miércoles, 3 de agosto de 2016

Zelig

¿A quién no le gusta Woody Allen? A estas alturas casi mola más que no te guste que que te guste, de toda la gente a la que le mola. Incluso los que no han visto una peli suya en la vida, y apenas ninguna peli en total, dicen que les gusta Woody Allen. No soy un defensor a ultranza de lo exclusivo, pero, joder, un poco sí.


Zelig es un falso documental que yo cuento entre sus mejores obras. Las otras son, claro, Annie Hall y Manhattan, para no hacerme el listo. Si me lo tuviera que hacer un poquito diría Un Final Made in Hollywood, por lo buena comedia que me parece.

El documental trata de un hombre, Zelig, que se hizo famoso durante un breve periodo de tiempo en los años 20. La característica de este hombre es poder mimetizarse con su entorno no sólo fingiendo lo que no es, sino que llega a transformarse físicamente en aquellas personas de las que está rodeado. El típico rollo de literalizar algo que es sólo metáfora, en el mejor de los casos. Como decir que caen chuzos de punta y poner en la película chuzos cayendo del cielo, sea lo que sea un chuzo. Un borracho, podría ser. Eso tendría bastante gracia.


Esta peli en su día me asombró por tener un argumento tan poco usual. Era la primera vez que alguien hablaba de algo que pensaba que hacía yo solo. Durante mi juventud me pasé rebuscando entre la cultura popular datos sueltos que me dieran pistas sobre quién era yo, y Woody Allen he de reconocer que me ayudó mucho. Él hablaba de cosas que ni mis amigos ni mi familia hablaban y por eso me hizo mucho bien, el bueno de Woody. Sólo por eso ya tiene ganado el cielo.

Supongo que de eso trata la cultura, porque aunque los bares sean Qué Lugares, me temo que en un bar nadie te hablará sobre el hecho de tener que mimetizarte en entornos que te parecen agresivos. Puede que en el bar lo esté haciendo todo el mundo, y me temo que es así, pero nadie lo reconocerá. Por eso lo hacen, por miedo a reconocerlo. ¿Por qué si no?

A mi se me terminó la época de los bares. Temo que toda la Sabiduría Popular que podía encontrar en ellos ya la he encontrado. Es encantador que Alfredo te cuente lo mal que está con su mujer mientras se hace unas rayas de lado a lado de la tapa del water (algo que me impresionó mucho), pero, como me dijo mi amigo Dani, tampoco te creas que se puede aprender mucho de esta gente. Sabias palabras.


Mimetizarse es un arte divertido. Es el arte del eterno turista. De aquel que todavía no ha encontrado su sitio. Poner tu inteligencia al servicio de que alguien crea que te pareces a él es la monda, pero terriblemente cansado. Por eso se inventó la civilización, para poder poner tu energía en algo más que la supervivencia. Lo malo es cuando la civilización se convierte en una trampa por sí misma y tienes que dedicarte a sobrevivir dentro de ella, pero bueno, dejemos esa época, aunque reciente, en el baúl de los recuerdos ya. Tampoco vamos a pasarnos la vida hablando de La Crisis. La Crisis. La Crisis. Qué pesados con La Crisis.

Supongo que lo contrario al arte del mimetismo es el arte de la provocación. Es, tengas a quién tengas enfrente, fingir que eres diferente a él. Hacerle sentir que eres una amenaza. Es un arte en el que también me he regodeado bastante tiempo, pero bueno, también cansa. Pero también te digo que según a qué palurdos tengas enfrente es algo a lo que me gusta recurrir de vez en cuando todavía. Sólo por paladear el selecto arte de la humillación, cosa que le viene muy bien a más de uno y a más de dos, para ver si aprenden.

Aunque mi época de trabajar para ayudar a los demás desinteresadamente ha concluido también. Joder, es que ya lo he acabado todo. Y soy un chavalín. A ver a qué me dedico ahora. A algo más productivo, me temo.


Zelig es una gran película, la mires por donde la mires. Si tienes problemas con los formatos originales, bueno, me temo que ese es el menor de tus problemas. La gente que tiene problemas con las cosas originales suelen tener su problema real en que son gordos y feos y sus novias son, aunque un poquito menos feas, igual de gordas y repelentes. Pero no tendremos a estas personas en cuenta en favor del conjunto. Ya sabéis, a las lechugas hay que quitarles las hojas podridas. Si la lechuga es la sociedad y las hojas la gente que la componen, las hojas podridas son aquellas personas gordas y feas que tienen problemas con los formatos originales. Creo que la metáfora está bastante clara.

¿No has visto Zelig? Bueno, es de las películas poco conocidas de Woody Allen, para mi asombro. Y para mi es de las más brillantes, si no la que más. Annie Hall está muy bien, habla del amor adolescente entre adultos. Afortunadamente, mi generación ha tenido la suerte de poder vivir esos amores un poquito antes de hacerse adulto y así tenemos más tiempo por delante para vivir otras cosas, ya más maduras, menos llenas de problemas. Menos, lamentablemente, infantiles. Ey, pero si eres viejo y me estás leyendo no te ofendas. Sólo digo lo que hay. Encima que eres un quinceañero con sesenta años... ¿Yo qué culpa tendré? El problema eres tú, que no eres maduro. Además, conmigo no te metas, abuelo. A ver si te va a dar el lumbago o algo.