viernes, 12 de agosto de 2016

Pokémon Pinball


Los flippers flipan. Flippers son máquinas de pinball. ¿No? ¿Tampoco? ¿No sabes lo que son los pinballs? ¿Ya no hay? No sé, es que no me he fijado. Como yo los tengo tan tatuados…


Los pinballs son the shit. Si querías ser el puto amo de la sala de recreativos tenías que controlar al pinball. Era el juego de hombres. Los arcades, ei, respect, pero el viejo duro sabía jugar al pinball. Que sí, que el Robocop guay, que al Mario 3 te lo petas con 900 segundos, que sí, muy guay, niño. Pero ponte aquí. Ya verás cómo te crece el pirulí.


Yo, chico, hice lo que pude. Así te lo digo. Con un amigo llegué a ser Un Tío Así Como Importante al Indiana Jones y La Última Cruzada, pero creo que ahí acabó mi reinado. Si entras a un sitio y está el Indy sabes que guay, porque vas a poder lucirte. ¡Well of souls! Ahí te salían como 7 bolas o 9. Una pasada.

A mi los pinball antiguos me parecían una puta mierda. No tenían pantalla arriba, lo que mola cantidubi dubi dá, y tenían pocos loops, pocas cosas, no sé. ¡Eran una mierda! La gente mayor que yo, aunque haya nacido al día siguiente que yo, me da pena. Lo siento, yo soy así.


“Pero entonces tú eres el que le dará pena a otros”. Pues muy bien. Allá ellos.

Yo creo que tengo el equilibrio perfecto, sé de todo. Sé de pinballs, aunque no son de mi época-mi época. Sé de 8 bits, de 16 bits, de arcade. Mi tiempo, mi Reino, mi gran lugar. Sé de todo lo que pasó a partir de ahí porque no soy tonto. Y sé de 360 y Wii más de lo que tú nunca sabrás jamás.

Así que, no sé. Es que tengo muy buenas cartas. Y si no tuviera suficiente, tengo pasión por lo retro. Así que si algo se me ha pasado (bueno, una pasada, lo que se me ha pasado) pues siempre puedo retomarlo ahora, como este Pokémon Pinball.


Yo ya sabes que Pokémon Go! respect, pero siento (me es muy fácil sentirlo) que eso no está hecho para mi. Sentí lo mismo con Tuenti, pero venga, vamos a hacer la gracia. No, tío, este león ya es adulto. La dignidad que te crece entre las piernas con el tiempo te impide entrar en algunos lugares.

Me temo que el mundo de los videojuegos ya no es para mi, porque es un mundo para jóvenes. ¡Ah! ¡Qué rabia me da! Y sobre todo me da rabia porque ese mundo lo he levantado yo, y ahora me niegan la entrada. Supongo que así es como ha de ser.


¿A dónde voy yo hoy diciéndole a un chaval que soy muy bueno al Hammerin´ Harry? Es que se ríe en mi cara y con razón. “¿Pero de qué vas, abuelo?”. Y yo me tengo que callar. Sí, efectivamente. Soy un abuelo. Un abuelo que si le quitaran 20 años iba a fregar el suelo con tu culo en el League of Legends, pero me callo. Porque, como hemos dicho, lo que te da la edad es dignidad.

Cambiaba la mitad de la dignidad que tengo por un poco de League of Legends.


¡Qué le vamos a hacer! De los videojuegos me quedo con su música, como de mis parientes desaparecidos. Ellos son eternos porque viven en mi, y, por lo tanto, aquí siguen, enredando, tocando los cojones, como tanto les gustaba hacer en vida. Pero, ei, no me quejo. Otros tienen mucho menos.

Y la música de los videojuegos es... O sea, no la música-música. No la música de las fases. La música que inspiran. ¡Ah, qué música! ¡La más increíble! ¡La más sugerente! El cine, jajajajaja, una mierda comparado con los videojuegos. ¡Una mierda! No sé cómo tienen la osadía de seguir haciendo películas.


Así que, bueno, me dedicaré a interpretar, a fijarme, a componer como componen los videojuegos. Por estar tan cerca de lo sublime como están ellos. Con que mi rayo láser se cruzase con el suyo un par de veces al día me daría por satisfecho.

Y es que, ojo tíos, yo levanté ese mundo porque aquí, el rayo láser de este perro, es el de El Juego de Ender. No, no, yo no ando con bromas. Si os tengo que hundir, os hundo. Pero, por favor, no me obliguéis a ello.