Ya sabemos que Sonic mola mucho, es la
mascota más molona del mundo de los videojuegos. Porque es
imperfecta. Porque a pesar de tenerlo todo para ser la mejor no lo
es. Eso forma parte del molar más exquisito. El fracaso es
importante para molar.
El fracaso es el toque final, es el
remate del maestro. Porque si te sale todo bien... ¡No molas nada!
¡Qué poco humano! Para molar hay que haber probado el barro. Por
eso Spiderman mola más que Superman, porque a Spiderman le pasan
cosas. Mete la pata, le acosan los bullys, tiene problemas con su
novia...
Molar implica tener debilidades.
Sonic tiene muchísimas, no creo que
haya mascota cuyo nombre haya sido más arrastrado por el barro.
Quiero y no puedo, fracasado, loser, segundón... ¡Dios mío! Y ahí
sigue, en todas sus portadas, mirándonos como si, de verdad, no
escuchase todos esos insultos. O, de escucharlos, entiende que molar
es más importante que contestar a estas cosas, como un famoso con
tablas con la prensa, y sigue su camino sonriendo.
Si existe un ejemplo de estoicismo ese
es Sonic.
Y aún así no pueden con él, porque
ellos hablan de éxitos o fracasos de mortales, y esa no es la idea
de éxito de Sonic. Porque, reconozcámoslo, si ahora Sonic lo petase
con un juego... Bueno, igual era super guay, igual nos lo tomábamos
como el premio a tanto trabajo, a tanto pundonor. Pero, no sé, este
papel de pupas, de Atleti, de Che Guevara alguien lo tiene que hacer.
No digo que sea grato, digo que alguien lo tiene que hacer.
¿En quién nos reflejaríamos
entonces?
Sí, hay otro montón de mascotas
fracasadas, pero ninguna fue tan grande como Sonic. Necesitamos un
verdadero ídolo, uno con el que podamos pensar “¡qué injusto es
este mundo!” no “¡qué torpe es esta mascota!”. Porque aunque
la culpa sea de Sonic, que no sé si es así, viéndole tenemos que
pensar que lo que anda mal aquí es el mundo, no él.
Viendo a Sonic nos ponemos en contacto
con la parte fracasada de nosotros mismos. Y esa es la belleza: un
fracasado suele estar representado por algo tipo El Señor Barragán,
un desastre, en su apariencia está implícito el fracaso o, si no,
un éxito bastante complicado, con esas pintas que lleva. Sin embargo
en Sonic no podemos ver más perfección. Es smooth, el cool, es
joven, es rápido, es listo. Y, sin embargo, ha fracasado. ¿Cómo no
vas a fracasar tú?
Sonic nos invita a la compasión,
parece que nos dice “¡No hagáis caso chicos! ¡A ver si sois
capaces de alcanzarme!” en cada portada. Como si la cosa no fuese
con él o, si va, tiene la sabiduría suficiente como para que eso no
afecte a su verdadero cometido: molar sin parar. No parar de molar.
Sonic es el Dalai, el Cristo, la imagen
de la pura inocencia. Sonic no juega a los juegos de este mundo o, si
juega, se los toma como lo que son, juegos. Parece que sabe algo que
no sabemos. Quizás Sonic tenga en el horizonte algo más grande que
las cifras de ventas. ¿Puede haber algo más grande? Viéndole la
cara uno diría que sí.
Sea porque es un farsante perfecto o
porque realmente siente lo que parece sentir, Sonic nos inspira a no
poner el foco en las formas. Como ese Jim Carrey invitando a los
invitados de su funeral a cantar en Man on the Moon. O cuando hace
bromas cuando ha sido completamente vencido en Un Loco a Domicilio.
¿Te lo tomas así de bien? ¿No te queda más remedio? ¿Nos estás
tratando de decir algo con tanto sentido del humor para todo?
Dios mío, Sonic. Tu verdadera fuerza
no está en la velocidad. Tu verdadera fuerza está en lo hombre que
eres.