Ah, las casa encantadas. ¡No he
visitado ninguna! ¡Ya me vale! Pero lo compenso con las excursiones
que hacíamos a los sótanos del colegio. Allí vivía el misterio y,
pertrechados con linternas los viernes por la tarde, nos aventurábamos
a descubrir qué secretos guardaban.
Los secretos era la despensa. Pasa como
en las personas. Aquella parte de su corazón que jamás te descubren
es su despensa. De aquello de lo que se alimentan. ¿De qué se
alimentará este pichón? Ah, de rabia. Muy interesante. ¿Y este
pipiolo? Ah, del más sucio autodesprecio. Lo tengo muy visto, lo
siento.
Yo, que no soy vuestra madre, no soy
quién para aconsejaros sobre vuestra dieta. Pero si me consideráis
un amigo aceptad que os sugiera comer algo más ligerito. Algo de
admiración por ti mismo iría bien. Algo de respeto, con eso te
basta. Son hidratos de carbono, no son prístinos pero funcionan.
Quizás un Red Bull repleto de alegría
de vivir y un Twix de mandarlo todo a tomar por culo.
He cometido el mismo pecado que todos
los dietistas, recomendarte lo que me sienta bien a mi.
Perdona este error de aprendiz y, si
eres tan amable, capta la esencia de lo que te quiero decir.
Monster House trata sobre una casa
caprichosa. Por la negativa en redondo a madurar condena a su dueño
al eterno mal humor. A pelearse con cada niño que se acerca a su
césped.
Pasaré directamente al destripamiento
de la película: la casa está encantada por el fantasma de la gorda
mujer del dueño que no quiere que la abandone nunca. Claro, como
está tan gorda cree que nadie la querrá. Definitivamente, a mi me
obviaron en el guión, porque de incluirme toda la premisa se
desvanece.
¡Cómo son las troncas! ¿Eh, tíos?
¡Qué posesivas, la puta que las parió! ¡Serás mío o de nadie
más! ¡Y luego somos nosotros los chungos! Joder, nena, relaja, que
te va a dar un ictus. Que no me voy, tonta, tranquila. Always by your
side.
Pero como yo soy igual pues sello el
pacto de sangre. Esa es la parte que no te cuento, cariño, para que
la culpa recaiga sobre ti. Truco de perro viejo.
Esta es una de esas muy buenas pelis
que si, para mi gusto, ojo, fuera un poquitín menos densa sería
perfecta. Es como esos garbanzos excesivamente aceitosos que preparé
antes de ayer. A ver, me los como, con el hambre que tengo, pero eso
de que floten en aceite... Mmmmm... Se arruina el buqué. ¿No os
parece?
No hay problema, a buen hambre no hay
pan duro. Y los garbanzos, aparte de eso, estaban muy bien. Como la
peli.
Los gráficos son así como “intentando
no parecernos a Pixar, por favor” pero sin conseguir encontrar una
identidad propia. Cuánto lo siento.
Y ya está. Esa el la peli. Muy buena,
¿eh? No te puede faltar.