cara de psicópata del que no me fio ni un pelo. Los Simpson son de Matt Groening, un hombre en el que se puede confiar.


No es lo mismo un honesto vendedor puerta por puerta que un burdo telemarketing.


Últimamente todo lo va a petar. ¿A que sí? Todo es “aquello que estamos buscando”. La VR, uy, lo va a petar. ¿La Play 4K? Petar, petar. ¿Alguna vez en la Historia hemos estado tan atentos a que algo, de una vez, lo pete?

Ante estos hechos hay que ser inteligente y echarse para atrás. Lo que esto delata es que estamos atrapados. Somos unos turistas japoneses perdidos en Toledo y estamos dispuestos a hacer caso a cualquier navajero que se nos acerque, porque estamos desesperados. ¿No crees que tiene mala pinta, Ayoko? Es igual, más mala pinta me tiene esta ciudad como que me recuerda a La Inquisición y quiero ir al hotel cuanto antes. Pregúntale. Nada puede ser peor que esto.


A nosotros nos pasa lo mismo. El “sistema” no rula más, es evidente, pero la otra opción es demasiado espantosa: la nada. El no saber qué hacer. Pero... ¿sin esto? ¿Qué hacemos? Por eso estamos esperando que algo lo pete, porque eso querrá decir que las viejas normas aún funcionan y todavía queda algo de esperanza para nosotros.

Yo, que soy más listo que la media, me doy cuenta fácilmente de estas cosas, que son comportamientos gregarios, llevados por emociones básicas. Elementales. Es curioso cuántos (pero cuántos) millones mueven unas emociones que se podrían evaporar charlando, o pintando un cuadro, o tirándose uno un pedo, sin ir más lejos. Sin embargo, preferimos apostar por la VR. Sí, mis cojones le voy yo a decir a mi vecino que estoy completamente desesperado por el marco en que vivimos. Así el cabrón queda por encima de mi. No, no, que se joda. Yo me callo.


Y así, calla que te calla, preferimos confiarle nuestros destinos a todos los mercachifles que nos dan una brizna de esperanza de que las cosas se van a arreglar. ¿Os acordáis de Ouya, no? ¡Ahí yo piqué como un primo! Una y no más, claro.

Ouya se ha quedado como un precioso producto pop, con todos los ingredientes que necesita un precioso producto pop: bellas formas y un fracaso como la copa de un pino. Ese, y no otro, es el perfecto producto pop. Porque es el que es metáfora de nuestro tiempo. ¿Quién ha llegado donde apuntaba desde el principio? ¡Nadie! A no ser que hablemos de delincuentes, causa principal de las circunstancias. Este tipo de gente sufre más de psicopatía que de hemorroides y no cuenta en mi análisis de personas normales y honestas.


¿No eres acaso tú como Ouya? ¿No lo ibas a petar y, chico, que no lo has petado? ¿Y que no hay manera? ¿Por qué? ¡Yo lo estoy haciendo todo bien! ¡No me queda más remedio que echarme la culpa a mi! Porque si no, ¿de quién va a ser?

Ouya es bella porque habla de ti. De que ibas a alcanzar las estrellas y te quedaste con un puñado de barro. Es bella porque está llorando más que ningún otro producto, porque ella era La Elegida. ¿No lo eras tú? ¡Por supuesto! ¡Y yo! ¡Y ese! ¡Y aquel! ¡Qué hostia, amigos!


Ouya está triste en las estanterías de Cex. Está rodeada de asquerosas tarjetas gráficas y ponzoñosos módulos de memoria RAM. ¿Pero qué hago yo aquí? ¡Este no es mi sitio! ¡Mi sitio está en la zona de recreo de Amazon, de Wallapop! ¡Yo...! ¡Yo no me merezco esto!

Y como Ouya llora tú lloras también. Porque vuestro llanto es el mismo, y por eso os comprendéis.


Por eso Ouya es preciosa.