Alguien te tiene que enseñar a
rocanrolear, tío. No, no, esa espantajada que me llevas de tío en
la onda que en el fondo es un niñato idiota no me vale. Tienes que
chirriar mucho más, tío. Tienes que romperme los oídos, joder.
¿Dónde vas con ese rollo que pareces el niño gordito de Aquí no
hay quien viva?
Me hubiera gustado enseñarte a mi.
Pero mi época de maestro gratuito ya pasó. Oh. Lo siento mucho.
Ahora estoy en una mucho mejor, te
cobro por la misma mierda que antes te daba gratis. ¿Cómo te
quedas? Si hubieras estado más al loro te hubieras llevado lo mismo
que ahora, pero gratis. O sea, que eres gilipollas, yo tenía razón.
Mira, siempre vi talento en ti. Bueno,
tú también, eso estaba claro. ¡Qué aires! ¡Qué suficiencia! No
había quien te dijese nada.
Sin embargo, tu discurso escondía una
pega muy grande: que eres un cagao. Amigo. La falta de los chicos de
nuestra generación, ¿eh? Claro, nos criamos ahí de puta madre...
No hacía falta bajarse a las plazas. Bajarse de verdad, me refiero.
Ahí en las plazas, chico, las cosas
son muy diferentes. Ahí no cuenta casi nada. Podríamos decir que lo
único que cuenta es quién tiene más ganas de matar a los demás.
Tus títulos, tus logros, nada, una puta mierda. Lo siento. Aquí
vale la navaja. Quien tenga la navaja más grande y mejor la sepa
usar, gana.
¡Ah, qué bien estabas con mamá!
Yo también la he echado mucho de
menos.
Pero tu falta de recursos callejeros se
nota en tu trabajo. Míralo, tan de niño bonito. Antes de 2008
funcionaba, no te digo que no, pero... Las cosas han cambiado. Me
temo que aquellos que clamaban por el cacho de pan que nuestros
padres les estaban robando han mandado tu mundo de luz y fantasía a
hacer puñetas. Como eres un cobarde te niegas a ver que los
navajeros, entre los que ya me incluyo, hemos asediado tu cuarto
lleno de figuritas compradas en tiendas de comics. Y estamos deseando
clavar a nuestra mejor amiga en tu hundido ombligo.
No te enfades. Te lo advertimos.
“Bájate con nosotros, que te estás volviendo un gilipollas”.
Nada. Ni puto caso. Nos saludabas como con condescendencia. No te
rebajabas a nuestro nivel, porque, claro, éramos la escoria de la
tierra. Tú nos apoyabas de palabra pero no de acto. Bien, espero que
tengas palabras suficientes para contenernos ahora que te tenemos
pillado por los cojones. Me temo que la única que te salvaría sería
“perdón”. Pero eres demasiado poco humilde para pronunciarla.
¡Ay, mi niño! ¡Ya no te queda nada
en lo que esconderte! Mira, no te escondas más; te voy a enseñar,
como despedida, como canto del cisne de mi época de buen samaritano,
cuál es el secreto que tanto miedo te da saber.
Eres tú o nosotros. No, es que no es
una cuestión de buenas formas. Es una cuestión de que queremos lo
que tienes tú. No, insisto, no es cuestión de razonar. Que te lo
vamos a quitar.
Por eso hacemos lo que hacemos. No es
que te tengamos manía, ni envidiemos tu figura de Akira, no. Es que
te lo queremos quitar todo. No por envidia, es porque lo queremos. Ya
está.
Como a este grado de conflicto nunca
has llegado, no sabes cómo resolverlo. ¿Alguna vez te han atracado?
De eso va.
Así que como no bajaste a las plazas
no sabes qué hacer en una situación como esta. Y nosotros, buf, de
puta madre, ya ves, un palomo al que hemos desplumado sin que
opusiera siquiera resistencia. ¡Jajajaja! ¡Menudo gilipollas!
Tío, te lo advertimos. Y no quisiste
escuchar.
De esto va School of Rock.