domingo, 14 de agosto de 2016

Sonic & Sega All-Star Racing con Banjo-Kazooie


Ya sabemos que Sonic mola mucho, es la mascota más molona del mundo de los videojuegos. Porque es imperfecta. Porque a pesar de tenerlo todo para ser la mejor no lo es. Eso forma parte del molar más exquisito. El fracaso es importante para molar.


El fracaso es el toque final, es el remate del maestro. Porque si te sale todo bien... ¡No molas nada! ¡Qué poco humano! Para molar hay que haber probado el barro. Por eso Spiderman mola más que Superman, porque a Spiderman le pasan cosas. Mete la pata, le acosan los bullys, tiene problemas con su novia...

Molar implica tener debilidades.


Sonic tiene muchísimas, no creo que haya mascota cuyo nombre haya sido más arrastrado por el barro. Quiero y no puedo, fracasado, loser, segundón... ¡Dios mío! Y ahí sigue, en todas sus portadas, mirándonos como si, de verdad, no escuchase todos esos insultos. O, de escucharlos, entiende que molar es más importante que contestar a estas cosas, como un famoso con tablas con la prensa, y sigue su camino sonriendo.


Si existe un ejemplo de estoicismo ese es Sonic.

Y aún así no pueden con él, porque ellos hablan de éxitos o fracasos de mortales, y esa no es la idea de éxito de Sonic. Porque, reconozcámoslo, si ahora Sonic lo petase con un juego... Bueno, igual era super guay, igual nos lo tomábamos como el premio a tanto trabajo, a tanto pundonor. Pero, no sé, este papel de pupas, de Atleti, de Che Guevara alguien lo tiene que hacer. No digo que sea grato, digo que alguien lo tiene que hacer.


¿En quién nos reflejaríamos entonces?

Sí, hay otro montón de mascotas fracasadas, pero ninguna fue tan grande como Sonic. Necesitamos un verdadero ídolo, uno con el que podamos pensar “¡qué injusto es este mundo!” no “¡qué torpe es esta mascota!”. Porque aunque la culpa sea de Sonic, que no sé si es así, viéndole tenemos que pensar que lo que anda mal aquí es el mundo, no él.


Viendo a Sonic nos ponemos en contacto con la parte fracasada de nosotros mismos. Y esa es la belleza: un fracasado suele estar representado por algo tipo El Señor Barragán, un desastre, en su apariencia está implícito el fracaso o, si no, un éxito bastante complicado, con esas pintas que lleva. Sin embargo en Sonic no podemos ver más perfección. Es smooth, el cool, es joven, es rápido, es listo. Y, sin embargo, ha fracasado. ¿Cómo no vas a fracasar tú?

Sonic nos invita a la compasión, parece que nos dice “¡No hagáis caso chicos! ¡A ver si sois capaces de alcanzarme!” en cada portada. Como si la cosa no fuese con él o, si va, tiene la sabiduría suficiente como para que eso no afecte a su verdadero cometido: molar sin parar. No parar de molar.


Sonic es el Dalai, el Cristo, la imagen de la pura inocencia. Sonic no juega a los juegos de este mundo o, si juega, se los toma como lo que son, juegos. Parece que sabe algo que no sabemos. Quizás Sonic tenga en el horizonte algo más grande que las cifras de ventas. ¿Puede haber algo más grande? Viéndole la cara uno diría que sí.

Sea porque es un farsante perfecto o porque realmente siente lo que parece sentir, Sonic nos inspira a no poner el foco en las formas. Como ese Jim Carrey invitando a los invitados de su funeral a cantar en Man on the Moon. O cuando hace bromas cuando ha sido completamente vencido en Un Loco a Domicilio. ¿Te lo tomas así de bien? ¿No te queda más remedio? ¿Nos estás tratando de decir algo con tanto sentido del humor para todo?


Dios mío, Sonic. Tu verdadera fuerza no está en la velocidad. Tu verdadera fuerza está en lo hombre que eres.