¿A quién no le gusta Woody Allen? A
estas alturas casi mola más que no te guste que que te guste, de
toda la gente a la que le mola. Incluso los que no han visto una peli
suya en la vida, y apenas ninguna peli en total, dicen que les gusta
Woody Allen. No soy un defensor a ultranza de lo exclusivo, pero,
joder, un poco sí.
Zelig es un falso documental que yo
cuento entre sus mejores obras. Las otras son, claro, Annie Hall y
Manhattan, para no hacerme el listo. Si me lo tuviera que hacer un
poquito diría Un Final Made in Hollywood, por lo buena comedia que
me parece.
El documental trata de un hombre,
Zelig, que se hizo famoso durante un breve periodo de tiempo en los
años 20. La característica de este hombre es poder mimetizarse con
su entorno no sólo fingiendo lo que no es, sino que llega a
transformarse físicamente en aquellas personas de las que está
rodeado. El típico rollo de literalizar algo que es sólo metáfora,
en el mejor de los casos. Como decir que caen chuzos de punta y poner
en la película chuzos cayendo del cielo, sea lo que sea un chuzo. Un
borracho, podría ser. Eso tendría bastante gracia.
Esta peli en su día me asombró por
tener un argumento tan poco usual. Era la primera vez que alguien
hablaba de algo que pensaba que hacía yo solo. Durante mi juventud
me pasé rebuscando entre la cultura popular datos sueltos que me
dieran pistas sobre quién era yo, y Woody Allen he de reconocer que
me ayudó mucho. Él hablaba de cosas que ni mis amigos ni mi familia
hablaban y por eso me hizo mucho bien, el bueno de Woody. Sólo por
eso ya tiene ganado el cielo.
Supongo que de eso trata la cultura,
porque aunque los bares sean Qué Lugares, me temo que en un bar
nadie te hablará sobre el hecho de tener que mimetizarte en entornos
que te parecen agresivos. Puede que en el bar lo esté haciendo todo
el mundo, y me temo que es así, pero nadie lo reconocerá. Por eso
lo hacen, por miedo a reconocerlo. ¿Por qué si no?
A mi se me terminó la época de los
bares. Temo que toda la Sabiduría Popular que podía encontrar en
ellos ya la he encontrado. Es encantador que Alfredo te cuente lo mal
que está con su mujer mientras se hace unas rayas de lado a lado de
la tapa del water (algo que me impresionó mucho), pero, como me dijo
mi amigo Dani, tampoco te creas que se puede aprender mucho de esta
gente. Sabias palabras.
Mimetizarse es un arte divertido. Es el
arte del eterno turista. De aquel que todavía no ha encontrado su
sitio. Poner tu inteligencia al servicio de que alguien crea que te
pareces a él es la monda, pero terriblemente cansado. Por eso se
inventó la civilización, para poder poner tu energía en algo más
que la supervivencia. Lo malo es cuando la civilización se convierte
en una trampa por sí misma y tienes que dedicarte a sobrevivir
dentro de ella, pero bueno, dejemos esa época, aunque reciente, en
el baúl de los recuerdos ya. Tampoco vamos a pasarnos la vida
hablando de La Crisis. La Crisis. La Crisis. Qué pesados con La
Crisis.
Supongo que lo contrario al arte del
mimetismo es el arte de la provocación. Es, tengas a quién tengas
enfrente, fingir que eres diferente a él. Hacerle sentir que eres
una amenaza. Es un arte en el que también me he regodeado bastante
tiempo, pero bueno, también cansa. Pero también te digo que según
a qué palurdos tengas enfrente es algo a lo que me gusta recurrir de
vez en cuando todavía. Sólo por paladear el selecto arte de la
humillación, cosa que le viene muy bien a más de uno y a más de
dos, para ver si aprenden.
Aunque mi época de trabajar para
ayudar a los demás desinteresadamente ha concluido también. Joder,
es que ya lo he acabado todo. Y soy un chavalín. A ver a qué me
dedico ahora. A algo más productivo, me temo.
Zelig es una gran película, la mires
por donde la mires. Si tienes problemas con los formatos originales,
bueno, me temo que ese es el menor de tus problemas. La gente que
tiene problemas con las cosas originales suelen tener su problema
real en que son gordos y feos y sus novias son, aunque un poquito
menos feas, igual de gordas y repelentes. Pero no tendremos a estas
personas en cuenta en favor del conjunto. Ya sabéis, a las lechugas
hay que quitarles las hojas podridas. Si la lechuga es la sociedad y
las hojas la gente que la componen, las hojas podridas son aquellas
personas gordas y feas que tienen problemas con los formatos
originales. Creo que la metáfora está bastante clara.
¿No has visto Zelig? Bueno, es de las
películas poco conocidas de Woody Allen, para mi asombro. Y para mi
es de las más brillantes, si no la que más. Annie Hall está muy
bien, habla del amor adolescente entre adultos. Afortunadamente, mi
generación ha tenido la suerte de poder vivir esos amores un poquito
antes de hacerse adulto y así tenemos más tiempo por delante para
vivir otras cosas, ya más maduras, menos llenas de problemas. Menos,
lamentablemente, infantiles. Ey, pero si eres viejo y me estás
leyendo no te ofendas. Sólo digo lo que hay. Encima que eres un
quinceañero con sesenta años... ¿Yo qué culpa tendré? El
problema eres tú, que no eres maduro. Además, conmigo no te metas,
abuelo. A ver si te va a dar el lumbago o algo.