Los Simpson molan. Yo lo siento por
Padre de Familia pero Los Simpson molan. ¿Molan más? Te digo que sí
por lo mismo que me mola más un Ferrari que un Tesla: por solera. Es
así de fácil. La experiencia cuenta. Padre de Familia está guay,
pero no tiene la solidísima estructura de Los Simpson. Padre de
Familia es como su creador, ese chico con cara de psicópata del que
no me fio ni un pelo. Los Simpson son de Matt Groening, un hombre en
el que se puede confiar.
No es lo mismo un honesto vendedor
puerta por puerta que un burdo telemarketing.
Últimamente todo lo va a petar. ¿A
que sí? Todo es “aquello que estamos buscando”. La VR, uy, lo va
a petar. ¿La Play 4K? Petar, petar. ¿Alguna vez en la Historia
hemos estado tan atentos a que algo, de una vez, lo pete?
Ante estos hechos hay que ser
inteligente y echarse para atrás. Lo que esto delata es que estamos
atrapados. Somos unos turistas japoneses perdidos en Toledo y estamos
dispuestos a hacer caso a cualquier navajero que se nos acerque,
porque estamos desesperados. ¿No crees que tiene mala pinta, Ayoko?
Es igual, más mala pinta me tiene esta ciudad como que me recuerda a
La Inquisición y quiero ir al hotel cuanto antes. Pregúntale. Nada
puede ser peor que esto.
A nosotros nos pasa lo mismo. El
“sistema” no rula más, es evidente, pero la otra opción es
demasiado espantosa: la nada. El no saber qué hacer. Pero... ¿sin
esto? ¿Qué hacemos? Por eso estamos esperando que algo lo pete,
porque eso querrá decir que las viejas normas aún funcionan y
todavía queda algo de esperanza para nosotros.
Yo, que soy más listo que la media, me
doy cuenta fácilmente de estas cosas, que son comportamientos
gregarios, llevados por emociones básicas. Elementales. Es curioso
cuántos (pero cuántos) millones mueven unas emociones que se
podrían evaporar charlando, o pintando un cuadro, o tirándose uno
un pedo, sin ir más lejos. Sin embargo, preferimos apostar por la
VR. Sí, mis cojones le voy yo a decir a mi vecino que estoy
completamente desesperado por el marco en que vivimos. Así el cabrón
queda por encima de mi. No, no, que se joda. Yo me callo.
Y así, calla que te calla, preferimos
confiarle nuestros destinos a todos los mercachifles que nos dan una
brizna de esperanza de que las cosas se van a arreglar. ¿Os acordáis
de Ouya, no? ¡Ahí yo piqué como un primo! Una y no más, claro.
Ouya se ha quedado como un precioso
producto pop, con todos los ingredientes que necesita un precioso
producto pop: bellas formas y un fracaso como la copa de un pino.
Ese, y no otro, es el perfecto producto pop. Porque es el que es
metáfora de nuestro tiempo. ¿Quién ha llegado donde apuntaba desde
el principio? ¡Nadie! A no ser que hablemos de delincuentes, causa
principal de las circunstancias. Este tipo de gente sufre más de
psicopatía que de hemorroides y no cuenta en mi análisis de
personas normales y honestas.
¿No eres acaso tú como Ouya? ¿No lo
ibas a petar y, chico, que no lo has petado? ¿Y que no hay manera?
¿Por qué? ¡Yo lo estoy haciendo todo bien! ¡No me queda más
remedio que echarme la culpa a mi! Porque si no, ¿de quién va a
ser?
Ouya es bella porque habla de ti. De
que ibas a alcanzar las estrellas y te quedaste con un puñado de
barro. Es bella porque está llorando más que ningún otro producto,
porque ella era La Elegida. ¿No lo eras tú? ¡Por supuesto! ¡Y yo!
¡Y ese! ¡Y aquel! ¡Qué hostia, amigos!
Ouya está triste en las estanterías
de Cex. Está rodeada de asquerosas tarjetas gráficas y ponzoñosos
módulos de memoria RAM. ¿Pero qué hago yo aquí? ¡Este no es mi
sitio! ¡Mi sitio está en la zona de recreo de Amazon, de Wallapop!
¡Yo...! ¡Yo no me merezco esto!
Y como Ouya llora tú lloras también.
Porque vuestro llanto es el mismo, y por eso os comprendéis.
Por eso Ouya es preciosa.