Ah, Mario Kart. Qué sublime, ¿no?
Cuánto con tan poco. Con dos pinceladas, pim, pam. Pero, claro, es
que las pinceladas no las da cualquier mindundi. “Yo no cobro por
lo que hago, cobro por lo que sé”. Qué gran verdad, amigos
fontaneros.
Desde luego que sí, señor
electricista, usted sólo ha tocado ahí un botón, pero yo, aunque
hubiese echado toda la mañana, no hubiera sabido a qué botón hay
que darle. Sí, señor. Tenga sus 70 euros. Se los ha ganado. Yo
prefiero factura, pero si usted no podemos hablarlo. No hay ningún
problema.
No, no se vaya, que quiero hablarle de
un juego. No, no nada sexual, el Mario Kart. Bueno, hombre, pero esos
clientes podrán esperar un poquito al menos, ¿no? Pues claro.
Mire, este juego mola mucho. Este la
primera vez que salió salió en Super Nintendo. Sabe cuál es, ¿no?
Aquella. Bueno, pues esta es la versión que hicieron para Wii. Qué
guay, ¿eh?
La gracia que tiene este juego es que
coges el mando de Wii y lo usas como volante. Y ya está. Esa es la
gracia del juego. No, a mi tampoco me hace tanta gracia, prefiero un
pad normal, pero hay que reconocer que es una sensación muy ligera
que nunca había experimentado con un juego de coches. Es como
conducir un coche tocando el arpa. ¿Se imagina qué guay sería eso?
¿Es capaz siquiera de concebirlo?
Joder, pero ser electricista no te
incapacita para ser refinado. ¿O sí? Yo su curro no podría
hacerlo. Todo el día de acá para allá, hablando con gente
rematadamente estúpida, aguantando sus mil y un traumas de la
infancia no resueltos... ¡Vaya espaldas, amigo electricista! Usted
es como los autónomos esos que salen en el anuncio de Bankia. Un
titán. Una bestia parda. Vaya tela.
No, no, se lo digo en serio. Yo le
respeto porque no soy como usted. Fíjese qué fáciles son las
cosas. Quizás yo sea un deportivo, pero cuando paso al lado de un
tractor me quedo impactado con la potencia que desarrolla. Yo
también, pero la suya es tan... ¡Definitiva! ¡Jesús, amigo
electricista, no sabe cuánto le admiro por eso! ¡Qué redaños!
¡Qué pelotas!
Hombre, vale que a una carrera le gano,
pero a tirar de pesos... ¡Joder, lo suyo sí que es arte, amigo mío!
¡Cómo tira de ellos! ¡Y lo hace ahí lleno de estoicismo, como si
para eso lo hubieran diseñado! ¡Y es que así es!
Comprenda que si me tiro a sus pies no
tengo ni el más mínimo margen de ironía en mis actos. No me lo
permito. Respeto mucho su trabajo, señor, como para hacerme el
listillo como otros. Sí, de esos estoy hablando. Madre mía. Yo
tampoco puedo con ellos.
Así que... ¡No sé! ¿Le puedo
invitar a una Coca-Cola o algo? Creo que pillé Bitter Kas el otro
día. Es que ahora me mola el Bitter Kas. Lo tengo como una especie
de rito de madurez.
¿Ve? Aquí pongo yo mi energía. En
hacer que la vida sea una sinfonía. No, no, no se preocupe, está
diseñada para que los gritos de pundonor cuando tira del carro no
ahoguen la belleza, sino que la engrandezcan. ¡Tal es mi respeto por
usted!
Querido amigo, en mis asuntos sólo
entran los más grandes. Mi sinfonía repele a los que desprecio y
atrae a los que respeto en gran cuantía. Y, de verdad, electricista
amigo, usted es la percusión de mi sinfonía. Sus gritos de dolor
son el trasfondo magnífico que tanto busqué. La sangre de sus ojos
son el ketchup de mis patatas fritas. ¿Ketchup? ¿Catsup? ¿Cómo se
dice?
¿Usted no ve Los Simpsons? Qué risa,
¿eh? ¿A que molan?
¡Pero no deje de tirar! ¡Que me
arruina el trabajo que tanto esfuerzo me ha costado poner en pie,
joder!
¡Pero tire! ¡Tire!