Los flippers flipan. Flippers son
máquinas de pinball. ¿No? ¿Tampoco? ¿No sabes lo que son los
pinballs? ¿Ya no hay? No sé, es que no me he fijado. Como yo los
tengo tan tatuados…
Los pinballs son the shit. Si querías
ser el puto amo de la sala de recreativos tenías que controlar al
pinball. Era el juego de hombres. Los arcades, ei, respect, pero el
viejo duro sabía jugar al pinball. Que sí, que el Robocop guay, que
al Mario 3 te lo petas con 900 segundos, que sí, muy guay, niño.
Pero ponte aquí. Ya verás cómo te crece el pirulí.
Yo, chico, hice lo que pude. Así te lo
digo. Con un amigo llegué a ser Un Tío Así Como Importante al
Indiana Jones y La Última Cruzada, pero creo que ahí acabó mi
reinado. Si entras a un sitio y está el Indy sabes que guay, porque
vas a poder lucirte. ¡Well of souls! Ahí te salían como 7 bolas o
9. Una pasada.
A mi los pinball antiguos me parecían
una puta mierda. No tenían pantalla arriba, lo que mola cantidubi
dubi dá, y tenían pocos loops, pocas cosas, no sé. ¡Eran una
mierda! La gente mayor que yo, aunque haya nacido al día siguiente
que yo, me da pena. Lo siento, yo soy así.
“Pero entonces tú eres el que le
dará pena a otros”. Pues muy bien. Allá ellos.
Yo creo que tengo el equilibrio
perfecto, sé de todo. Sé de pinballs, aunque no son de mi época-mi
época. Sé de 8 bits, de 16 bits, de arcade. Mi tiempo, mi Reino, mi
gran lugar. Sé de todo lo que pasó a partir de ahí porque no soy
tonto. Y sé de 360 y Wii más de lo que tú nunca sabrás jamás.
Así que, no sé. Es que tengo muy
buenas cartas. Y si no tuviera suficiente, tengo pasión por lo
retro. Así que si algo se me ha pasado (bueno, una pasada, lo que se
me ha pasado) pues siempre puedo retomarlo ahora, como este Pokémon
Pinball.
Yo ya sabes que Pokémon Go! respect,
pero siento (me es muy fácil sentirlo) que eso no está hecho para
mi. Sentí lo mismo con Tuenti, pero venga, vamos a hacer la gracia.
No, tío, este león ya es adulto. La dignidad que te crece entre las
piernas con el tiempo te impide entrar en algunos lugares.
Me temo que el mundo de los videojuegos
ya no es para mi, porque es un mundo para jóvenes. ¡Ah! ¡Qué
rabia me da! Y sobre todo me da rabia porque ese mundo lo he
levantado yo, y ahora me niegan la entrada. Supongo que así es como
ha de ser.
¿A dónde voy yo hoy diciéndole a un
chaval que soy muy bueno al Hammerin´ Harry? Es que se ríe en mi
cara y con razón. “¿Pero de qué vas, abuelo?”. Y yo me tengo
que callar. Sí, efectivamente. Soy un abuelo. Un abuelo que si le
quitaran 20 años iba a fregar el suelo con tu culo en el League of
Legends, pero me callo. Porque, como hemos dicho, lo que te da la
edad es dignidad.
Cambiaba la mitad de la dignidad que
tengo por un poco de League of Legends.
¡Qué le vamos a hacer! De los
videojuegos me quedo con su música, como de mis parientes
desaparecidos. Ellos son eternos porque viven en mi, y, por lo tanto,
aquí siguen, enredando, tocando los cojones, como tanto les gustaba
hacer en vida. Pero, ei, no me quejo. Otros tienen mucho menos.
Y la música de los videojuegos es... O
sea, no la música-música. No la música de las fases. La música
que inspiran. ¡Ah, qué música! ¡La más increíble! ¡La más
sugerente! El cine, jajajajaja, una mierda comparado con los
videojuegos. ¡Una mierda! No sé cómo tienen la osadía de seguir
haciendo películas.
Así que, bueno, me dedicaré a
interpretar, a fijarme, a componer como componen los videojuegos. Por
estar tan cerca de lo sublime como están ellos. Con que mi rayo
láser se cruzase con el suyo un par de veces al día me daría por
satisfecho.
Y es que, ojo tíos, yo levanté ese
mundo porque aquí, el rayo láser de este perro, es el de El Juego
de Ender. No, no, yo no ando con bromas. Si os tengo que hundir, os
hundo. Pero, por favor, no me obliguéis a ello.