martes, 9 de agosto de 2016

School of Rock

Alguien te tiene que enseñar a rocanrolear, tío. No, no, esa espantajada que me llevas de tío en la onda que en el fondo es un niñato idiota no me vale. Tienes que chirriar mucho más, tío. Tienes que romperme los oídos, joder. ¿Dónde vas con ese rollo que pareces el niño gordito de Aquí no hay quien viva?


Me hubiera gustado enseñarte a mi. Pero mi época de maestro gratuito ya pasó. Oh. Lo siento mucho.


Ahora estoy en una mucho mejor, te cobro por la misma mierda que antes te daba gratis. ¿Cómo te quedas? Si hubieras estado más al loro te hubieras llevado lo mismo que ahora, pero gratis. O sea, que eres gilipollas, yo tenía razón.

Mira, siempre vi talento en ti. Bueno, tú también, eso estaba claro. ¡Qué aires! ¡Qué suficiencia! No había quien te dijese nada.

Sin embargo, tu discurso escondía una pega muy grande: que eres un cagao. Amigo. La falta de los chicos de nuestra generación, ¿eh? Claro, nos criamos ahí de puta madre... No hacía falta bajarse a las plazas. Bajarse de verdad, me refiero.

Ahí en las plazas, chico, las cosas son muy diferentes. Ahí no cuenta casi nada. Podríamos decir que lo único que cuenta es quién tiene más ganas de matar a los demás. Tus títulos, tus logros, nada, una puta mierda. Lo siento. Aquí vale la navaja. Quien tenga la navaja más grande y mejor la sepa usar, gana.

¡Ah, qué bien estabas con mamá!

Yo también la he echado mucho de menos.


Pero tu falta de recursos callejeros se nota en tu trabajo. Míralo, tan de niño bonito. Antes de 2008 funcionaba, no te digo que no, pero... Las cosas han cambiado. Me temo que aquellos que clamaban por el cacho de pan que nuestros padres les estaban robando han mandado tu mundo de luz y fantasía a hacer puñetas. Como eres un cobarde te niegas a ver que los navajeros, entre los que ya me incluyo, hemos asediado tu cuarto lleno de figuritas compradas en tiendas de comics. Y estamos deseando clavar a nuestra mejor amiga en tu hundido ombligo.

No te enfades. Te lo advertimos. “Bájate con nosotros, que te estás volviendo un gilipollas”. Nada. Ni puto caso. Nos saludabas como con condescendencia. No te rebajabas a nuestro nivel, porque, claro, éramos la escoria de la tierra. Tú nos apoyabas de palabra pero no de acto. Bien, espero que tengas palabras suficientes para contenernos ahora que te tenemos pillado por los cojones. Me temo que la única que te salvaría sería “perdón”. Pero eres demasiado poco humilde para pronunciarla.

¡Ay, mi niño! ¡Ya no te queda nada en lo que esconderte! Mira, no te escondas más; te voy a enseñar, como despedida, como canto del cisne de mi época de buen samaritano, cuál es el secreto que tanto miedo te da saber.


Eres tú o nosotros. No, es que no es una cuestión de buenas formas. Es una cuestión de que queremos lo que tienes tú. No, insisto, no es cuestión de razonar. Que te lo vamos a quitar.

Por eso hacemos lo que hacemos. No es que te tengamos manía, ni envidiemos tu figura de Akira, no. Es que te lo queremos quitar todo. No por envidia, es porque lo queremos. Ya está.

Como a este grado de conflicto nunca has llegado, no sabes cómo resolverlo. ¿Alguna vez te han atracado? De eso va.

Así que como no bajaste a las plazas no sabes qué hacer en una situación como esta. Y nosotros, buf, de puta madre, ya ves, un palomo al que hemos desplumado sin que opusiera siquiera resistencia. ¡Jajajaja! ¡Menudo gilipollas!

Tío, te lo advertimos. Y no quisiste escuchar.

De esto va School of Rock.