Mirror´s Edge. El borde del espejo.
¿Cómo te quedas? ¿Imaginas algo más evocador? No, porque el borde
del cristal no sería lo mismo, porque en el espejo te reflejas. Y
eso evoca más que un cristal transparente.
El argumento de “un futuro no lejano
en el que las grandes corporaciones lo dominan todo” tiene que
dejar de ser un argumento válido, porque ya vivimos en ese futuro no
lejano. Los argumentos que antes eran distópicos hoy son mero
costumbrismo.
Hoy el costumbrismo son las
enfermedades de la mente que surgen al vivir en ese escenario:
absentismo laboral, depresión profunda, la proliferación de los
coach, regreso a la naturaleza, cagarse en el expendedor de jabón de
la empresa como leí el otro día en un artículo que colgaron en
LinkedIn... Lo que antes eran desvaríos de novelista hoy son las
cosas que nos rodean. Y yo digo ¿y qué? Tengo el organismo hecho a
todo.
Cuando mi corazón me alertó de que
este era el futuro que se nos venía, inminente, encima de nuestras
espaldas, casi me hago caca encima. ¡Diablos, tengo que poner mis
barbas a remojar! ¡Lo que viene es gordo! ¡Pero gordo-gordo! Yo
antes me dedicaba a “detectar tendencias” y cuando detecté esta
mi habilidad jugó contra mi. Si “hueles” que van a volver los
pantalones de campana, pues chico, no tienes más que irte a la
típica tienda de segunda mano y comprarte unos putos pantalones de
campana. Te los pones, la gente dice “pero dónde vas con eso”,
la gente se acaba por dar cuenta de que tú tenías razón y ellos se
acaban por comprar unos. Nada grave, business as usual. Pero claro,
si lo que detectas es que dentro de poco vas a vivir en Un Mundo
Feliz la cosa ya pasa de castaño oscuro. Ya no vale con gastarte 20
pavos como mucho en unos pantalones. Ahora tienes que esforzarte de
verdad. Y eso para una sociedad narcotizada acostumbrada a
conseguirlo todo vía consumo es un reto que no todos son capaces de
afrontar.
Me temo que “detectar tendencias”
es un trabajo muerto, como me di cuenta hace tiempo, infalible. Las
tendencias tenían sentido en el mundo en el que vivíamos antes de
2008. Me gusta decir, para hacerme el sabio, que la modernidad es la
expresión de la voluntad de Dios en el mundo moderno. Las tendencias
es el adelanto que te dice Dios al oído de los planes que tiene para
su Obra en el futuro. “Quiero que aprendáis esto, hijos”, te
dice Dios, y tú obedeces porque sabes que Él es infalible. Es el
jefe que siempre soñaste tener. Cuando has aprendido lo que tenías
que aprender de una tendencia esa tendencia muere y aparece otra, lo
mismo que tras la lección 7 del libro de matemáticas viene la 8.
Pero en 2008 acabamos el libro, acabó el COU. Tocaba preparar la
selectividad porque dentro de poco vas a estar en la universidad.
Yo, que soy el típico empollín,
disfruto mucho aprendiendo. Es lo único que me mueve, en realidad.
Por eso soy bueno en estas lides. Hay gente que eso de estudiar le
produce urticaria y por eso va muy atrasado en las tendencias. Son
como los zoquetes de la clase, van pasando cursos a trompicones
porque, bueno, porque hay que pasarlos, pero no disfrutan del
proceso. A mi realmente me motiva y por eso saco sobresalientes. Si
no, de qué.
Así que tras aprobar la selectividad
(con nota, como se puede esperar de mi) ya estoy en la universidad.
¡Hostia puta, esto es más grande que el puto cole! ¡Esto es...
inmenso! ¡Hay un montón de facultades y un montón de asignaturas
por facultad! ¿En qué me matriculo? ¿Qué hago? Esto es enorme.
Ahora también me doy cuenta de que
“los malos” que iban a crear un mundo ultratecnificado
megacorporativo no eran tan malos como yo pensaba. No eran “los
malos”, eran aquellos que tenían que crear una estructura lo
suficientemente fuerte como para albergar todo el conocimiento que
vamos a recibir a partir de ahora. El mundo de antes de 2008 era de
chichinabo, flojito, endeble. Era como un cauce que no podía
soportar los litros y litros de agua que iban a llegar tras 2016.
Como yo estoy acostumbrado a ser “el
malo” por hacer cosas que la gente no entiende no puedo sino tener
cierta comprensión mística por los Donald Trump de turno. Sospecho
que más que malos son incomprendidos, como yo. Así que aunque en
teoría son mis enemigos porque, ya sabes, “yo soy de izquierdas y
ellos de derechas”, no puedo evitar pensar que todos estamos
trabajando en lo mismo. Cada uno en su especialidad.
Un cerebro como el mío no cabe en un
cuerpo más pequeño que el de Donald Trump. Igual me estoy
equivocando, pero aquí yo te cuento mis sensaciones más prístinas,
en primicia. Para leer algo más pequeño, insisto, vete al resto de
Internet. Por otro lado, entiendo que Donald Trump está suplicando
por que aparezca un cerebro como el mío para que llene el enorme
cauce que tiene planeado crear.
Suelo hablar mucho por intuiciones y la
gente no me entiende. Últimamente soltaba la perla “el futuro es
la coalición PP-Podemos”. Como digo es una intuición y una forma
de expresarla, no te lo tomes al pie de la letra. Lo que creo decir
cuando suelto eso, como el brujo de la tribu en éxtasis tras haberse
puesto de peyote, es que el futuro pasa por que las grandes
estructuras y los grandes conocimientos están destinados a unirse.
¿Para qué existen las grandes estructuras si no es para albergar
grandes conocimientos? ¿Cómo pueden explayarse los grandes
conocimientos sin grandes estructuras? Los unos nos necesitamos a los
otros.
En mi época espiritual-mística-vudú
aprendí que la parte masculina de la vida es como el cauce del río;
la femenina, como el agua. Si el femenino no llena al masculino el
río es una mierda; si el masculino no es capaz de albergar al
femenino, el río se desborda. Y, francamente, un femenino como el
que yo tengo, sin un cauce grandote y robusto, se vuelve loco. Así
que no puedo dar sino gracias a que hayan pasado las cosas como han
pasado. Ahora sí siento que tengo cauce suficiente para fluir.
Ah, el juego. Pues sí, sí, es un
plataformas en primera persona. Esa es su gracia. Está muy bien,
tiene un punto de juego de culto y pronto saldrá la segunda parte,
que en vez de tener caminos predefinidos por los que ir será de
mundo abierto.
Como veis, una metáfora de lo que
digo.
Joder, soy la polla. ¿O no soy la
polla?