lunes, 8 de agosto de 2016

Pijama para dos

No sé a qué viene este título, pero bueno. A que es una comedia romántica. ¡Pijama para dos, qué gustito! Quizás sea porque en esta peli los enamorados compiten por un mismo trozo de pastel. Por eso es Pijama para dos, porque hay un pijama, pero somos dos. Vaya putada.


Él es un espabilao. Consigue sus objetivos gracias a trucos, a emborrachar a sus clientes, a llevarlos de fiesta, a rodearlos de mujeres. Caray, veo honesta esta forma de actuar. Yo sé lo que quiere este tío, más allá de las cifras de venta, de los sólidos estudios de mercado. Este paisanín lo que quiere es cachondeo, porque tiene carina el pobre de que su mujer es la que lleva los pantalones y está hasta los cojones. Ni media palabra más, amigo, yo tengo lo que está buscando. Pero, eso sí, si es tan amable de firmarme este contrato de venta primero...

Ella es todo lo contrario, recta, pura. Hace lo que se supone que hay que hacer. Prepara las mejores campañas de publicidad para sus clientes y espera que estos las compren porque son igual de rectos que ella. Y está en lo cierto, pero obvia una parte de la vida que no debe ser obviada: somos animales peludos y andrajosos que lo que queremos es cachondeo y que nos rasquen ahí. No digo que toda la vida haya de ser eso, pero si tienes que preparar un experimento tienes que tener en cuenta todos sus ingredientes, por mucho que te opongas moralmente a uno de ellos. Todo lo demás está perfecto, guapa, pero es que no le has echado sal. Por eso está soso.


Y nada, este es el planteamiento, como sabéis, lo único que me interesa de una película. Luego el tronco se hace pasar por un cerebrito recto, que es lo que le gusta a ella, la enamora y se la lía. Pero en el proceso él también se enamora de ella y deja un poco de lado sus procedimientos mafiosos. Lo que es una historia de amor como Dios manda.

Siempre me hace gracia que las personas más civilizadas de la Tierra, los suecos y esa peña, sean a la vez el pueblo más terrible que alguna vez la pisó, los vikingos. Supongo que el grado de brutalidad ejercida en el pasado es directamente proporcional al empeño por crear una civilización que la contenga en el presente. Ya sabéis, porque se arrepienten y eso. Pero, carajo, esa fórmula tiene pegas, porque hoy en día el pobre vikingo se aburre tanto en Suecia que no le queda más remedio que suicidarse. ¡Joder, es que ya no puedo hacer nada! ¡Ni beber cerveza en el cráneo de mis enemigos derrotados, puedo! Pues para eso me suicido, mamá, no me lo tengas en cuenta, por favor.


La civilización está dabuti, pero se ha cometido el error de contemplarla como un fin en sí mismo, y no una herramienta para que el verdadero fin se lleve a cabo. Se ha convertido en becerro de oro, como tantas cosas hemos convertido antes los humanos porque, bueno, tenemos mucho miedo a equivocarnos, la verdad. Nuestra separación de Dios es tal que nos agarramos a cualquier mierda con un poco brillante que sea con tal de no caernos al suelo. Y es buena cosa, pero no olvidemos nunca, porque esa sería nuestra perdición, que la muleta para llegar hasta Dios no es Dios mismo, y por lo tanto no se le puede reverenciar como si fuera Él. Porque si no Dios se mosquearía, como yo me mosquearía si me lo hiciesen a mi, claro.

¿Has, por tanto, de tirar todos tus ritos a la basura? No, porque están muy bien, son tu manera de avanzar hacia lo Eterno. Que no sean la Eternidad misma no significa que no sean válidos. Bueno, mis ritos son muchísimo más mejores que los tuyos, más eficientes, más sostenibles, más alucinantes, más deslumbrantes. Pero oye, los tuyos también están bien. Funcionan. Además un cabestrín como tú no podría haber llegado a los míos, porque, oye, yo soy muy bueno, aunque me esté mal el decirlo.

Total, que Pijama para dos es una película sobre la relación del hombre con Dios. ¿Alguna pregunta?

El examen, el miércoles de la semana que viene en el aula magna. Ya sabéis.