No sé a qué viene este título, pero
bueno. A que es una comedia romántica. ¡Pijama para dos, qué
gustito! Quizás sea porque en esta peli los enamorados compiten por
un mismo trozo de pastel. Por eso es Pijama para dos, porque hay un
pijama, pero somos dos. Vaya putada.
Él es un espabilao. Consigue sus
objetivos gracias a trucos, a emborrachar a sus clientes, a llevarlos
de fiesta, a rodearlos de mujeres. Caray, veo honesta esta forma de
actuar. Yo sé lo que quiere este tío, más allá de las cifras de
venta, de los sólidos estudios de mercado. Este paisanín lo que
quiere es cachondeo, porque tiene carina el pobre de que su mujer es
la que lleva los pantalones y está hasta los cojones. Ni media
palabra más, amigo, yo tengo lo que está buscando. Pero, eso sí,
si es tan amable de firmarme este contrato de venta primero...
Ella es todo lo contrario, recta, pura.
Hace lo que se supone que hay que hacer. Prepara las mejores campañas
de publicidad para sus clientes y espera que estos las compren porque
son igual de rectos que ella. Y está en lo cierto, pero obvia una
parte de la vida que no debe ser obviada: somos animales peludos y
andrajosos que lo que queremos es cachondeo y que nos rasquen ahí.
No digo que toda la vida haya de ser eso, pero si tienes que preparar
un experimento tienes que tener en cuenta todos sus ingredientes, por
mucho que te opongas moralmente a uno de ellos. Todo lo demás está
perfecto, guapa, pero es que no le has echado sal. Por eso está
soso.
Y nada, este es el planteamiento, como
sabéis, lo único que me interesa de una película. Luego el tronco
se hace pasar por un cerebrito recto, que es lo que le gusta a ella,
la enamora y se la lía. Pero en el proceso él también se enamora
de ella y deja un poco de lado sus procedimientos mafiosos. Lo que es
una historia de amor como Dios manda.
Siempre me hace gracia que las personas
más civilizadas de la Tierra, los suecos y esa peña, sean a la vez
el pueblo más terrible que alguna vez la pisó, los vikingos.
Supongo que el grado de brutalidad ejercida en el pasado es
directamente proporcional al empeño por crear una civilización que
la contenga en el presente. Ya sabéis, porque se arrepienten y eso.
Pero, carajo, esa fórmula tiene pegas, porque hoy en día el pobre
vikingo se aburre tanto en Suecia que no le queda más remedio que
suicidarse. ¡Joder, es que ya no puedo hacer nada! ¡Ni beber
cerveza en el cráneo de mis enemigos derrotados, puedo! Pues para
eso me suicido, mamá, no me lo tengas en cuenta, por favor.
La civilización está dabuti, pero se
ha cometido el error de contemplarla como un fin en sí mismo, y no
una herramienta para que el verdadero fin se lleve a cabo. Se ha
convertido en becerro de oro, como tantas cosas hemos convertido
antes los humanos porque, bueno, tenemos mucho miedo a equivocarnos,
la verdad. Nuestra separación de Dios es tal que nos agarramos a
cualquier mierda con un poco brillante que sea con tal de no caernos
al suelo. Y es buena cosa, pero no olvidemos nunca, porque esa sería
nuestra perdición, que la muleta para llegar hasta Dios no es Dios
mismo, y por lo tanto no se le puede reverenciar como si fuera Él.
Porque si no Dios se mosquearía, como yo me mosquearía si me lo
hiciesen a mi, claro.
¿Has, por tanto, de tirar todos tus
ritos a la basura? No, porque están muy bien, son tu manera de
avanzar hacia lo Eterno. Que no sean la Eternidad misma no significa
que no sean válidos. Bueno, mis ritos son muchísimo más mejores
que los tuyos, más eficientes, más sostenibles, más alucinantes,
más deslumbrantes. Pero oye, los tuyos también están bien.
Funcionan. Además un cabestrín como tú no podría haber llegado a
los míos, porque, oye, yo soy muy bueno, aunque me esté mal el
decirlo.
Total, que Pijama para dos es una
película sobre la relación del hombre con Dios. ¿Alguna pregunta?
El examen, el miércoles de la semana
que viene en el aula magna. Ya sabéis.